Créditos: Prensa Comunitaria.
Tiempo de lectura: 4 minutos

Por Dante Liano

El miércoles 1 de junio de 2022, en el conocido estadio de Wembley, se enfrentaron las selecciones nacionales de Italia y Argentina, en un partido llamado, con estrépito, “la finalísima”, porque una es campeona de Europa y, la otra, de América. El equipo italiano venía de una serie de derrotas inconcebibles, contra equipos considerados inocuos. Los argentinos desplegaban un escuadrón de estrellas internacionales, cuyo capitán es el inefable Lionel Messi, un enigma esotérico y hierático, como las estatuas mesopotámicas o algunas esculturas románicas. Nadie niega a Messi la genialidad futbolística. Cuando tiene la pelota entre los pies, se expresa con la fuerza y la naturalidad que le faltan cuando toma la palabra. Se dice que su hobby favorito (cuando no se está entrenando en el gimnasio o en el campo) son los videojuegos. Mejor que Cristiano Ronaldo, coleccionista de automóviles de lujo. También se dice que es la desesperación de los periodistas, porque su mutismo resulta ejemplar. Un ejemplar cultivador de un nihilismo sin filosofía y sin literatura, sin arte ni parte: todo hogar, tele y fútbol.

Hace su ingreso, aquí, el cronista estrella de un periódico que representa el pensamiento de la burguesía italiana: un diario que siempre está donde debe estar. Para explicar la derrota italiana (3 a 0), el desconcertado periodista elabora un razonamiento que, cuando llega al fondo, muestra su falta de complejidad. Dice que los recientes éxitos de Argentina se deben a la colocación en el campo de Leo Messi. Según el cronista, Messi juega por su cuenta y el equipo por la suya. Tal extraña demostración de esquizofrenia (aunque sea esquizofrenia de los pies) resulta la cábala secreta del juego rioplatense. Analiza, en seguida, al entrenador argentino, de quien reconstruye la carrera. De antología del desprecio la frase con la cual señala que Scaloni jugó en Italia “sin que nadie se diera cuenta”. Llega, luego de estos paréntesis bizarros, a la esencia de su razonamiento.

En Argentina, se suele usar este modismo: “la verdad de la milanesa”. Es cuando quien está por proferirla se encuentra totalmente seguro de que su frase contiene, en modo absoluto, un compendio de sabiduría y realidad. “La verdad de la milanesa” sobre la derrota de Italia ante Argentina reside, para el cronistaen la siguiente especulación: dentro de la selección albiceleste, no hay un solo jugador que participe en el campeonato argentino, todos viven en Europa. Por tanto, los argentinos no juegan como saben jugar, sino como han aprendido a hacerlo en el Viejo Continente. Cito, con un poco de vergüenza: “El argentino es técnico porque (es) un poco italiano, un poco español, indio y alemán, pero resulta incoherente, tiende a la grosería o al exceso de magia”. En otras palabras, la mezcla de etnias produce seres simultáneamente mágicos y rudos. ¿Por qué no decir “salvajes”? Más no termina aquí la reflexión. El cronista prosigue, y vuelvo a citar, con más vergüenza ajena: “Europa, desde hace años, ha trabajado sobre ese talento y lo ha hecho doméstico”. En otras palabras, estos salvajes argentinos han sido domesticados por los europeos y ahora no solo saben jugar, sino que se permiten aplastarnos con una goleada.

No extrañe a nadie esta expresión del inconsciente por la modesta boca de un cronista deportivo. El sabio dominicano Pedro Henríquez Ureña lo había dicho, hace ya muchos años, en su espléndida Corrientes literarias en la América Hispana. El mito de la América salvaje nace con los Diarios, de Cristóbal Colón. Allí, el magnífico Almirante pinta a los habitantes de la isla de San Salvador como desnudos cual su madre los parió, y también que se incensaban con el humo que aspiraban (el tabaco). Colón anota que son salvajes y de natural manso y bondadoso (“mágico”, dirían hoy). Esa primera imagen colombiana se regó por el mundo. Y sigue persiguiendo a los latinoamericanos.

No sería un gran problema si tal concepción, que mezcla barbarie, magia y salvajismo, no implicará también la categoría de “inferioridad”. Y, por consecuencia, de la superioridad “occidental”. Tito Monterroso, en un memorable ensayo sobre la novela de la dictadura en América Latina, reflexiona sobre el hecho de que los europeos nos atribuyen el monopolio de los dictadores, mientras olvidan los nombres de Mussolini, Hitler, Franco, Salazar y Stalin. A menos que haya dictadores civilizados y dictadores salvajes. En un artículo aparecido en Internazionale, de esta semana, Lea Freze e Xifan Yang, de Die Zeite, señalan cómo la actitud europea ante la invasión rusa de Ucrania no es compartida por una buena cantidad de países en el mundo. Un ejemplo bastante fuerte de la reacción de algunos está en la respuesta del primer ministro de Pakistán a los embajadores que le exigían adherir a las sanciones contra Rusia: “¿Con quién creen estar hablando? ¿Con esclavos siempre dispuesto a obedecer las órdenes de ustedes?” Una frase enérgica, que viene a la mente al leer al inocente cronista deportivo.

Publicado originalmente desde Dante Liano Blog

Dante Liano, Guatemala , 1948. Comenzó a publicar narrativa desde muy joven. En 1974, ganó el Primer Premio en la sección Novela, con Casa en Avenida, en los Premios Literarios Centroamericanos de Quetzaltenango. De 1975 a 1977 vivió en Florencia. En 1978 regresó a su país, donde publicó Jornadas y otros cuentos (1978). Otros libros de cuentos son: La vida insensata (1987) y Cuentos completos (2008). La persecución contra los docentes universitarios lo decidió a dejar el país en 1980. Se estableció en Italia, donde se dedicó a la enseñanza universitaria. Actualmente es profesor de literatura española e hispanoamericana en la Università Cattolica del Sacro Cuore (Milán). Ha publicada varias novelas, entre ellas: El lugar de su quietud (1989), El hombre de Montserrat, (1994), El misterio de San Andrés, (1996), El hijo de casa (2004), Pequeña historia de viajes, amores e italianos (2008), El abogado y la señora (2017) y Requiem per Teresa (2019). Con Rigoberta Menchú ha colaborado en la publicación de 6 libros de relatos mayas. Premio Nacional de Literatura (1991) de Guatemala.

COMPARTE