Abono orgánico y semillas nativas, práctica ancestral maya Ch’orti’ para hacer frente al calentamiento global

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Créditos: Amílcar Morales.
Tiempo de lectura: 7 minutos

 

A la orilla del río Jupilingo, en Camotán, Chiquimula, situado al oriente de Guatemala, está la casa de Gregorio Pérez García de 57 años. Él es originario de la comunidad de Shupá, ubicada en el corazón del Corredor Seco. Además de ser guía espiritual y, en ocasiones, reportero para medios locales de comunicación; es uno de los impulsores del uso del abono orgánico y de las semillas nativas, y asegura que le han ayudado a conseguir mejores resultados en las cosechas, en un municipio que se enfrenta a periodos prolongados de sequía, una sequía que se recrudece por el calentamiento global, que se ensaña con todos los que allí viven.

Por Amílcar Morales*

Cada año, cuando empieza la temporada de invierno, las comunidades de la región indígena maya Ch’orti’ preparan la tierra para el cultivo de maíz y frijol, y piden al Corazón del Cielo y al Corazón de la Tierra que llueva, abundantemente, para lograr sus cosechas.

La región Ch’orti’, que se encuentra en el oriente del país, es una zona caliente y árida que forma parte del Corredor Seco, el cual se extiende desde Chiapas, México, hacia el resto de Centroamérica de cara al Caribe Peninsular.

Camotán, en donde vive Gregorio Pérez, es uno de los municipios que forma parte del Corredor Seco. En este municipio, la extrema sequía y la perdida de fertilidad de la tierra ha provocado que en los últimos años las cosechas no lleguen a término.

Quienes aquí viven, saben que deben hacer frente a la pobreza extrema y a la migración forzada, además, sufrir los efectos de la deforestación y de la contaminación de los caudales de agua, provocada, en parte, por la presencia de proyectos extractivos en la zona.

Por eso, la época de invierno, que también es la temporada de siembra, es tan importante para los maya Ch’orti’. Con una buena siembra y suficiente agua de lluvia, las familias pueden asegurarse suficientes alimentos para sobrevivir a lo largo del año.

Foto: Amílcar Morales.

Abono orgánico y semillas nativas: una tradición ancestral

La comunidad de Shupá, de donde es originario Gregorio Pérez, implementa una práctica ancestral que, aseguró, permite recuperar la fertilidad de la tierra. Se trata del uso de abono orgánico que no es más que el uso de los residuos de la caña de la milpa, las hojas de los árboles, las cáscaras de bananos, y otros ingredientes naturales, que cuando están en estado de descomposición, se aplican sobre las parcelas y se dejan durante dos meses, para que incrementen la fertilidad de la tierra.

En su propiedad, que heredó de su padre hace más de 30 años, tiene unas ocho cuerdas (ocho tareas o brazadas) cultivadas. Ahí ha podido sembrar milpa, frijol, chapas, peromes, ayotes, tecomates, barcos, hierba mora, bananos, yucas, entre otros. Y ha podido cosecharlos, exitosamente, gracias al abono orgánico. Una práctica del pueblo maya Ch’orti’.

Foto: Amílcar Morales.

Elaborar y aplicar el abono orgánico para la conservación del suelo es muy importante pues “las personas y la Madre Tierra necesitan alimentarse bien para obtener un buen fruto en el trabajo, porque si solo se le aplican químicos, poco a poco, va perdiendo su fertilidad. Con el tiempo ya no es apta para sembrar cualquier cultivo y ya no se obtienen cosechas”, expresó el agricultor.

El uso de abono orgánico no es la única práctica ancestral que la familia de Pérez y la gente de Shupá utilizan para prepararse para la siembra. Después de preparar la tierra, viene el proceso de selección de las semillas y de ellas depende, en buena medida, un resultado positivo en la cosecha.

Las semillas nativas o criollas, que ellos mismos producen, y que son una reserva de cosechas pasadas para utilizar en la próxima siembra, aportan características que les permiten adaptarse a distintas condiciones ambientales, cosa que no ocurre con las semillas industrializadas, modificadas genéticamente.

Las semillas que esta comunidad Ch’orti’ utiliza son: maíz de piedra y maíz amarillo, que tardan dos meses y ocho días en alcanzar la plenitud, o el maíz amarillo que dura tres meses. El maíz negro o negrito, como se le conoce comúnmente, son semillas que se han utilizado desde la practica ancestral para obtener abundantes cosechas.

El cuidado de la tierra y algunas acciones comunitarias como: la protección de todas las plantas, los bosques, el agua, entre otras, potencian la fuerza de estas prácticas ancestrales.

Foto: Amílcar Morales.

Ceremonias mayas antes de la siembra

La época de siembra en este rincón del mundo no es un evento cualquiera y al inicio de la temporada de invierno, es casi una ley realizar una ceremonia maya, en la que participan familias y comunidades enteras, para pedir el permiso y la bendición, para la siembra y la cosecha, de la Madre Tierra y del Corazón del Cielo, además de “al creador y formador, ya que es el quién manda la lluvia y da todo para que la cosecha sea abundante”, dijo Pérez.

La solidaridad y trabajo comunitario también es norma durante esta época, pues según costumbres y saberes ancestrales, las familias se organizan para apoyar los trabajos, tanto para la preparación de la tierra y de la siembra de cultivos, en donde intercambian mano de obra para terminar pronto la tarea.

La costumbre es que primero se siembra el terreno del abuelo, luego el del papá y por último, del hijo o del yerno de cada familia. En un ritual como este participan alrededor de 12 o 15 personas.

“Así trabajaban los abuelos. Antes, todo era en común. Nadie gastaba pagando jornales para la siembra como se hace hoy en día”, recordó el agricultor.

Foto: Amílcar Morales.

Cielo y tierra seca

A pesar del uso del abono orgánico y de las semillas nativas, la gente de Shupá cuenta con un beneficio al que no todas las comunidades del Corredor Seco tienen acceso: el agua.

Quizá el efecto más devastador sobre las cosechas sea la falta de lluvia en un municipio donde el calor y la aridez son quienes se imponen y deciden sobre la vida de las comunidades.  En este rincón de Guatemala, la escasez de lluvia puede ser una sentencia de muerte.

“En estos tiempos cuando cae una tormenta en mayo, es un milagro de Dios. El invierno ha sido muy escaso en los últimos años, todo esto tiene que ver con el cambio climático y el ser humano que también es causante de la problemática”, comentó Pérez.

Añadió que “tener parcelas a ribera del río es una gran riqueza natural”. Pérez sabe que solo algunas personas han podido sacar un beneficio de ello. Al año, la familia del agricultor y las otras que también tienen sus cultivos a la orilla del Jupilingo, cosechan tres veces al año. Más de lo que otras comunidades del corredor pueden generar.

Quienes no siembran en mayo, con la llegada de las primeras lluvias, pueden estar condenados a perder sus cosechas mucho antes de que puedan dar fruto.

Por eso, Gregorio Pérez entiende que “es importante cuidar y proteger al río y no dejar que las grandes empresas vengan a robar las riquezas naturales porque el río es de los Ch’orti’”.

“Gracias al río Jupilingo hay muchas familias que tienen sus milpas ya madurando, a las que solo les falta un poco para doblarlas y empezar con la otra siembra. Solo le pedimos al Corazón del Cielo y el Corazón de la Tierra para que envíe la lluvia y no seguir regando las plantas”, refirió.

Si deja de llover, como en los años anteriores, sería una pérdida total para los comunitarios, pues tendrían que comprar costales de maíz, durante todo el año, que tiene un precio elevado.  Al menos, el 90% de las familias que no tienen terreno o parcelas en la ribera del río Jupilingo o de cualquier otra fuente de agua, quedarán en estado vulnerable, no solo económico sino alimentario.

“A pesar de que llueve en la región, el caudal del río sigue muy bajo. En algunas partes se ve muy seco porque la tierra se calienta demasiado”, dijo Pérez, quien recordó que antes el Jupilingo era un río caudaloso y ahora, asemeja a una quebrada.

Foto: Amílcar Morales.

Lo cierto es que para los habitantes de Camotán y de otros municipios de Chiquimula, la escasez de agua no es el único obstáculo. Solo unos pocos tienen tierras propias que pueden sembrar a sus anchas y una mayoría se ve obligada a alquilar las parcelas en donde siembran lo que comerán y/o venderán ese año.

Aun si la tierra y la presencia de lluvias estuvieran garantizadas, la gente de Camotán debe de enfrentar los costos por la compra de fertilizantes para abonar la tierra y de pesticidas. A esto se suma el costo de la mano de obra en la época de siembra.

Todo lo que se está viviendo hoy en día, como el calentamiento global, es producto de la industrialización de los países desarrollados que, a través de sus fábricas o ventas de productos químicos, contaminan el medio ambiente y destruyen la naturaleza, dijo.

Pérez cree que todo lo que se necesita para hacer frente al cambio climático son acciones y conciencia humana sobre el cuidado y la protección del medio ambiente. Por ejemplo, reforestando los lugares donde no hay suficientes bosques o conservando las plantas que crecen en los terrenos o lugares de trabajo, ya que a través de ellas se reciben grandes beneficios como el aire puro y el oxígeno y ayudan a que la tierra resista mejor las amenazas y desastres naturales.

Foto: Amílcar Morales.

* Editado por Paolina Albani

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