Asedio y resistencia en el sur de Cisjordania

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Por Santiago Montag

El pueblo palestino encabeza una larga marcha de lucha y resistencia contra la ocupación israelí. La historia de hombres y mujeres de esa tierra demuestra que no existe poder militar que los pueda derrotar.

Desde febrero, se intensificó la represión israelí contra el pueblo palestino. No solo en los territorios bajo ocupación militar, como Cisjordania y Gaza (que sufre un bloqueo de tierra, mar y aire), sino en todas las regiones donde haya palestinos y palestinas, o sea, en Jerusalén Este y en los territorios de 1948 (que Israel expropió luego de la Nakba para instaurar el Estado).

Desde fines de marzo, al menos 14 israelíes murieron en cuatro ataques de jóvenes palestinos en el desierto de Al Naqab (o Negev), en Khadera y en Tel Aviv. Como era de esperarse, la respuesta de Israel fue contundente. En lo que va de abril, fueron asesinados alrededor de 20 palestinos en enfrentamientos en los campos de refugiados de Cisjordania (principalmente en Jenín) y en los checkpoints, los símbolos materiales de la ocupación. El trasfondo de la escalada es la ocupación de Israel sobre Palestina. Y ahí, en cada recoveco, hay una historia de limpieza étnica.

En uno de los viajes que hice con la organización de derechos humanos Ta’ayush al sur de Hebrón, en Cisjordania, logré conversar con la comunidad que vive en la aldea de Umm al-Kheir (en árabe: أم الخير), en Masafer Yatta. Durante un día lluvioso, fuimos recibidos por los aldeanos con té, café, sonrisas, abrazos y una salamandra para combatir el frío. Allí están dando una particular lucha colectiva desde hace décadas.

Intentaré transmitir todo aquello que me contaron sobre su historia de resistencia, que se redobló en los últimos años y, sobre todo, desde el asesinato del anciano Haj Suleiman al-Hathaleen, amado por las comunidades regionales y conocido por los palestinos y las palestinas en todos los rincones del mundo por su lucha pacífica contra la ocupación israelí.

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Imagen: Assaf Sharon

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Hebrón (o, en árabe, al-Khalīl: الخليل) encierra una increíble historia desde tiempos bíblicos. En aquellas preciosas montañas, residen los restos de importantes figuras bíblicas: Abraham y Sara, Isaac y Rebekha, Jacobo y Lía, e incluso algunos dicen que también están Adán y Eva. Aunque no existen pruebas científicas de esto, la fuerza de esa afirmación reside en que millones de personas sobre la tierra lo creen así. Ahí se termina de comprender el carácter de lo simbólico, que muchas veces rige como ordenador de lo material por el peso que tiene en el imaginario de las comunidades. Bajo el sistema capitalista, lo simbólico adquiere dimensiones con características específicas, de ahí que, para el sionismo, en particular, es un derecho soberano curiosamente secular que utiliza para dominar aquellos territorios

Cada porción mencionada en la Biblia, para los israelíes, es una especie de derecho constitucional interpretado para justificar su soberanía sobre aquella tierra. El caso de Masafer Yatta no escapa a esta lógica por pertenecer a lo que el sionismo llama “Judea y Samaria”, nombre bíblico de Cisjordania.


La región al sur de Hebrón, como toda Palestina, sufre el constante avance de la ocupación de Israel sobre su territorio reclamado históricamente. En el área de Masafer Yatta, está la aldea de Umm al-Kahair (en árabe: أم الخير), compuesta en su mayoría por palestinos beduinos varias veces desplazados desde la Nakba. Entre ellos, estaba Haj Suleiman al-Hathaleen, un anciano que peleó toda su vida por las tierras y los derechos de los palestinos.


El 5 de enero de este año, fue aplastado por una grúa de la policía cuando intentaba impedir que se lleven un auto palestino. Las fuerzas israelíes lo dejaron abandonado, sin asistencia médica, tirado en la vereda. Rescatado por su familia, fue trasladado al hospital de Hebrón, donde murió 12 días después por las heridas graves y sus huesos rotos. Suleiman no sabía leer ni escribir, pero era “un padre, un amigo, líder, maestro, era una escuela en vida, era todo para nosotros”, contaron en su familia. “Pero, además, era un activista de primera línea que luchó pacíficamente toda su vida contra la ocupación”, agregó su sobrino Tarek.

“Cientos de aldeas fueron despojadas desde 1948, muchos se negaron a ser transferidos a Cisjordania, que en ese momento estaba bajo el control de Jordania. Las tribus fueron divididas en aquel momento en distintas familias. En un principio, fuimos bienvenidos en esta tierra por los beduinos que vivían aquí, pero luego de un tiempo, comenzó a haber tensiones porque no podíamos volver a nuestra tierra y era complicado compartir la agricultura. Lo único que pudimos hacer fue comprar la tierra para poder quedarnos. Vivimos aquí durante muchos años en paz, hasta 1967, cuando Israel ocupa Cisjordania y comienzan a tomar aún más tierra”, contó Tarek. Esto último es en referencia a la “Guerra de los Seis Días”, cuando Israel derrotó a los principales ejércitos árabes de la región y cambió totalmente la geopolítica de Medio Oriente. Cisjordania, antes a manos de Jordania, pasó a estar bajo ocupación militar israelí.

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En la década de 1970, Israel designó alrededor del 18 por ciento de Cisjordania ocupada como zonas de tiro para entrenamiento militar, dentro de la cual el ejército prohibió completamente la presencia de civiles, o sea, de palestinos y palestinas. Masafer Yatta estaba dentro de esos territorios junto a otras 40 comunidades, que sumaban 6.200 personas en aquel momento. Particularmente, Masafer Yatta correspondía a la “zona de tiro 918”. Un documento descubierto por el Instituto Akevot para la Investigación del Conflicto Israelí-Palestino reveló el propósito detrás de las “zonas de tiro”: acelerar el despojo de tierras palestinas en Cisjordania. El archivo cita las palabras de Ariel Sharon, el entonces ministro de Agricultura (que luego sería primer ministro), durante una reunión del Comité de Asuntos de Asentamiento en 1981. Sin pelos en la lengua, Sharon decía que, debido a “la expansión de los aldeanos árabes de las colinas”, Israel tenía “interés en expandir y ampliar la zonas de tiro allí, para mantener estas áreas, que son tan vitales, en nuestras manos”.

En Masafer Yatta, hay unas 20 pequeñas aldeas palestinas en antiguas estructuras de cuevas construidas en la roca junto a casas nuevas, levantadas a medida que fueron creciendo las comunidades, de las cuales muchas son tiendas de beduinos desplazados de diferentes territorios palestinos a partir de 1948.

Tarek afirmó que, tras los Acuerdos de Oslo, la situación cambió mucho. “Entre 1993 y 1995, dividieron Cisjordania en tres áreas: A, B y C. Quienes vivimos en el área C comenzamos a recibir órdenes de demolición de nuestras casas. Varias casas serían demolidas frente a nuestros ojos. Menos las casas que fueron construidas antes del acuerdo”, recordó el sobrino de Suleiman.

El “Área C”, que comprende el 60 por ciento de Cisjordania, está bajo pleno control militar y civil israelí, pero se trata de una frontera viva, porosa, en constante disputa. Los palestinos luchan por defender lo poco que les queda de territorio: sus casas, sus ovejas, sus granjas.

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Imagen: Masafer Yatta / Eliyahu Hershkovitz

Desde los Acuerdos de Oslo, los y las palestinas que viven en el “Área C” deben tramitar permisos de construcción con el Estado de Israel, lo que es denegado en la gran mayoría de los casos. Israel (con su aparato represivo y judicial) han amenazado/aplicado a las 40 comunidades que viven en esas “zonas militares” con la demolición de sus hogares y la destrucción de sus medios de vida agrícolas, bajo el argumento de que carecen de permisos de construcción. Estos permisos los otorga la Corte israelí, pero justamente es esa institución quien emite las órdenes de demolición, por lo tanto, tales permisos son imposibles de obtener para los palestinos, al mismo tiempo que los colonos israelíes los reciben fácilmente.

Esto implica una diferencia en cuanto a la obtención de servicios (agua, electricidad, cloacas, pavimentación, etc.), que están facilitados para los colonos, pero no para los palestinos que, a su vez, carecen de cualquier servicio social. Algunas de las familias palestinas han sido desplazadas repetidamente por cortos períodos de tiempo para dejar espacio al entrenamiento militar de las tropas israelíes.

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“En 1980, comienza a construirse una colonia, El Carmel, como una base militar, como un puesto de avanzada, y luego se expandieron. Desde ese momento, nuestra familia comenzó a sufrir mucho. Nosotros no tenemos servicios básicos, la electricidad viene de los paneles solares, el agua de antiguos aljibes o camiones que nos abastecen, además de ser atacados diariamente por los colonos israelíes”, resumió Tarek, señalando un paisaje de barrio cerrado, donde abundan las casas con tejado rojo rodeadas de rejas con rollos de concertina (típicos de las trincheras).

El contraste entre Um al-Kair y la colonia de El Carmel -apostada a su lado- ilustra la situación general entre las colonias israelíes y las aldeas palestinas. Un escenario criminal por donde se lo vea, teniendo en cuenta además que, naturalmente, las familias crecen, lo cual empuja a los palestinos a vivir hacinados mientras a su alrededor hay inmensas extensiones de tierra. Su tierra.


Desde entonces, Israel ha fomentado el desarrollo de los asentamientos. La proliferación de colonias en esa región, desde 1981, ha sumado a lo largo de los años otros puestos de avanzada ilegales y no autorizados. Entre ellos, están Havat Talia, construido en la década de 1990, seguido de Avigayil, Havat Maon y Mitzpeh Ya’ir, todos erigidos a principios de la década de 2000.


Los habitantes de Masafer Yatta permanecieron allí en relativa calma hasta el 16 de noviembre de 1999, cuando el ejército y la administración civil expulsaron por la fuerza a más de 700 personas de sus hogares. Según explicó la organización de derechos humanos B’tselem, distintas medidas cautelares desde el año 2000 han prohibido a Israel expulsar a los palestinos, pero igualmente generaron incertidumbre sobre el futuro de sus vidas. Desde entonces, continúan viviendo en sus casas y trabajando sus tierras, pero bajo constante amenaza de demolición, expulsión y despojo. Mientras tanto, Israel les niega cualquier posibilidad de construcción o desarrollo humano.

En referencia a la aldea de Umm al-Kheir, Tarek al-Hathaleen, el sobrino de Suleiman, detalló que, en 2007, “comenzaron a demoler nuestras casas, incluso las antiguas construcciones anteriores a Oslo. Desde el primer día en que vinieron a demoler, Suleiman estuvo en primera línea intentando impedir que destruyan ocho casas. Fue arrestado, golpeado e insultado, y las casas demolidas. La escena fue tremenda, de un enorme shock para todos. Fue la primera vez que experimentamos eso en nuestra aldea. Desde ese día, lo volvieron a hacer 16 veces y nosotros sufrimos cada vez”.

A todo esto, Israel avanza sistemáticamente con puestos avanzados, nuevas leyes, nuevos muros (tanto visibles como invisibles), forzando el desplazamiento a través de diversos mecanismos. “Vivimos esta tragedia desde que nacemos. Toda nuestra generación y la anterior es la misma vida para nosotros, y el único crimen que cometimos es haber nacido. No solo desde la Nakba, incluso antes, en todos lados, en Cisjordania, Gaza, los de Jerusalén, los que viven en los territorios de 1948, todos son asesinados o sufren por ser palestinos, viven el mismo sistema bajo ocupación, es muy difícil”, resumió Tarek.

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En Masafer Yatta, alrededor de 1.300 palestinos y palestinas están bajo la amenaza inminente de ser desalojados. Pareciera que la Nakba continúa. Los y las pobladoras de las 12 aldeas habitan y trabajan una tierra desde hace generaciones. Pero Israel dictaminó a principios de la década de 1980 (incluso antes de Oslo) que esa región sería zona de entrenamiento militar (unas 3.000 hectáreas o 30.000 dunams) dentro de las cuales se ubican aldeas palestinas: Jinbeh, Al-Mirkez, Al-Halaweh, Halat a-Dab’, Al-Fakheit, A-Tabban, Al-Majaz, A-Sfai, Megheir Al-Abeid, Mufagara, A-Tuba y Sarura.

El 15 de marzo pasado, una audiencia del Tribunal Supremo de Israel en Jerusalén marcó el principio del fin de una aguerrida batalla de 20 años para salvar las ocho aldeas palestinas en las colinas del sur de Hebrón.


En algún momento de junio, jueces israelíes -que son colonos de Cisjordania ocupada- determinarán si expulsan entre 1.300 y 2.000 pobladores palestinos de sus tierras ancestrales. Un espacio que han habitado y cultivado durante generaciones, y muchos otros han trabajado luego de ser desplazados de otros territorios por Israel. Si bien el desplazamiento forzado de una población protegida que vive bajo ocupación viola el derecho internacional, los palestinos argumentan que sus “familias han vivido en estos pueblos y cuevas en el área desde antes incluso de que se estableciera Israel”.


Los residentes de las aldeas se ganan la vida con el pastoreo de ovejas y la agricultura de secano, mientras que Yatta les brinda servicios educativos, médicos y comerciales, así como un lugar para vivir durante el intenso calor de los meses de verano. Aunque los jueces israelíes afirman que el hogar “real” de los palestinos de la región es Yatta, intentando de esta forma anular el reclamo sobre su tierra, nadie de Masafer Yatta niega su conexión cercana, incluso simbiótica, con la ciudad, porque esa es exactamente la forma en que muchas comunidades palestinas se desarrollaron por cientos de años. Los palestinos de allí remarcan que “Masafer Yatta constituye un tejido único de comunidades, con lazos familiares y de subsistencia entre nosotros, y con la principal ciudad de la región, Yatta”.

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El asesinato de Suleiman fue un enorme golpe para la comunidad de Umm al-Kheir, pero les dejó profundas enseñanzas de vida para continuar la lucha. Tarek aseveró que “Suleiman nos enseñó todo, era una escuela en vida, nos dejó una forma de resistir no violenta contra la ocupación. Poniendo el cuerpo pacíficamente, lo encarcelaron decenas o cientos de veces. Los israelíes normalmente vienen a confiscar algunos autos que no tienen registro (según ellos) y luego los venden. El problema es que no tenemos manera de tener movilidad desde la zona de pastoreo. Los precios varían mucho dependiendo en qué área lo compres, puede ser hasta 30 veces más caros. Es un riesgo, pero tampoco tenemos dinero”.

Mientras se acomodaba en la alfombra, Tarek agregó que “Suleiman interponía su cuerpo delante de los autos pacíficamente para que no los confisquen. Pero la última vez, el conductor de la grúa lo pasó por encima y lo dejaron ahí tirado sin ayuda. La policía hizo esto, no los militares, que se supone que deben cuidar a la gente, pero, como en todos lados, la policía mata a los civiles, como en Estados unidos donde matan a la gente negra. Es el mismo sistema en todos lados”.

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Imagen: Una mujer pastorea en Masafer Yatta / Getty Images

Suleiman fue asesinado en primera línea de la batalla cotidiana contra la ocupación. Su funeral mostró que hasta la muerte en aquella región está atravesada por la política y la resistencia. El 17 de enero, unos 15.000 palestinos y palestinas asistieron a despedirlo en su ciudad natal, mostrando respeto y acompañamiento a la familia Hathaleen. Esa despedida también fue un reconocimiento a su herencia de resistencia seguida de una demostración de fuerzas frente a Israel.

Tarek reflexionó hacia el final de la conversación: “Perder a Suleiman fue perder nuestros ojos, quedamos ciegos en esta comunidad y en toda el área. Pero quedaron sus enseñanzas y seguiremos su legado como todos los palestinos”.

Foto de portada: Assaf Sharon.

Publicado originalmente en La Tinta

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