Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 4 minutos

Por Dante Liano

Cada libro tiene una historia, a veces banal, otras tan interesante como el libro mismo, y, otras, más interesante que la obra. Todos sabemos que En búsqueda del tiempo perdido, de Proust, corrió el riesgo de no ser publicada por el rechazo de André Gide (quien parece que se arrepintió después). O que César Vallejo murió antes de publicar sus Poemas humanos, título un poco casual, no pensado por su autor. También Franz Kafka, que ordenó a su amigo Max Brod dar al fuego sus obras literarias. Gracias a la desobediencia de Brod, conocemos a Kafka. Es cosa sabida que don Miguel de Cervantes quería escribir una breve novela que parodiara el género caballeresco y que, solo al darse cuenta del material que tenía entre manos, decidió seguir con un texto más largo. Un poco más triste el relato de la publicación del Romancero gitano, de García Lorca. El poeta granadino fue, durante su estancia en la Residencia de Estudiantes, amigo íntimo de Luis Buñuel y Salvador Dalí. Cuando Buñuel leyó el Romancero, mandó a Federico unos juicios severos e injustos contra la obra publicada. Nunca lograron reconciliarse. La dura historia española se interpuso entre ambos.

Cortesía Dante Liano Blog.

Hay un poema de Juan Ramón Jiménez que está rodeado de un aura novelesca, que parecería una buena ficción si no fuera cierta. Se llama “Carta a Georgina Hübner. En el cielo de Lima”. Y se trata de una de las más bellas poesías de nuestro autor. Comienza así:

El cónsul del Perú me lo dice: “Georgina

Hübner ha muerto…”

                     ¡Has muerto! ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Qué día?

¿Cuál oro, al despedirse mi vida, un ocaso,

iba a rozar la maravilla de tus manos

cruzadas dulcemente sobre el parado pecho,

como dos lirios malvas de amor y sentimiento? […]

¡Cómo se rompe lo mejor de nuestra vida!

Vivimos…, ¿para qué? ¡Para mirar los días

de fúnebre color, sin cielo en los remansos…

para tener la frente ¡caída entre las manos!,

para llorar, para anhelar lo que esté lejos,

¡para no pasar nunca el umbral del ensueño,

ah Georgina, Georgina!, ¡para que tú te mueras

una tarde, una noche… y sin que yo lo sepa!

En verdad, Georgina no había muerto.

No podía haber muerto, porque Georgina nunca existió.

Demos un paso atrás.

Hacia 1904, dos jóvenes de Lima eran apasionados lectores de la poesía de Juan Ramón. Uno era José Gálvez Barrenechea y llegaría a ser Presidente del Perú. El otro, amigo suyo, era Carlos Rodríguez Hübner y fue el que tomó prestado el nombre su prima para crear un personaje de ficción. En efecto, los dos amigos pensaron en escribir al poeta con el fin de tener ejemplares autografiados de su obra. Justamente, pensaron que Jiménez jamás se habría tomado la molestia de enviarles por correo sus libros firmados. Pensaron que era cosa buena inventar a una joven recatada, tímida y romántica, que escribiera al poeta de Moguer. Así lo hicieron y su carta obtuvo el resultado esperado.

Mejor dicho: la carta obtuvo más del resultado esperado. Juan Ramón imaginó una especie de etérea princesa en busca de un amor ideal, el mismo que el poeta buscaba. Y respondió en términos tales que merecía una respuesta. Un poco por jóvenes, un poco por bromistas, un poco por tontería, Gálvez y Rodríguez respondieron al poeta con otra carta que daba cuerpo a las fantasías quijotescas de Juan Ramón, quien transcribe, inocente, las palabras de Georgina: … Pero ¿a qué hablo a usted de mis pobres cosas melancólicas; ¿a usted, a quien todo sonríe? […] con un libro en la mano, ¡cuánto he pensado en usted, amigo mío! […] Su carta me dio pena y alegría; ¿por qué tan pequeñita y ceremoniosa? Es de comprender que ese tono de intimidad y confianza encendiera el lado romántico de Juan Ramón. Las cartas iban y venían, y cada vez la temperatura erótica subía de nivel. Uno puede imaginar que los dos jóvenes limeños se morían de la risa, con la crueldad de la juventud. Y que Juan Ramón se moría de amor, al punto que decidió embarcarse para Lima, con tal de encontrar a esa novia lejana: “¿Para qué esperar más? Tomaré el primer barco, el más rápido, que me lleve pronto a su lado. No me escriba más. Me lo dirá usted personalmente, sentados los dos frente al mar o entre el aroma de su jardín con pájaros y lunas…”

Cuando los dos jóvenes se dieron cuenta de lo que habían hecho, se alarmaron. ¿Qué iban a hacer con Juan Ramón en Lima, a la búsqueda de su amada fantasma? Entonces tomaron una decisión radical: matar a Georgina. Con telegrama urgente, contactaron al Cónsul de Perú en Madrid, y le rogaron que avisara a Juan Ramón Jiménez que Georgina Hübner había muerto. La reacción del poeta fue de profundo dolor, tan viva era la imagen que había creado en su mente. Y a esa reacción debemos uno de los poemas más hermosos de la lengua castellana.

P.S. No queremos saber si Juan Ramón, alguna vez, supo del engaño. No interesa. Preferimos imaginar que nunca se enteró de la cruel broma de los jóvenes peruanos.

Publicado originalmente desde Dante Liano Blog

Dante Liano, Guatemala , 1948. Comenzó a publicar narrativa desde muy joven. En 1974, ganó el Primer Premio en la sección Novela, con Casa en Avenida, en los Premios Literarios Centroamericanos de Quetzaltenango. De 1975 a 1977 vivió en Florencia. En 1978 regresó a su país, donde publicó Jornadas y otros cuentos (1978). Otros libros de cuentos son: La vida insensata (1987) y Cuentos completos (2008). La persecución contra los docentes universitarios lo decidió a dejar el país en 1980. Se estableció en Italia, donde se dedicó a la enseñanza universitaria. Actualmente es profesor de literatura española e hispanoamericana en la Università Cattolica del Sacro Cuore (Milán). Ha publicada varias novelas, entre ellas: El lugar de su quietud (1989), El hombre de Montserrat, (1994), El misterio de San Andrés, (1996), El hijo de casa (2004), Pequeña historia de viajes, amores e italianos (2008), El abogado y la señora (2017) y Requiem per Teresa (2019). Con Rigoberta Menchú ha colaborado en la publicación de 6 libros de relatos mayas. Premio Nacional de Literatura (1991) de Guatemala.

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