“No ha sido fácil”, la entrevista de Erika Aifán a cuatro meses de su exilio en EEUU

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Créditos: Nelson Chen.
Tiempo de lectura: 5 minutos

 

El exilio es una pérdida, es un duelo, hay que procesarlo y, para eso, hace falta más que el tiempo. A veces se necesita de un acompañamiento profesional para lograr estabilizarse. Marco Antonio Garavito

Por Paolina Albani

La exjueza de Mayor Riesgo D, Erika Aifán, cumplió cuatro meses en el exilio, un desarraigo que “no ha sido fácil” enfrentar. Thelma Aldana, exfiscal general del Ministerio Público (MP), aseguró que si Aifán no hubiese abandonado Guatemala, “la hubiesen matado”. Sus relatos colocan sobre la mesa lo que significa el destierro forzado y el impacto que el exilio tiene en la vida de aquellos que se vieron obligados a irse.

Antes de que Aifán llegara a Washington, donde ahora vive, la situación en Guatemala para ella ya era insostenible. Mientras ejerció como jueza de mayor riesgo fue espiada por sus propios auxiliares, seguida por vehículos desconocidos e incluso, su casa fue vigilada con drones. La exjueza trató de quedarse y presentar las pruebas necesarias para descalificar las denuncias que presentaban en su contra los aliados del Pacto de Corruptos.

Pero nada fue suficiente. El destino de Aifán ya estaba cantado.

“Pretendían detenerme, humillarme públicamente y luego matarme en una cárcel en el país”, confirmó Aifán en la entrevista con Univisión. Y no es la única que piensa lo mismo. Aldana, quien lleva casi cuatro años en el exilio, aseguró que  de haberse quedado en el país “la hubiesen matado”, como sospecha que también intentaron hacer con ella.

La exjueza, quien conoció casos que involucraban la investigación de estructuras de lavado de dinero, narcotráfico, pandillas, y a funcionarios de alto perfil de los tres poderes del Estado, además de empresarios, llegó a Washington en marzo de 2022, mientras simulaba tomar unos días de vacaciones.

Días después, su padre y abogado personal, presentó su carta de renuncia ante el Organismo Judicial.

Aifán y Aldana forman parte de la lista de, al menos, 24 operadores de la justicia guatemalteca que han tenido que dejar el país para salvar la vida y son dos de las 10 que viven en Washington como asiladas políticas.

“El exilio duele”, aseguró Aldana, quien admitió que durante los primeros tres meses de su salida del país lloró “mañana, tarde y noche”.

Aldana llegó a EE.UU. en 2018, después de liderar la lucha anticorrupción al frente del Ministerio Público, con ayuda de la extinta Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), liderada en ese entonces por Iván Velásquez, un jurista colombiano conocido por su puño de hierro, figurativamente hablando.

Durante las investigaciones que realizó el MP y la CICIG “señalamos que Guatemala era un sistema capturado y que la corrupción era sistémica”. Investigaciones como La Línea, Cooptación, La Cooperacha, El Agua Mágica y otras más, llevaron al banquillo a altos funcionarios de Gobierno, incluidos Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti, expresidente y exvicepresidenta.

Con la llegada de Aldana y el fortalecimiento de la CICIG, Guatemala vio el nacimiento de una era de justicia que no se detuvo en la captura de políticos, sino que tocó estructuras militares y empresariales incrustadas en el sistema.

La orden de captura contra Aldana, en 2018, fue el inicio del declive de esa institucionalidad que, cuatro años después, y tras la salida de la CICIG, ha logrado que una buena parte de los jueces, fiscales y magistrados anticorrupción tuvieran que abandonar Guatemala.

Su salida no solo ha significado la pérdida de la independencia judicial y el retroceso en casos emblemáticos, varios de ellos de justicia transicional, que parecen haber quedado en suspenso, sino que ha significado la pérdida de sus proyectos de vida.

Aislados y en el exilio son menos fuertes y un par de estudios lo confirman.

De acuerdo con el estudio El reverso de la soledad, el exilio, “implica el corte radical con lo que habita en nosotros mismos y que se impone como un zumbido invadiéndonos”.

También representa un tipo específico de migración, frecuentemente, traumática en la cual la partida del país de origen es forzada y el regreso es imposible, según el estudio Trauma histórico pérdidas y separaciones: un análisis para evaluar los problemas específicos de la salud mental de los exiliados.

Para este estudio, realizado en 2008, fueron encuestados 240 exiliados cubanos adultos, residentes en Florida. Los resultados arrojaron que más del 60% de los exiliados reportó pensamientos frecuentes relacionados con las separaciones familiares y pérdidas emocionales, producto del proceso de la inmigración y el exilio. Más del 25% reportó síntomas de depresión y trastornos de estrés postraumático.

Las víctimas de estos procesos suelen desarrollar el llamado síndrome del sobreviviente un cuadro que ocurre cuando se pierden seres queridos, se pierde el hogar y las posesiones materiales a las cuales les se les ha dado un valor emocional-simbólico y profundo, cuando se es víctima de humillaciones, cuando se es víctima de discriminación y sufrimiento físico y emocional, cuando la persona se ve en una situación de peligro inminente y peligro de muerte, reportó el mismo estudio.

El exilio como la destrucción de un proyecto de vida

Marco Antonio Garavito, de la Liga de Higiene Mental, conversó con Prensa Comunitaria sobre los efectos y el impacto que el exilio y el desarraigo tiene en las personas.

Explicó que los seres humanos, en general, tienen un proyecto de vida, una visión de lo que quieren hacer o ya hacen desde un punto de vista personal, laboral o familiar.

Y en un contexto en el que ocurren hechos no contemplados o que, de manera intempestiva, ponen en riesgo perder la vida, y se pierde el control. Esto puede crear desajustes en el plano emocional e impactar la salud mental.

“Es lo que ha ocurrido con estas personas que han dejado su proyecto de vida, a su familia, a sus sueños. Los obliga a reconstruirse a partir de cero. Así los reciban con confeti en otro lugar, siempre hará falta lo cotidiano, la familia, la añoranza a las cosas que comían… Es decir, las cosas más simples que son parte de esa realidad subjetiva que aportan a la estabilidad emocional”, dijo.

El exilio es una pérdida, es un duelo, hay que procesarlo y, para eso, hace falta más que el tiempo. A veces se necesita de un acompañamiento profesional para lograr estabilizarse, indicó.

Quienes viven en el exilio, en el plano ideológico, no dejan de plantearse que han salvado la vida al salir del país, pero se ven confrontados por otros aspectos, por ejemplo como los defensores sociales que han sido amenazados pero que permanecen en Guatemala, pues saben que desde adentro pueden hacer más que estando lejos.

“Esto crea un desajuste que los hace cuestionarse si irse era la respuesta. Tienen una buena voluntad de aportar para la construcción de una realidad distinta, pero de lejos es difícil incidir.  De esto no se habla, pero es un tema que está en el imaginario de quien lo sufre y no dejar de impactarlos”, expresó Garavito.

“Se les nombra como héroes y puede que ellos se pregunten si en realidad lo son. Este imaginario de héroes pareciera muy bueno, pero puede crear desajustes emocionales porque no se juega un rol como el que tuvieron antes de irse”, añadió.

A decir de Garavito, vivir en el exilio no solo los extrae de un ámbito político, cultural, económico y social sino que, además, crea una afectación emocional muy fuerte en donde el espíritu de lucha empieza a decaer porque no sabe cómo sobrevivir en un entorno ajeno al suyo.

Uno de los aspectos que más los impacta es la soledad. Tanto Aifán como Aldana dejaron el país sin llevar a sus familias. Esa soledad resta al proceso que tienen que llevar para sobreponerse, dijo.

*Con información de Univisión

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