Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 3 minutos

Por Dante Liano

He ido a visitarte para llevarte unas flores, y me ha hecho falta tu compañía, porque siempre venías conmigo para esos menesteres. Pero no podías venir, porque era a ti a quien iba a visitar. Me ha hecho falta, también, tu compañía, para ir a la casa de campo de nuestro hermano, porque, en esos viajes, pasaba por tu casa y nos íbamos juntos por el camino hacia la antigua ciudad, cerca de cuyos monumentos está la montaña en donde admiramos un volcán peligroso y eterno, y otro volcán, manso y reposado. Me hizo falta la desviación, la casa amarilla, tu comentario sobre mi modo de conducir, tu sentido del humor, tus aborrecimientos permanentes. No pudiste venir por las flores, por el prado, por el cielo azul inmutable y sus nubes que amenazan lluvia, por la negra lápida en donde está tu nombre y unas fechas doradas.

He tratado de recordar de memoria una poesía de Nicanor Parra: “Ritos”. Según la engañosa falsaria que nos habita, el poema comenzaba con “Cuando regreso a mi país/ lo primero que hago es preguntar por los heridos…” En realidad, el poema dice:

“Cada vez que regreso

                               A mi país después de un viaje largo

Lo primero que hago

Es preguntar por los que se murieron:

Todo hombre es un héroe

Por el sencillo hecho de morir

Y los héroes son nuestros maestros.

Y en segundo lugar

                               por los heridos”.

La mentirosa memoria me hace recordar que alguien, alguna vez, dijo: “Uno es de donde come”. Pragmática versión del título de un conocido libro de Feuerbach: El hombre es lo que come. No coincido en ubicar las raíces espirituales de cualquiera en sus actividades digestivas. Quizá habría que arreglar el aforismo con: “Uno, también, es de donde come”. Tal materialista razón indica, de alguna forma, el agradecimiento al país hospitalario que, bien o mal, nos da techo y alimento (no siempre de buen humor). Está bien ese reconocimiento. No está del todo bien exagerar: las raíces se extiende y se bifurcan según se vive, según se cambia de casa o de fronteras. Uno es del país que le da de comer, pero, inexorable e inextinguible, el arraigo a donde se nació permanece y dura.

Y vengo a recordar, entonces, una frase atribuida a Gabriel García Márquez, probablemente apócrifa: “Uno es del lugar en donde tiene enterrados a sus muertos”. ¿Será verdad? ¿O se trata solo de una frase de efecto, de aquellas de tan buen sonido que el idioma nos arrastra a creerlas verosímiles? Un amigo poeta, Guillermo Fernández, era asiduo de los cementerios. Le encantaba el Cementerio Inglés de Florencia, una isla en medio de un tráfico feroz. Y cuando se va a París, no se puede dejar de ir a visitar a Julio Cortázar, con sus cartas de admiradores depositadas en liturgia laica; la de Jim Morrison, Enrique Gómez Carrillo, Consuelito Suncín, Miguel Ángel Asturias, con su estela maya que figura un rostro como el del mismo escritor.

Quizá lo más razonable sea conceder que las patrias de una persona son muchas, según haya sido su vida. Los mayas consideran que una persona es de donde está enterrado su ombligo. Se refieren a una costumbre ancestral: cuando nace un niño, la comadrona se preocupa de enterrar el cordón umbilical en el patio de la casa, o bajo un árbol cercano a la habitación. Esto garantiza, físicamente, la raigambre a un determinado lugar. La patria no está pensada como nación, sino como la casa de nacimiento. Ese centro del mundo que todos llevamos. Algunos escritores fatigan el lugar común repitiendo: “Mi patria es el lenguaje”. No es verdad. Quizá la respuesta que más se acerca a la verdad la sugiere Salomón, cuando dice: “En donde está tu tesoro, allí está tu corazón”. La sentencia puede ser interpretada en modo literal: hay quien tiene su corazón puesto en los propios bienes materiales. O puede ser interpretada en modo espiritual, alrevesando el dicho: “Donde está tu corazón, allí está tu tesoro”. Quizá la patria no sea más que un lugar abscóndito, ese donde atesoramos nuestros afectos, donde residen las personas que amamos, y que pueden ser vastos territorios del interminable mundo. ¿Dónde está mi gente? Me pregunto. Allí es mi patria, allí está mi corazón.

Publicado originalmente desde el Blog de Dante Liano

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