Zelensky Premio Nobel de la Paz. ¿Un chiste?

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Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 7 minutos

Por Marcelo Colussi

Partamos de dos verdades incontrastables: 1) Siguiendo a G. W. F. Hegel puede decirse, sin temor a equivocarnos, que “la historia es un saltar sacrificial”, agregaríamos además que “siempre anegado de sangre”. Es decir: los acontecimientos humanos llevan implícita una lucha de poder permanente, que se expresa de muy diversas maneras. ¿Por qué el ejercicio del poder atrae tanto, fascina, embelesa? Porque la sensación de sentirse poderoso confiere la ilusoria fantasía de “tenerlo todo”, de “estar en completud”, ser plenos. En otros términos: nos libra, ilusoriamente, de la finitud. Algo así como son los diversos dioses (alrededor de tres mil) que la civilización ha creado en la historia: proyección de nuestros más atávicos deseos que borra la humana incompletud: las deidades lo pueden todo. El poder nos hace sentir dioses.

¿Por qué comenzar diciendo esto? Porque lo humano, la historia de la humanidad –así como el día a día de cada sujeto– está marcado por ese conflicto estructural. Olvidarlo es avalar una visión beatífica, cándida, envuelta por la ingenuidad. Esto llevaría a pensar que “nos queremos todos eternamente y la maldad es un cuerpo extraño que debe ser eliminado”. Nada más alejado de la verdad. “La violencia es la partera de la historia” (Marx).

2) Cuando intentamos hacer análisis de la realidad sociopolítica, más aún si se trata a una escala global –tal como son hoy los acontecimientos que marcan el pulso de la historia– los comunes de a pie, como el autor de estas líneas, tenemos muy difícil acceso a datos reales, confiables y verificables. Debemos movernos por deducciones. La comunicación existente sobre las decisiones últimas de los grandes poderes no es de fiar; pero lo peor es que la información que moldea nuestra forma de ver el mundo está siempre hiper manipulada. Si hoy se llega a hablar de “post-verdad” (un colmo en términos epistemológicos: no hay verdad, estamos solo ante arteras manipulaciones emotivas), ello evidencia que el poder de los grandes centros decisorios solo permite una visión distorsionada de las cosas. Siempre ha existido ideología (una concepción del mundo marcada por los amos de turno), pero ahora, gracias al manejo científico-técnico abrumador de las subjetividades, pensamos solo lo que el amo indica, y esa forma de pensar nos cala tan hondamente como nunca antes se había dado. 

Sabido todo esto, podemos intentar bosquejar una lectura de cómo va la escena internacional. Por lo tanto: 1) luchas feroces por el poder y 2) manipulación infinita de lo que sabemos. (“Nuestra ignorancia está planificada por una gran sabiduría”, Scalabrini Ortiz). La guerra de Ucrania es el objeto a estudiar, la bisagra que permite entender las cosas actualmente. Llevamos ya largos meses de enfrentamiento bélico. En un primer momento, desde una posición anti-Estados Unidos, incluso desde ciertas izquierdas, hubo una suerte de alegría porque Rusia se enfrentaba al gran imperio capitalista. Pero ¡cuidado con esa apreciación! Si bien se dice que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, para el campo popular de todo el mundo esa máxima no aplica en este proceso.

La Federación Rusa, heredera de la Unión Soviética, no es el primer Estado obrero-campesino construyendo el socialismo; es un país capitalista, con una gran casta oligárquica que se comporta como cualquier burguesía de cualquier país capitalista. Lo que sí es cierto es que, ya recompuesta del colapso de décadas atrás, la nación vuelve a posicionarse en la arena internacional en una clara disputa de poder a Estados Unidos. Para ello fue estrechando lazos con China, buscando en este momento crear entre ambos una zona desmarcada de la hegemonía de Washington, con una economía propia sin depender del dólar.

La actual guerra de Ucrania, campo de batalla de la potencia rusa contra la OTAN, capitaneada por Estados Unidos, es el síntoma constatable de la nueva arquitectura global que está en juego. La población ucraniana se vio llevada a esa carnicería sin que sepa por qué. Washington, sabedor del declive en que ha entrado, está haciendo lo imposible por no perder su sitial de dominio mundial. Pero la terca realidad le muestra que el actual escenario ya no es el de la post guerra de 1945, cuando era la superpotencia indiscutible. China, con un fabuloso crecimiento económico, en alianza con Rusia, gran poder militar, está intentando escribir otra historia. Por eso la guerra ucraniana servirá para delinear lo que siga.

Lo que el Kremlin consideró una “operación militar especial” fue, en realidad, una invasión. Como toda invasión, no puede ser justificada. Pero como decíamos en la primera consideración: la historia humana se escribe con sangre. Si Rusia vence, no gana la causa de los pobres y humildes del planeta: vence el trazado de un nuevo tablero internacional, donde la clase dominante estadounidense va perdiendo poder. Disyuntiva compleja: ¿hay que apoyar a Moscú en esta aventura bélica? ¿Se le achica el espacio de maniobra a la Casa Blanca así? No siempre “el enemigo de mi amigo es mi amigo”. Aunque un dirigente como Gennady Zyuganov, del Partido Comunista Ruso, pueda decir que “el conflicto en Ucrania es causado directamente por las acciones de la OTAN. La operación militar especial tiene un carácter antifascista para Rusia y de liberación para el pueblo de Ucrania. La situación en el Donbass se complementa con el levantamiento de liberación nacional de la población rusa. El conflicto militar tiene un carácter forzado para Rusia”, mirándolo desde el campo popular del resto del mundo esto no necesariamente trae un mejoramiento real del pobrerío. Aunque sea cierto que Kiev está gobernado por fanáticos neonazis aupados por Occidente, lo que ahora está sucediendo allí quizá no pasa de ser una pelea entre gigantes capitalistas, haciéndole poner los muertos a Ucrania. Las empresas rusas –privadas o públicas– funcionan como cualquier empresa capitalista occidental: explotan a la clase trabajadora extrayendo plusvalía.

Es evidente que Moscú no pensaba que el conflicto se prolongaría tanto. Apenas comenzado, buscó llegar a negociaciones para no extender la campaña militar. Lo que buscaba no era ocupar Ucrania sino poner un alto al avance de la OTAN. Por eso el 28 de febrero en Gomel, frontera entre Ucrania y Bielorrusia, se iniciaron conversaciones de paz. El 5 de marzo, el principal negociador ucraniano que había participado en esas reuniones, Denis Kireev, fue asesinado “misteriosamente”, y las pláticas interrumpidas. Días después, en Estambul, Turquía, las partes rusas y ucranianas parecían llegar a un acuerdo; inmediatamente sobrevino la masacre de Bucha, mediáticamente presentada por la prensa occidental como un crimen de lesa humanidad por parte de Moscú, y como un vil montaje de los servicios secretos británico y estadounidense según la versión del Kremlin (25 dólares habría cobrado cada “muerto” por su actuación). Nuevamente las conversaciones se suspendieron. De hecho, luego de esos primeros balbuceos que buscaban terminar el enfrentamiento, Kiev –seguramente por orden de Washington– promulgó una ley que prohíbe taxativamente mantener negociaciones de paz con Rusia.

Ucrania, que como Estado independiente tiene todo el derecho a defender su autonomía reaccionando a una invasión, pasó a ser el títere de la geoestrategia de Washington, apoyada para ello por la OTAN. Pero no está de más recordar que buena parte del armamento suministrado por Occidente se ha “perdido”, terminando vendido en el mercado negro. Además, su deuda de guerra asciende a no menos de 100.000 millones de dólares, que alguien deberá pagar. Y, por supuesto, será el pueblo ucraniano. La ayuda, obviamente, no fue desinteresada.

¿Qué sigue ahora? La economía rusa no colapsó como se esperaba debido a las sanciones; por el contrario, se ha fortalecido. Aunque la maquinaria mediática occidental –recuérdese la segunda consideración mencionada– ya no habló más del tema, el área económica no-dolarizada avanza. La Organización de Comercio de Shangai, los BRICS ampliados, el rechazo de la gran mayoría de países a plegarse a las sanciones económicas dispuestas por la Casa Blanca, las penurias que está sufriendo la sociedad y el empresariado europeo, todo ello está mostrando que, si hay un perdedor, no es precisamente Moscú.

¿Quién gana en el campo de batalla? El presente no es un análisis de un experto militar, aunque por lo que muy a medias puede colegirse, Rusia no triunfó totalmente (sin haber usado todo su potencial, solo el 15% de su fuerza militar se destinó a esta operación), pero la OTAN menos aún pudo vencer al ejército ruso. Si nos atenemos a las narrativas oficiales de un bando y del otro, estamos en la estratósfera. Lo que dice la fanfarria mediática occidental es igualmente no-creíble (o, mejor aún: vomitivo): Volodimir Zelensky festejando el triunfo ucraniano en la liberada Jerson, el continuo bombardeo amenazante de las armas nucleares tácticas que usaría el Kremlin, las nebulosas informativas sobre los atentados a los gasoductos North Stream I y II así como sobre la central nuclear de Zaporiyia o el misil caído en Polonia que abre una situación inédita. Lo constatable es que el pobre pueblo ucraniano es el principal derrotado: puso los muertos y perdió muy buena parte de su infraestructura nacional. En Rusia, si bien hay una cuota alta de soldados fallecidos, la guerra sirvió para cohesionar más a su pueblo (recuérdese lo dicho por el Partido Comunista: no hay crítica a la invasión sino aplauso). Vladimir Putin, en vez de ser echado por la población, fortaleció más aún su imagen, las reservas fiscales crecieron y el rublo se fortaleció.

El complejo militar-industrial de Estados Unidos, al igual que en todas las guerras (aún en la derrotada, como Afganistán) sigue ganando. Pero la geoestrategia de la Casa Blanca no sale totalmente ganadora. Sí sus empresas, que ahora venderán gas licuado a una empobrecida y muerta de frío Europa, necesitada de energéticos, ya entrando en recesión económica. En términos de geopolítica, hoy Washington no tiene la iniciativa; Moscú y Pekín sí. Las negociaciones de paz que el mismo gobierno estadounidense está obligando a tener ahora a Kiev muestran –según una interpretación al menos– que el Pentágono ha visto que en el campo de batalla no puede derrotar a Rusia, más allá de la actual retirada rusa de algunas zonas del Donbass y estos reacomodos tácticos que están teniendo lugar. Si ha evitado por todos los medios entrar en enfrentamiento directo con tropas rusas, es porque sabe que eso puede ser el preámbulo del Armagedón. Y ahí nadie ganaría, todos pierden. O perdemos.

La acción militar rusa debe ser vista como lo que es: una invasión. La justificación, dada incluso por el Partido Comunista Ruso, de que se trata de una avanzada para desnazificar a Ucrania, es muy relativa. Por supuesto que la OTAN, más allá de la nada creíble promesa hecha años atrás que no avanzaría “ni una pulgada” hacia el este, busca cercar a Rusia. La posibilidad de instalación de armamento nuclear en suelo ucraniano fue lo que disparó la presente ofensiva de Moscú. Se puede entender, y Rusia tiene el derecho de defenderse, pero esto ratifica la primera consideración: la historia se escribe con sangre. El poder se impone brutalmente, siempre. Ningún país de la Unión Europea podría iniciar una guerra en la zona euro porque Estados Unidos instaló 452 bases militares en ese territorio (contra ninguna instalada en suelo estadounidense), y lo controla palmo a palmo; Rusia, como tiene el aire de superpotencia, sí. ¿Quién puede enfrentarse hoy al poderío estadounidense? Solo Rusia y China. ¿Es eso una buena noticia para el campo popular y las fuerzas de izquierda de todo el mundo? No necesariamente.

En cuanto a la segunda consideración, la de que estamos infinitamente manipulados por dispositivos ideológico-culturales hechos a la más alta escuela que nos crean una realidad inexistente, no caben dudas. Ello puede tener ribetes trágicos, o payasescos. Para muestra: el presidente de Ucrania, el actor cómico Zelensky, fue nominado al Premio Nobel de la Paz. Bueno… si en su momento se le otorgó a Henry Kissinger (un asesino de guerra) y a Donald Reagan (otro actor cómico, que dijo que la Nicaragua Sandinista estaba por invadir Texas), ¿por qué no? La historia la siguen escribiendo los que ganan. Al menos por ahora.

Marcelo Colussi

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