La memoria de Almudena Grandes

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Créditos: Héctor Silva
Tiempo de lectura: 4 minutos

Por Héctor Silva 

“Así comprendí que las jaulas no siempre estaban fuera, en las amenazas y los chantajes de las personas que tenían el poder. También podían estar dentro, incrustadas en el cuerpo, en el espíritu de todas las mujeres perdidas que asumían mansamente un destino que habían elegido”. María Castejón en “La madre de Frankenstein”.

María Castejón es la nieta del jardinero del manicomio para mujeres de Ciempozuelos, en las afueras de Madrid. Cuando su creadora, la escritora española Almudena Grandes (1960-2021), nos la presenta corre el año de 1955 en la España de Francisco Franco. María es una de esos personajes capaces de quedarse tatuadas en el alma de cualquier lector. Así de inmensas son ellas, la nieta del jardinero y su creadora.

La madre de Frankenstein, novela en la que María Castejón es protagonista, es una de seis que componen la serie “Episodios de una guerra interminable”, que es uno de los recorridos indispensables por la memoria de España, de su guerra civil que culminó con el ascenso de Francisco Franco al poder y la aniquilación de todas las ilusiones y esperanzas de miles de españoles durante 36 años.

Grandes narra “La madre de Frankenstein” a tres voces. La más potente es la de María Castejón, pero también se leen con fuerza las otras dos, la de Aurora Rodríguez Carballeira, una parricida paranoica, y la de Germán Velásquez, el joven psiquiatra, hijo de un médico comunista, vuelto del exilio en Suiza para trabajar en Ciempozuelos.

Y, como en las otras entregas de “Episodios de una guerra interminable”, hay aquí otro personaje transversal, la Madrid de Franco, ciudad gris, estrecha, asfixiante, entregada al poder del generalísimo y su más leal guardia pretoriana, la iglesia católica.

Pablo Martín/EFE

No hay, en esta Madrid, demasiadas ventanas abiertas. Sabía Almudena Grandes que su ejercicio literario estuvo siempre obligado a andar por ese paisaje miserable en que los disensos son condenas de muerte y las insurrecciones del alma o el cuerpo no son aconsejables cuando lo que se impone es la supervivencia. Pero el alma, se sabe, es necia e imprudente: aun ante tantas muertes impuestas, termina por rebelarse, sin aspavientos, porque, ironía, en esta Madrid tan llena de polvo, sobrevivir pasa necesariamente por la insurrección personal.

Almudena Grandes es una maestra narrando todos los tonos de grises que se ciernen sobre su Madrid y sobre las almas de sus gentes. Y también cuando, al recorrer las rebeliones íntimas de sus personajes, logra abrir las persianas por las que se fue colando la historia, una diferente a la que escribían Franco y sus sabuesos.

La obra de Almudena es eso, al final, un relato maravilloso de esas pequeñas rebeliones del alma, pintadas sobre el lienzo del ocaso interminable de las cuatro décadas de dictadura.

En “La madre de Frankenstein”, además, Almudena Grandes se concentra en la opresión a la que la dictadura política y la religiosa sometieron a las mujeres, a las que el franquismo nacionalcatólico entendía como seres sin alma, servidoras de los hombres.

Aurora Rodríguez Carballeira, una de los tres protagónicos de la novela, es un personaje real. Asesina de su hija, una niña prodigio, esta mujer estuvo recluida durante varias décadas en Ciempozuelos. Es con sus monólogos que Almudena Grandes despliega reflexiones sobre la cosmovisión del franquismo, según la cual las mujeres que se atreven a desafiar al poder solo pueden ser consideradas locas o seres menores. Y es desde esta mujer que la escritora nos cuenta la inteligencia que se erige sobre las masculinidades frágiles que la rodean.

Es, la de Aurora Rodríguez Carbelleira, una insurrección condenada al fracaso por la fuerza inmensa pero fútil con que desafía a los poderes que todo lo pueden. Es la insurrección indispensable de una loca.

La de María Castejón es una rebelión diferente, una nacida en la necesidad de sobrevivir a las opresiones masculinas de todos los días y nutrida por el convencimiento de que el exilio o el dolor son mejor que la muerte y la resignación absoluta. Es la insurrección indispensable de una sobreviviente.

Decía Casian Andor, el espía de la rebelión galáctica en Rogue de “La guerra de las galaxias”: “Todas las rebeliones se construyen desde la esperanza”. Eso nos regala María Castejón, esperanza.

Donde las letras de Almudena Grandes adquieren su universalidad es en esa esquina en que sus personajes, exquisitos, escritos con maestría, se juntan con todos los tonos del lienzo que son la Madrid y la España franquistas. La forma en que Grandes reconstruye la cotidianidad de aquellos años oscuros son un aporte inmenso de la literatura al rescate de esta memoria nacional tan triste.

Una de las más importantes en la generación de escritores españoles que parió el paso de la dictadura a la democracia, la obra de Almudena Grandes se junta a la de algunos de sus colegas hombres, como Arturo Pérez-Reverte o Javier Cercas, en una de las reivindicaciones de la memoria histórica más poderosas de la literatura hispana. Pero ahí donde Pérez-Reverte lo hace casi siempre desde novelas cuyo músculo yace sobre todo en la acción y Cercas desde el apego al rigor documental, Almudena se atreve en los recorridos por los rincones más íntimos de las almas sobre las que el generalísimo posó sus botas.

Almudena Grandes murió el 27 de noviembre de 2021. Descanse en paz junto a Aurora Rodríguez Carbelleira. Descanse en paz en el panteón de las que nos dejaron esperanza, como María Castejón, la nieta del jardinero de Ciempozuelos.

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