“Yo atendí a Roberto Barreda”: testimonio de una médica

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Créditos: PDH \ Stef Arreaga
Tiempo de lectura: 3 minutos

Por: Dra. Ericka Gaitán

Cuando digo que los pacientes son míos, no lo digo con total propiedad, es decir, yo no soy la médico tratante de cada uno de esos pacientes que están en los escenarios de mis historias, forman parte de una buena parte de personas a las que paso visita por ser pacientes en una de las tres áreas asignadas para covid-19.

La historia de hoy tiene un carácter aún mayor de contrariedad, y data desde el echo de que para todo el que llega a solicitar atención médica, se le debe brindar sin distinción alguna: igual entra un baleado por ser atacado en un asalto tratando de quitarle sus pertenencias, como en la otra ambulancia que llega su agresor minutos después. Es un deber el brindarles la atención a ambos.

Bueno este caso me llama la atención, por que encierra en sí misma mucha curiosidad, mucha suposición, mucha incertidumbre y un “no se que”, al querer entablar una conversación meramente médica. Yo lo que veo al acercarme es un paciente más, que no cuadra con el resto de pacientes, que aún cuesta su evaluación pues hay dos camillas más muy pegadas a la suya (por lo lleno del servicio), pero igual forma hago espacio para poder evaluar su estado, el cual es delicado, pues tiene visiblemente falta de aire a pesar del soporte de oxígeno que le provee la mascarilla con reservorio. Busco en su papeleta los resultados de laboratorio los que afirman que hay un daño evidente en su organismo y una prueba positiva a covid.

Para poder entablar una cierta conversación con los pacientes hay que hacerlo muy de cerca para verlos y escucharlos bien. Observo el rostro “sumiso” de un paciente masculino de una cuarta década de edad, pero que entre tanto cabello largo, colocho y alborotado más una barba igual de espesa, podría haber pensado que tenía más edad, pero no fue así. Me doy cuenta que habla como una persona a la que se mimó mucho, como si fuera un niño con voz de adulto y algo me impide conversar más de lo necesario para saber su evolución. Así transcurren los días, incluso un día empeora su patrón respiratorio y le colocan un sistema de ventilación mecánica no invasiva con mascarilla pero que por no ser muy ajustable a su cara, días después lo cambian a alto flujo, con fijación de cánula binasal, e incluyen otros medicamentos, pareciera no estar preocupado, ni asustado.

Otro día mejora aparentemente y vuelve a la mascarilla con reservorio, observo como reacciona al llevarle la comida a su camilla, como cruza las piernas para buscar comodidad y poder desayunar, veo como se medio persigna, como tratando de no olvidar las cosas de su niñez supongo, pero no es con fe, es como por requisito y lo veo comer con tanta ansiedad. Al hablar con él, pregunto ¿cómo se siente? y me dice: “mucho mejor doctora, ya recuperé el olfato y el gusto, hoy sentí deliciosa la incaparina, pude degustar y sentirle el sabor a vainilla y tengo mucha hambre, si sigo así, me costará de nuevo buscar que ejercicio hacer para no engordar”.

Fin de semana

Lo veo lunes y ya con más confianza y propiedad le digo, ¿y ahora que pasó usted? ¿por qué el nuevo look? ¿le dio color? ¿o se aburrió de los colochos?. Estaba sin pelo y sin barba.

Pasaban los días y nunca progresaba, ni para bien ni para mal. Simplemente se estancó, hasta ayer (miércoles 8 de agosto del 2020) cuando me acerco y veo que tiene en su semblante ese brillo de alguien que va a partir ya, incluso veo que no abre bien un ojo y le digo: ¿y entonces?, ¿y ahora qué pasa?, ¿no durmió bien?. Lo veo muy agitado, le coloco el oxímetro y satura 50%, le busco las manos y veo efectivamente cianosis distal. Literalmente de blanco estaba pasando a azul morado. Inmediatamente busco al residente y llega otra doctora. Al evaluarlo determina que hay que progresarlo a CPAP (un equipo para evitar el colapso de la vía aérea), las mangueras no están, lo colocan en decúbito prono y no vuelvo a verle más la cara.

Veo ese mal patrón respiratorio que me dice una vez más que ese paciente iría muy pronto a saldar cuentas con el altísimo, el juez de jueces. Solo se me vino a la mente, que si no fue juzgado ante los ojos del hombre, con el último suspiro llegaría a donde no puede callar y solo la justicia divina dictará sentencia.

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