Un ritual que permite al pueblo Tz’utujil reencontrarse con las almas de los difuntos

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Créditos: Cortesía
Tiempo de lectura: 5 minutos

 

Un grupo de personas originarias del pueblo Tz’utujil de Santiago Atitlán, Sololá, realizan el 1 y 2 de noviembre de cada año, un ritual que “libera y recoge las almas de las personas que han fallecido”. Esta labor es importante porque permite al pueblo Tz’utujil reencontrarse con sus seres queridos fallecidos. Las formas de comprender la vida y la muerte por una parte de la población, siguen arraigadas con su misma vida y seguirán existiendo porque la vida y la muerte son hermanas.

Por aXuan Batz’

Un grupo de hombres Tz’utujil de Atitlán, de tres cofradías diferentes, comienzan la preparación mucho antes de que inicie noviembre, para realizar un ritual que durará dos días, que permite el encuentro de las almas de los muertos con el alma de los vivos, el encuentro del mundo de los vivos con el mundo de la muerte.

Najbey xac: mujliem xucliem

Como un primer acto del ritual, el presidente del consejo de ancianos de la Cofradía de las Ánimas junto a quienes tienen el cargo de “ruox”, que traducido al español es -tercero-, de las cofradías de Santiago Apóstol, Santa Cruz y demás miembros, se reúnen en el interior de la iglesia católica para dar inicio al ritual que conmemora, honra y celebra la memoria y transcendencia de las personas que ya fallecieron.

Entre velas encendidas, incienso y el aroma de ciprés, los hombres se reúnen para arrodillarse, pedir permiso e iniciar el acto que permitirá una vez más que los difuntos visiten a sus familiares en sus casas donde un día también fue su hogar. Mientras que las familias Tz’utujil preparan con antelación un altar en su hogar, con la fotografía de su ser querido, velas, hojas de pino, incienso, güisquil o ayote para que el alma pueda descansar y estar por un día con su familia.

El ritual inicia desde la iglesia católica, porque según la espiritualidad Tz’utujil de Santiago Atitlán, cuando una persona muere su alma y su cuerpo se separan, mientras que su cuerpo es enterrado en el cementerio de la localidad y su alma es guardada en un lugar dentro de la iglesia por la eternidad.

Dentro de la iglesia católica dejan colocado una cruz de madera, con una caja que simula un féretro cubierto con una tela negra, adornada con hojas de ciprés y con varias veladoras encendidas.

Foto: Cultura Atitlán.
Foto: Cultura Atitlán.

Rucab xac: nkipaxix qnumqi’

Un segundo acto del ritual conocido como “nkipaxix qnumqi’”, una traducción cercana al español para esto es “la repartición de los muertos”, donde el grupo de hombres sale en procesión, recorriendo todas las calles y caminos del pueblo para repartir y acercando las almas de los difuntos a sus casas. En la procesión un hombre lleva una campana y la hace sonar en todo el recorrido y otro lleva consigo una cruz de madera; según las abuelas y abuelos estas dos insignias conducen y esparcen las almas de los difuntos a sus hogares.

Desde que inician la procesión, otro grupo de hombres empiezan a sonar la campana mayor de la Iglesia católica durante 24 horas; el repique de la campana anuncia a la población que sus familiares fallecidos ya van en camino y que pronto llegarán a sus hogares.

Foto: Cultura Atitlán.
Foto: Cultura Atitlán.

Ruox xac: nquik’ola qnumqi’

El tercer acto se realiza el 2 de noviembre, en donde el mismo grupo de hombres de las diferentes cofradías recorre nuevamente todas las calles y caminos del pueblo, haciendo sonar de nuevo la campana y llevando la cruz de madera, con el objetivo de llamar y llevarse nuevamente las almas de los difuntos para ser resguardados nuevamente.

Durante todo el ritual en otro lugar, otros abuelos y abuelas realizan ceremonias por el alma, descanso y trascendencia en armonía de todas las personas que han fallecido.

Foto: Cultura Atitlán.
Foto: Cortesía.

La estigmatización de las prácticas Tz’utujil

Este ritual es una realidad de vida del pueblo Tz’utujil que se celebra desde tiempos inmemoriales y que durante el tiempo de la colonia se mezcló con prácticas de la religión cristiana católica, pero en los últimos diez años las corrientes cristianas y evangélicas neopentecostales han buscado desaparecerlas, catalogándolas como prácticas satánicas.

Para Dolores Quiejú, una mujer Tz’utujil, estas prácticas no deben ser satanizadas, por el contrario deben ser comprendidas porque en su memoria siempre han existido. Según Quiejú, cuando ella tenía diez años su abuela y abuelo le indicaron que los días 1 y 2 de noviembre eran sagrados y que la familia debía prepararse para recibir a sus ancestros. “No entiendo como ahora las mismas personas de nuestra comunidad son las que critican estas mismas prácticas. Solo porque ellos dicen que están en tal iglesia nosotros estamos mal. Yo creo en Dios, pero esto no impide poner en práctica la memoria de mis ancestros”, concluyó Quiejú.

Dolores Quievac, de la Asociación Manos de Atitlán (AMA), que trabaja para investigar, resguardar los conocimientos y prácticas de vida del pueblo Tz’utujil, dijo que es importante que las diferentes instituciones, religiosas o no, respeten las prácticas de los pueblos originarios porque es parte fundamental de su propia vida.

Quievac considera que cuando las comunidades son estigmatizadas o condenadas por sus prácticas espirituales, como pueblos, originarios se está afectando también su bienestar individual y comunitario. Por último, Quievac indicó que es importante que estos conocimientos se transmitan de generación en generación.

En varias ocasiones los discursos extremos han llevado a la confrontación de las creencias entre cristianos católicos y evangélicos, en donde los segundos acusan a los primeros de idolatría. En Santiago Atitlán trasciende la confrontación católico-evangélico porque abarca prácticas propias de la espiritualidad Tz’utujil, en donde cada practicante ve a los demás como los equivocados en sus creencias o espiritualidad.

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