Créditos: Edgar Gutiérrez Giron 
Tiempo de lectura: 2 minutos
Siguiendo el título del libro de Juan Alberto Fuentes
Por Edgar Gutiérrez Giron 
En el periodo democrático la vida de los partidos políticos es cada vez más fugaz. Los partidos que ganan una elección presidencial sufren el “efecto palomilla”: el foco del poder los quema.
Solían mantener apreciable fuerza en el Congreso, al menos durante dos periodos después de abandonar el poder Ejecutivo, hasta que se extinguían irremediablemente.
En las últimas elecciones esa precariedad se aceleró. El poderoso PP de Otto Pérez y Roxana Baldetti alcanzó apenas 17 diputados en la legislatura 2016-2020, y fue la cuarta fuerza. Al FCN -el taxi que llevó a Jimmy Morales- le fue peor en 2019: 13 diputados, quinta fuerza. (Sus presidenciables no alcanzaron ni el 5 por ciento de los votos.)
La tendencia continuará en 2023. Es muy probable que Vamos, el partido oficial, ni logre los dos dígitos de diputados. Por eso hay una apuesta deliberada por la fragmentación del voto como estrategia para juntar mayorías en el Congreso 2024-2028, sin importar quien gane la Presidencia de la República. Al cabo, si es un Presidente rebelde el Pacto renovado lo hace su rehén.
Esa fórmula podría funcionar a partir de dos premisas: 1. El control nada disimulado del Tribunal Electoral y de todas las Cortes, en particular la CC (dictadura de magistrados), y 2. Inyección de enormes volúmenes de financiamiento electoral ilícito (por la forma y el origen del dinero: corrupción y narco, en ese orden).
A estas alturas los partidos y los políticos son todos fungibles. Hoy tienen todo el poder, aparentemente, y mañana muy poco o nada. Guatemala es el único país de la región que carece de referentes permanentes indispensables: aquellos ex presidentes que desde la sombra inciden en los grandes acuerdos de gobernabilidad o los desbaratan.
La pregunta obvia es, si el poder político no está en los políticos, ¿dónde está? Hace dos décadas habríamos apuntado hacia la súper cúpula del CACIF. Ahora no, en parte porque las propias elites económicas quedaron rebasadas por las dinámicas de los mercados y las redes políticas ilícitas. Aferradas al pasado, titubearon en adoptar una visión estratégica de desarrollo abierto. No les queda otra que enamorar a cada nuevo gobernante, pues los dueños del Congreso son otros.
El poder electoral descansa en las redes políticas y económicas ilícitas, cada vez más híbridas. No suelen ser tan sofisticadas, pero sí eficaces. Cada una alimenta su capital originario y establece acuerdos que, salvo incidentes, respetan. Por eso, a diferencia de México, acá no ha habido una guerra extendida ni prolongada entre narcos. Comenzaremos a ver, eso sí, tensiones y cierta violencia pre-electoral a nivel local, como en anteriores procesos.
Los partidos reformistas apenas sobreviven en este terreno enteramente minado, y ahora están ante el gran desafío de ser más astutos y visionarios para mover la única variable independiente de la ecuación electoral: el pueblo.

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