Colombia: las urnas para buscar la paz y el desarrollo

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Créditos: Francisco Rodas
Tiempo de lectura: 4 minutos

Por Francisco Rodas

A pocas horas de haber cerrado los centros de votación, los sondeos señalaban que en Colombia había un ganador, pero no un nuevo presidente. Se confirmó lo que las encuestas pronosticaban: que el favorito era Gustavo Petro, pero que su propulsión no tenía el suficiente influjo para ganar en primera vuelta.

En lo que si fallaron los sondeos fue que Federico Gutiérrez, acólito de la psicopatía uribista, fuera relegado a un tercer lugar y en segundo lugar remontara Rodolfo Hernández, un personaje centrado en luchar contra la corrupción, aunque un mes después de la segunda vuelta esté citado para enfrentar juicio por malos manejos durante su paso por la alcaldía en el municipio de Bucaramanga, por lo que ganar la presidencial le viene al dedo.

A partir de esto, o precisamente por esto, pareciera ser que la segunda vuelta es de pronóstico reservado, porque en la nueva correlación de fuerzas supone diluirse lo peor de la ultraderecha colombiana, aunque quien ocupa este segundo lugar no es seguro que sea un aspirante de mejor calaña.

La afinidad oculta de Hernández, mal llamado outsider, porque no se ve que su propuesta exceda el establishment, es tal con el uribismo que, sin consultar al patriarca, Fico Gutiérrez el mismo domingo de su derrota expresó de inmediato su apoyo a Hernández, moviendo a los analistas políticos a pensar que Petro la tiene difícil en el contexto de una alianza rabiosamente anti izquierda.

El vaticinio dominante parte del supuesto que al sumar los votos de Hernández con los de Gutiérrez basta para derrotar al Pacto Histórico de Petro y punto. Dicha ecuación ha servido de base para que un sector del poder mediático realice piruetas de trendings de audiencia, donde Hernández figura holgadamente como ganador. No así, las encuestadoras con métodos más cristalinos estiman que, independientemente de quien vaya a la cabeza, la diferencia entre ambos es mínima, calificándola como “empate técnico”.

Otras narrativas de la primera vuelta han sido considerar que despojar al uribismo como el centro de gravedad de la política colombiana ha sido mérito de Hernández, restándole créditos a Petro. A su vez, se divisa un Petro que ya dio todo el ancho, que sus expectativas de movilización toparon el umbral.

Pero las cosas no son tan predecibles como parecen a primera vista.

Colombia es una nutrida constelación de 1 122 municipios, aunque la mitad de su población reside en tan solo 2.6% de ellos (29 municipios). En correspondencia a este perfil demográfico, encontramos que el 75% de la participación electoral en esta primera vuelta se concentró en 156 municipios, es decir en el 13.9% del total de estas jurisdicciones.

Territorialmente lo más visible ha sido la estrepitosa pérdida de plazas del uribismo: mientras en la primera vuelta de 2018 Iván Duque dominó en 801 municipios, ahora su sucesor Gutiérrez apenas logró conquistar 161 de estas localidades. Al contrario, Petro en la elección de 2018 logró ganar en 258 municipios mientras está vez aumentó a 414, aunque Rodolfo Hernández al final fue quien ganó en más municipios (549).

Pero el perfil de Petro son los municipios con caudales de votos altos, tanto que para lograr la mitad de los votos obtenidos necesitó únicamente 24 municipios donde se hizo con el triunfo. Mientras para Hernández para lograr una proporción similar no le alcanzaron los votos de todos los municipios donde ganó.

El dominio territorial de Duque, o del uribismo en su defecto, fue erosionado particularmente por Hernández, quien se hizo de 523 municipios que antes habían sido ganados por Duque. El mismo daño, pero en más baja cuantía, lo produjo Petro al arrebatarle al uribismo 127 de sus antiguas jurisdicciones.

Si bien para la segunda vuelta Hernández ve que la balanza se inclina hacia él debido al corrimiento a su favor de cierta parte de los uribistas, también debe tomarse en cuenta que Petro su preeminencia se da en aquellas localidades con más densidad o potencialidad de votos, y que por lo tanto la capacidad de convocatoria puede ser mejor retribuida.

Aunque Hernández en la superficie ha sido reticente a las alianzas o los apoyos públicos y explícitos del uribismo y sucedáneos, en realidad es lo único que tiene para “ajustar” su triunfo.

Elecciones de 2018: perder ganando

Petro en su segundo intento de llegar a la presidencia en 2018 se quedó en el camino, aunque la derrota tuvo un cierto aroma de triunfo.

En las tribulaciones de las estrategias, se piensa que para la segunda vuelta la búsqueda de nuevos votos está en reducir la cantidad de abstenciones, que en América Latina sigue manteniendo ratings preocupantes, y Colombia no es la excepción.

En las elecciones de 2018, de la primera a segunda vuelta la abstención se mantuvo prácticamente en la misma proporción, en promedio a 45.9%. De manera que, sin descartar que esta vez este comportamiento pueda alterarse, tampoco se le puede cargar todas las expectativas.

Pero lo interesante fue que, teniendo aún un similar caudal de votantes, en la segunda vuelta lo que se transformó fue la composición del mismo. En ese momento Duque gana, pero sólo incrementó sus votos en un 36.5%, mientras tanto Petro amplio sus votos en un 65.6%.

Por tanto, no podemos tomar a la ligera que a Petro el destino le repita la jugada, considerando que el Pacto Histórico es una formación política más sólida e inédita, donde ha confluido una diversidad social, generacional, cultural y política, sazonada por una experiencia de organización y movilización popular igualmente insólita.

En medio de una elección que se sabe reñida, existe una preocupación en torno a que la autoridad electoral no se tuerza de la senda de la institucionalidad, recordando las elecciones legislativas del 13 de marzo, cuando emergieron en físico y en los registros más de medio millón de votos para el Pacto Histórico que no habían sido contabilizados en el conteo preliminar. A votar y a rezar porque las cosas terminen bien para Colombia.

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