Créditos: Prensa Comunitaria
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Por Dante Liano

Veo la serie de televisión “Terminal List”, de la plataforma Prime Video. Nada nuevo, como género cinematográfico y televisivo. Pertenece a los llamados revenge film, inaugurados hace muchos años por Charles Bronson con la serie Death Wish, cuya popularidad fue tan grande que generó una serie de réplicas más o menos afortunadas. El esquema es simple, y quizá esa simplicidad sea la clave del éxito: un hombre pacífico (generalmente norteamericano, generalmente blanco, generalmente piadoso, generalmente clase media) sufre un delito sangriento por parte de uno o varios delincuentes que se burlan de la ley. El pacífico ciudadano se siente poco protegido por las autoridades y decide tomar venganza por su mano. Se arma como si fuera a invadir una nación extranjera y va exterminando uno por uno, con métodos cada vez más sangrientos, a los autores de la fechoría. El final de la película muestra la eliminación del principal responsable, con lujo de sadismo y crueldad. Al final, el ciudadano está vengado y el espectador ha realizado una buena catarsis de sus peores instintos.

“Terminal list” está supervisada por Antoine Fuqua, un especialista de películas de acción. Fuqua se pone al servicio de la trama y la desarrolla con eficiencia y puntualidad. No temo hacer el “spoiler” de la serie, tan banal es su argumento y tan esquemático su desarrollo. Basta decir que quien gusta de los revenge movies (de los cuales la primera víctima ha sido Liam Neeson, arruinada una notable carrera de actor por la esclavitud de ese tipo de films), encontrará gusto y regusto en esa serie televisiva.

Se cuenta del comandante James Reece, quien dirige una típica misión de contraespionaje en Siria. Se trata de asesinar al líder de una facción enemiga de los Estados Unidos. Independiente de la idea de que los Estados Unidos no han declarado guerra a Siria y de la pregunta de qué están haciendo allí, la tropa de Reece es exterminada por una traición y el único sobreviviente es él. Nadie explica este golpe de suerte. Al regresar a casa, Reece hace demasiadas preguntas, tantas, que los responsables de la masacre de sus compañeros le mandan un sicario. Al no encontrarlo en casa, el asesino se contenta con matar a su mujer y a su pequeña hija. Naturalmente (¿naturalmente?) esto dispara el resorte de la venganza. Con la ayuda de una periodista independiente, Reece ubica a los responsables del asesinato de su familia y compañeros, elabora una lista y los ocho episodios de la serie se van alargando mientras el héroe cumple su misión. Ríos de sangre y violencia extrema.

Uno se pregunta como el prestigioso sitio IMDB le ha consignado 8/10 como calificación. Ni la trama resabida, ni el alargamiento de los capítulos con tan poca materia narrativa, ni la pétrea actuación de Chris Pratt merecerían una calificación tan alta. Más severa y rigurosa la que le otorga Rotten Tomatoes: 40/100. Las reseñas de los críticos son más devastadoras que la misma venganza de Reece.

Interesa, en esta serie un poco manida, el desvelamiento del pensamiento que contiene. El protagonista, un psicópata paranoico transformado en héroe, padece de uno de los delirios más frecuentes y más difundidos en nuestros tiempos: la idea de que existen corporaciones nacionales o multinacionales superiores a gobiernos y entidades gubernamentales. Esas corporaciones corrompen a los políticos y utilizan todo tipo de medios ilícitos con tal de aumentar sus ganancias, preferiblemente con el tráfico de droga o de armas. James Reece ejecuta una rebelión personal e individualista, y pasa por encima de la ética y de la ley, elementos insustanciales que ni siquiera toma en consideración.

El comandante Reece debería haber ido a recibir lecciones de un grupo de indígenas mayas de Guatemala. Entre los años 70 y 80, el gobierno, aliado con algunas multinacionales, decidieron construir una presa en su territorio. Los mayas se opusieron y la respuesta del Estado fue masacrarlos. Hubo sobrevivientes, y, pasados los años, llevaron el caso ante la Corte Interamericana de los Derechos Humanos, quien reconoció su razón y condenó al gobierno al resarcimiento de los daños. Una lección de paciencia ciudadana, de pacifismo activo, de consolidación del estado de derecho.

La segunda cuestión desvelada por la serie tiene que ver con los Derechos Humanos. Hace ya algunos años, la nueva filosofía francesa proclamó el fin del antropocentrismo, esa sólida base de la cultura occidental, según la cual el ser humano es el eje del mundo. La imagen más significativa de la centralidad del ser humano es, quizá, el “Hombre de Vitruvio”, de Leonardo da Vinci. Desde el punto de vista legislativo, la proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, su punto más alto. Las dos guerras mundiales, seguidas de otras geográficamente más localizadas, pero cada vez más cruentas y saguinarias, han violado sistemáticamente tales Derechos, al punto que las grandes potencias del mundo hacen caso omiso de los reclamos de las organizaciones internacionales. Lo que James Reece hace en el plano doméstico, los nuevos imperios lo repiten en sus áreas de influencia y proclaman, con sus acciones, el crepúsculo de una doctrina entre las más hermosas y utópicas concebidas por la humanidad.

Publicado desde el Blog de Dante Liano

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