Créditos: Prensa Comunitaria.
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Por Héctor Silva Ávalos

Nos odian porque no les permitimos que su propaganda impune se extienda, tapando sus abusos, su corrupción, sus crímenes.

Nos odian porque, la mayoría de las veces, no les creemos. Porque, en las aulas y en las calles, en las coberturas y cuando escribimos, entendimos que ellos suelen mentir. A veces esconden sus narrativas en formulaciones elaboradas, como cuando nos quieren vender las bondades de un modelo económico, por ejemplo, o lo que ellos entienden como la inmutabilidad de la injusticia. A veces mienten descaradamente.

En el norte de Centroamérica los gobernantes y los empresarios que los financian suelen ocupar el segundo formato, el de mentir sin vergüenza. Por diferentes razones que van desde el uso que hacen algunos de las redes sociales hasta el control absoluto de los medios de comunicación, estos poderosos no necesitan ser cuidadosos. Solo mienten.

Mintió Alejandro Giammattei durante toda la pandemia de COVID-19. Fue a mentir a Washington con el cuento aquel de que es por su agenda “provida” que el gobierno de Joe Biden y la CIDH le reclaman su corrupción y sus abusos contra los derechos humanos. Le reclaman, como miles de guatemaltecos, porque ha sido él quien destruyó por completo las instituciones democráticas, quien hizo de Guatemala uno de los peores ejemplos en atención del COVID-19, un paraíso de corrupción. Le reclaman porque hace cosas, en complicidad con su fiscal general, como meter preso a uno de los periodistas más influyentes del país, Jose Rubén Zamora.

Miente casi a diario Nayib Bukele. Lo hace desde el día en que juró como presidente de El Salvador. Mintió sobre sus opositores, al crearles acusaciones espurias. Miente sobre las cifras de la pandemia. Miente sobre las cifras de homicidios en el país al no contar como tales las muertes de personas que mueren en enfrentamiento con la fuerza pública o las que mueren en sus cárceles. Bukele, en realidad, basa buena parte de su éxito en una mentira, la que implica a su pacto con las pandillas MS13 y Barrio 18. Y en esas mentiras basa Bukele su inmensa popularidad.

Sabe, el salvadoreño, que los descubrimientos de los periodistas independientes, los pocos que quedan porque a varios los compró y a otros los exilió, taladran su muro de mentiras de forma incansable. Él, el presidente, responde con más mentiras y con amenazas.

Daniel Ortega, en Nicaragua, lleva décadas mintiendo. Acaso la mentira más importante es la que él y su esposa repiten sin cesar para desgracia de Nicaragua primero y de toda la izquierda latinoamericana después: que ellos son el pueblo porque él alguna vez fue sandinista, de los que siguieron a Sandino, no de la élite depredadora en la que se convirtieron.

Ortega ya decidió, acaso cansado de las medias tintas, que mejor cortar por lo sano. Ya metió en la cárcel a los políticos que le podían hacer sombra en las elecciones presidenciales. También mandó presos a periodistas, persiguió a otros y mandó al exilio a una redacción completa, la de La Prensa. Expatrió a nicaragüenses valiosos, amantes de su patria, como el escritor Sergio Ramírez.

Hasta en Costa Rica, otrora envidia del norte centroamericano por su vocación democrática, el miedo de los gobernantes y la represión que le acompañan son ya patentes. En un despliegue acaso aprendido de los arrebatos de Bukele o de Donald Trump, el populista y racista en jefe que gobernó Estados Unidos de 2016 a 2020, el presidente costarricense Rodrigo Chaves arremetió verbalmente contra periodistas que lo han criticado. Es el primer paso. Luego sigue el uso de las instituciones del Estado para amenazar y exiliar, como en El Salvador. Después el uso del Ministerio Público para encarcelar, como en Guatemala y Nicaragua. Y luego llegan los asesinatos, como en Honduras y México.

El miedo de los gobernantes al periodismo es como el de cualquier depredador que, al verse acorralado, reacciona matando con lo que tiene enfrente, lo que se pone en su camino. En su editorial del 5 de agosto, el Washington Post lo dijo claro al referirse al caso guatemalteco: “El gobierno de Guatemala arrestó a José Rubén Zamora porque le tienen miedo a la verdad”.

Nos odian porque nos tienen miedo. Por eso nos persiguen, nos exilian, nos difaman, nos meten presos. Por eso amenazan y por eso nos matan. Escribo en plural porque me entiendo, junto a los colegas de Prensa Comunitaria y otros de medios igual de valientes en Centroamérica, como parte de un nosotros, de los que investigamos, escribimos y publicamos a pesar de todo.

Al final, solo eso nos queda, seguir preguntando y escribiendo, sin permitir que el miedo de ellos y de los otros cobardes que se les arrodillan alimente nuestros propios temores, que son legítimos y entendibles, pero no deben de paralizarnos. Si dejamos de escribir y publicar, las bestias, miedosas, son las que ganan. Pero tenemos demasiado que perder, nosotros y nuestras pequeñas democracias, como para dejarlos seguir, impunes, sin respuesta.

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