Créditos: Prensa Comunitaria.
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El encierro ya no es opción

Por Edgar Gutiérrez 

Caminemos por un momento sobre esta hipótesis: la gente quiere librarse del Pacto de Corruptos. Los cerros que se precipitan a diario bloqueando los caminos, y los gigantescos hoyos que se abren en la tierra succionándolo todo, son mucho más que la metáfora del país en implosión ante nuestra mirada incrédula. Esa es la representación del régimen político.

Durante casi cuatro décadas los guatemaltecos nos refugiamos en la esfera privada. Allí encontrábamos los satisfactores materiales y buscábamos la felicidad, los honores, el prestigio, la distinción.

Hubo un abandono de la acción pública, cuya escena estuvo dominada por figuras grotescas carentes de cualquier virtud cívica. La participación en los asuntos públicos era de altísimo riesgo; se pagaba con entierro y destierro (rara vez con encierro).

El retorno a la democracia no modificó el escepticismo. Es más, fueron reforzados todos los mecanismos psicológicos y materiales que dieron primacía a lo privado. El aparato público fue desmantelado por ineficiente, y la asignación de bienes y servicios se sometió al mercado “realmente existente”.

Cada escándalo veraz, exagerado o ficticio de corrupción en las esferas públicas confirmaba que la acción pública era indeseable, decepcionante. La noción de democracia quedó ahogada precozmente, mientras que los políticos y la burocracia formada para el manejo profesional de los asuntos públicos fue barrida y desacreditada.

No obstante, lo público no desaparece. Eso sí, se degrada más y más, y cuando creemos que tocamos fondo se abre otro agujero, y otro y otro. A estas alturas la convertimos en profecía autocumplida.

La política pública no es la acción encaminada hacia el bien común, sino el ascensor -a velocidad de vértigo, escribía José Rubén Zamora en este diario- para el enriquecimiento privado a expensas de los bienes públicos. Es más, sus administradores han desbaratado los códigos de valores cívicos en los que se educaron nuestros padres, abuelos y bisabuelos, indistintamente de periodos políticos conservadores o liberales.

La degradación de la acción pública se precipitó en los últimos años de pandemia, hambre, desastres ecológicos y cinismo moral. La “confusión descarada” de lo público y lo privado ya incomoda a tirios y troyanos. Ni la indiferencia ni el silencio son opción, pues ya no hay zona exclusiva de confort.

Como anoté la semana pasada -siguiendo el guion de Ramazzini- se impone la acción pública no violenta. No estoy seguro si, estratégicamente, a esta acción le corresponde un movimiento de resistencia. Quizá más bien se trata de la inevitable salida de la esfera privada -donde hemos querido permanecer tanto tiempo- hacia la acción pública para “echar del templo a los mercaderes y fariseos” que fingen una moral y creencias religiosas que no tienen.

Si permanecemos en el encierro, la próxima vez que abramos la puerta de casa, el agujero negro estará justamente ahí… a un paso.

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