Elecciones en EE. UU.: triunfo republicano, sueño húmedo de autoritarios centroamericanos

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Créditos: Fox News
Tiempo de lectura: 7 minutos

 

Una eventual victoria republicana podría favorecer a gobernantes centroamericanos como Nayib Bukele o Alejandro Giammattei, cuyos desmanes autoritarios han sido señalados con más fuerza por congresistas demócratas.

Por Héctor Silva Ávalos

Estados Unidos renueva su Congreso hoy en las urnas. El Legislativo estadounidense está formado por dos cámaras, el Senado y la Cámara de Representantes; un tercio de las sillas de la primera van a elección popular este día, así como las 436 de la segunda. Las encuestas más recientes pronostican que el Partido Republicano de Donald Trump retomará el control de ambas cámaras.

Si los republicanos ganan es previsible que la ya errante política de Washington hacia Centroamérica emprenda otra vez una ruta hacia sus horas más bajas, a un escenario en que el discurso xenófobo, la transacción utilitaria con los sátrapas de la región y los ramilletes de políticas antiinmigrantes marquen el único norte de la relación entre los gobiernos de Alejandro Giammattei en Guatemala, Nayib Bukele en El Salvador y Xiomara Castro en Honduras.

Pero, antes de entrar a considerar qué implicaría una victoria republicana para Centroamérica y sus migrantes, algunos apuntes sobre la jornada electoral en Estados Unidos.

  • Si bien los republicanos han logrado un repunte importante en las encuestas en los últimos días, atribuido por los analistas a la baja popularidad del presidente Joe Biden y a la inflación, las ventajas que los sondeos ofrecen al partido de Trump no son abrumadoras. En un análisis de escenarios que publicó el 7 de noviembre, en la víspera de la elección, el diario The New York Times adelantó que una estrecha ventaja demócrata en el Senado aún es posible, aunque el resultado más probable, hasta ahora, es que los republicanos ganen con comodidad la Cámara de Representantes y rompan el empate actual en el Senado, donde en la legislatura que termina cada partido tuvo 50 de los 100 asientos y el dominio demócrata fue dado por el voto doble de la vicepresidenta Kamala Harris, quien por ley es también la presidenta de esa cámara.
  • Históricamente, las elecciones intermedias, como se conoce a las legislativas que se dan entrado el mandato de un presidente -Biden en este caso-, suelen leerse como referéndums sobre el poder ejecutivo de turno y, desde los días en que Bill Clinton era presidente en los 90, los resultados han favorecido al partido que está en la oposición. Barack Obama, por ejemplo, ganó la presidencia en 2008 con un congreso de mayorías demócratas, las cuales su partido perdió en 2010. En esta ocasión, los demócratas han intentado variar esa narrativa y vender los comicios como un referéndum sobre la democracia misma, achacando a Trump y los republicanos una agenda que pretende eliminar los balances democráticos. Uno de los ejes centrales del discurso demócrata ha sido revivir la intentona golpista de Trump en febrero de 2021, cuando hordas de sus seguidores, animados por él, quisieron tomarse el Capitolio para que evitar que el Legislativo reconociera el triunfo de Biden en la presidencial de 2020.
  • A pesar de esos señalamientos, de investigaciones penales en su contra y de tímidos intentos de un ala más moderada de su partido por quitarlo de en medio, Trump se mantiene como la figura visible más potente del Partido Republicano. Es el discurso radical del expresidente, marcado por el desprecio a sus críticos y a los controles institucionales, por el racismo y la xenofobia, el que marca el compás de los republicanos. Y, desde que dejó el poder, Trump ha vuelto con más fuerza a las narrativas de la Guerra Fría y suele referirse a los demócratas como comunistas. Otros republicanos que se han presentado ya como posibles adversarios de Trump para la presidencial de 2024, como Ron DeSantis, gobernador de la Florida, han seguido también en la línea del anticomunismo. La principal base electoral de los republicanos sigue siendo las amplias capas de ingresos bajos o medios, poca educación y habitantes de áreas rurales o suburbanas, sobre todo blancos. El discurso, sin embargo, también ha permeado en profesionales jóvenes en bastiones electorales tradicionalmente dominados por los demócratas, como los suburbios de Nueva York y otros del noreste.
  • Las encuestas preelectorales ponen el tema económico como la principal preocupación de los estadounidenses en general. A principios del verano, como consecuencia directa de la invasión rusa a Ucrania, los precios del petróleo se dispararon y eso provocó una alzada de precios sin precedentes inmediatos. Los demócratas de Biden intentaron responder con programas de ayuda a la economía doméstica y paquetes para aliviar la deuda estudiantil de millones de jóvenes. El empleo, que se mantuvo en cifras saludables, ayudó a los demócratas. Al final, sin embargo, los analistas atribuyen el repunte republicano al asunto económico.
  • Los demócratas siguen esperanzados en que los votantes más jóvenes, sobre todo de mujeres, salgan a las urnas hoy: además de que es una población que ha favorecido al partido de Biden y Obama durante el trumpismo, el hecho de que la corte suprema estadounidense, dominada por magistrados republicanos conservadores, haya revertido la ley que permitía el aborto universal en Estados Unidos ha causado indignación incluso en bastiones abiertamente trumpistas y republicanos.

Vuelta a la relación con Centroamérica

El Poder Legislativo estadounidense no tiene, en principio, atribuciones en materia de política exterior.  Eso le corresponde al Ejecutivo. El Congreso, sin embargo, tiene un músculo importante: el financiero. A través de sus comités de exteriores y de asignaciones presupuestarias, los representantes y senadores sí tienen capacidad de influir en la forma en que el Ejecutivo coopera con los gobiernos extranjeros y en la percepción que de esos gobernantes hay en Washington. Desde el Congreso, además, los demócratas han confeccionado una narrativa poco favorable a los presidentes de Guatemala y El Salvador, más cercanos al trumpismo.

Hay ejemplos recientes de la influencia demócrata en el caso centroamericano. En los años más recientes, por ejemplo, destaca el caso de Norma Torres, congresista de origen guatemalteco que representa a California y ha sido una de las voces más críticas a los gobiernos de Jimmy Morales y Alejandro Giammattei en Guatemala. La influencia de Torres en los comités legislativos de la cámara baja y en la Casa Blanca de Biden ha valido para que el ejército de Estados Unidos se haya visto obligado a dar explicaciones sobre el mal uso que esos dos gobiernos guatemaltecos han hecho de equipo militar estadounidense. O para que el Departamento de Estado confeccione la llamada Lista Engel, en la que ha incluido a los principales autores de la persecución política y judicial contra opositores a Giammattei.

En el caso de El Salvador, Torres también ha señalado en público las tendencias autoritarias de Nayib Bukele, lo que le ha valido acoso directo del presidente salvadoreño y, en forma más reciente, del diputado oficialista Christian Guevara, quien, saltándose la ley y todas las formas diplomáticas, pidió abiertamente a los salvadoreños residentes en el distrito californiano de Torres no votar por ella.

Foto: Casa presidencial de El Salvador

Otro demócrata, Jim McGovern de Massachusetts, presidió en septiembre pasado una audiencia especial en la cámara baja para escuchar denuncias de abusos y violaciones cometidas por el gobierno de Bukele durante el régimen de excepción decretado en marzo pasado.

Cuando asumió en enero de 2021, la administración Biden anunció que su política hacia Centroamérica incluiría la preocupación por las denuncias de irrespeto a los derechos humanos que ya plagaban los informes sobre el norte de la región. El intento por detener los flujos migratorios de guatemaltecos, salvadoreños y hondureños seguiría marcando la relación, pero con un enfoque menos transaccional que el de Trump y con la promesa de exigir más explicaciones a los mandatarios centroamericanos. La Casa Blanca relanzó la llamada política de las causas-raíz, que había sido instaurada por Obama, entre las que incluyó la corrupción.

Los funcionarios de la Casa Blanca y el Departamento de Estado no huyeron, en principio, a la confrontación pública ante los abusos atribuidos a los gobernantes centroamericanos. Y, en general de forma silenciosa, el Washington demócrata empezó a apoyar a las decenas de exfuncionarios, jueces, defensores de derechos humanos, fiscales y periodistas que llegaron de la región perseguidos por Bukele y Giammattei.

El cambio más visible, respecto a Trump, fue el retiro de visados a altos funcionarios centroamericanos por señalamientos de corrupción y otros crímenes, así como algunas sanciones del Departamento del Tesoro, lo cual provocó la ira de San Salvador y Ciudad de Guatemala y reacciones viscerales como las apuntadas en el caso de la congresista Norma Torres.

Los republicanos, desde el Congreso en Washington, optaron más bien por ocuparse de otras regiones y sacar a Centroamérica de la agenda. Pero cabilderos cercanos a los círculos trumpistas, y al mismo presidente, han estado cerca de los gobiernos de Giammattei y Bukele, a los que han ayudado en el afán de lavar rostro ante las acusaciones de corrupción y violaciones a los derechos humanos.

Círculos ultraconservadores evangélicos, cercanos al exvicepresidente de Trump, Mike Pence, ayudaron a Giammattei a armar un viaje a Washington en junio de este año, que el presidente aprovechó para decir que era la agenda “provida” de su gobierno -en referencia a sus políticas de negación de derechos sexuales y reproductivos de las guatemaltecas- las que habían provocado los señalamientos de la administración Biden y no, por ejemplo, una investigación que lo ató con un soborno millonario de mineros rusos.

Mario Duarte, exjefe de inteligencia de Jimmy Morales, auto declarado republicano y empleado de cabilderos cercanos a Trump, ha servido de lobista en Estados Unidos a Zury Ríos, la hija del dictador Efraín Ríos Montt con pretensiones presidenciales, y a Nayib Bukele.

Damián Merlo, un lobista cercano al círculo republicano de Ronald Johnson, exembajador de Trump en San Salvador y exagente de la CIA, es uno de los principales cabilderos de Bukele. Merlo ha sido mencionado en investigaciones del FBI por su presunta participación en la fuga de los hijos del expresidente panameño Ricardo Martinelli, acusados de corrupción y otros crímenes.

En resumen, los presidentes Bukele y Giammattei se mueven entre empleados y colaboradores de los republicanos más conservadores, los que comparten los postulados del trumpismo y aprecian, sobre todo, esa política de dejar hacer y dejar pasar que tan bien hizo a las agendas autoritarias de ambos a principios de esta década. Y no parece ser un secreto que, desde las casas presidenciales de esas dos capitales centroamericanas se siguen de cerca las elecciones de este día en los Estados Unidos. En San Salvador, por ejemplo, el diario oficialista reproducía en sus redes sociales el mitin final de Trump y los ataques del republicano a la administración de Biden.

En la práctica, si los republicanos ganan ambas cámaras del Congreso este 8 de noviembre, las olas que ese triunfo puedan llevar hasta Centroamérica no llegarán de inmediato, pero lo harán eventualmente. Lo más previsible es que un congreso republicano sea más permeable a las narrativas autoritarias, anticomunistas o incluso a las lisonjas de los cabilderos que hablan en nombre de los presidentes centroamericanos, al menos en los casos de Bukele y Giammattei.

También hay que anotar que, para todos los efectos prácticos, el reclamo inicial de los demócratas de Biden a los autoritarios centroamericanos ha bajado de tono, y hoy sus representantes diplomáticos se fotografían sin problemas mientras entregan vehículos al cuestionado ejército guatemalteco o acompañan a una inauguración al ministro de Hacienda de Bukele, quien fue investigado por supuestos actos de corrupción durante la pandemia.

Los últimos bastiones de rechazo claro a las malas prácticas de los gobernantes centroamericanos están ahora en las oficinas de algunos demócratas que se han mostrado irreductibles, como Norma Torres o Jim McGovern. En un congreso republicano, esas voces serán menos sonoras.

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