La casa grande (Nim Jay)

COMPARTE

Créditos: PC
Tiempo de lectura: 4 minutos

Por Ramón Cadena

Desde la cuarta avenida podemos ver su fachada. Sus enigmáticas paredes evocan la época de la primavera democrática. Se abre la puerta principal y nos acoge una sala de espera grande, se pueden ver tres enormes serpientes pintadas en la pared principal que significan que podemos entrar, absorber y difundir el conocimiento. Hay casas grandes por su historia y hay casas grandes por su tamaño. Esta es una casa grande por las dos razones. Además, esta casa grande ha soportado el paso de los años con dignidad y sigue en pie, tejiendo historias.

Con muchas habitaciones, unas grandes y otras más pequeñas, sobrevivió al terremoto de 1976 y, gracias a las narraciones de la abuela, sabemos que gozó la Revolución del 44 y sufrió la dictadura de Ubico. Construida hace muchos años, la casona es un espacio para tejer nuevos caminos. Así como las tejedoras son pacientes cuando entrelazan hilos de colores a la columna de una sombra, igual, lentamente, surgen de las tinieblas las diferentes habitaciones de la Casa Grande.

Mientras las tejedoras entrelazan historias, los hilos cobran vida y, mientras sus dedos se aferran al humo de la madrugada, por los amplios corredores de la Casa Grande sopla un olor sabroso, parecido al que produce la gran variedad de flores silvestres que hay en nuestro país. Tres serpientes, tan largas y tan delgadas como el aire de nuestra respiración vital, preparan los colores intensos en el telar del saber, para transmitir y recibir información y para dar la bienvenida a aquellas personas que desean aprender.

La Casa Grande (Nim Jay) da cobijo desde el viernes pasado, a la Federación de Escuelas Radiofónicas (FGER). Su director nos contó que cada una de las siete habitaciones de la planta baja, lleva el nombre de una de las siete radios comunitarias que le dieron vida a la FGER. En sus puertas, están enredadas tres serpientes invisibles y estáticas, que esperan alertar a las comunidades, para encender el fuego del saber; largas y delgadas, se entrelazan a la vida del cordón umbilical y defienden la verdad. El lugar de encuentro no es la sala, ni la cocina de la Casa Grande; por el contrario, en ella, cualquier lugar es bueno para quemar incienso y dejar que la niebla humedezca todo su bosque.

En esta casona, todas las habitaciones se convierten en hogar de leña dulce y cálida. El grupo de personas que acuden a la ceremonia para acompañar a la FGER en su fiesta, se toma las manos y hace una cuerda de hojas de pacaya en los corredores de la Casa Grande. Estamos felices. Se trata de una institución que da vida a la voz del débil; narradora de historias veraces, de denuncias y violaciones. Cada pregunta que hace por medio de sus periodistas lleva una flecha que busca ensartarse en el centro de la verdad.

Siempre independientes y objetivos, no les importa que se trate de un funcionario con el poder que le da el ejercicio de la función pública o de un militar armado hasta los dientes; de un empresario con mucho dinero o de alguien que pertenece al crimen organizado, que camina con una lista bajo el brazo, con las fechas importantes de la violencia que provoca. Lo que les importa es que la pregunta lleve implícita la búsqueda de la verdad y que la respuesta sea objetiva.

Las personas que asistimos a esta ceremonia nos podemos sentar alrededor de una sala amplia en otra casa cualquiera, para analizar por qué existe tanta desigualdad en los regímenes autoritarios. Pero hacerlo en la Casa Grande, es hacerlo en las entrañas del templo que promueve la comunicación popular. En esta época en la que los valores éticos son un animal prehistórico en vías de extinción. La Casa Grande viene a recordarnos que bien vale la pena seguir luchando para que permanezcan e impregnen a todo el poder público.

La Federación Guatemalteca de Escuelas Radiofónicas surge el 9 de agosto de 1965. En sus inicios coordina a siete radios comunitarias, cuyos nombres sonoros adornan con música, la puerta de entrada a las primeras siete habitaciones de la Casa Grande (La Voz de  Colomba; la Voz de Atitlán; Nawal Estéreo; Radio Tezulutlán; Radio Mam; Radio Chortí; Radio Ut´an Kaj).

Luego, los Acuerdos de Paz establecen en el Acuerdo sobre Identidad y Derechos de los Pueblos Indígenas, entre otros compromisos, que se deben facilitar frecuencias para proyectos indígenas y respetar el principio de no discriminación en el uso de los medios de comunicación. Las radios comunitarias se empiezan a desarrollar aún más a partir de dicho acuerdo y, con su trabajo, se fortalecen sus territorios.

En la actualidad, la FGER llega a coordinar hasta 30 radios comunitarias. Sin embargo, muchas siguen trabajando sin que el Estado les otorgue una frecuencia. En 2019, en amplitud modulada (1420 AM), la Federación Guatemalteca de Escuelas Radiofónicas crea una radio comunitaria en la ciudad capital; después de décadas de trabajo arduo, a la FGER se le reconoce como pionera en la creación de radios comunitarias, para brindarle a los Pueblos Indígenas, excluidos y discriminados de hecho por el Estado de Guatemala, la posibilidad de gozar de su propia cultura en los idiomas mayas.

La onda corta es la primera que se usa para hacer radio. Luego viene la amplitud modulada, más conocida por las siglas AM, a ampliar el espectro y finalmente se utiliza la frecuencia modulada (FM) alrededor de la década de los años treinta del siglo pasado, que permite duplicar el número de frecuencias. En la actualidad, casi todas estas frecuencias están concentradas en pocos grupos, familias o personas.

El Estado de Guatemala, siempre selectivo y desigual, reserva el espectro electromagnético de la frecuencia modulada para quienes tienen medios económicos para pagarlas. Por supuesto, los Pueblos Indígenas están excluidos y los Acuerdos de Paz siguen sin cumplirse. La FGER no puede y no quiere cambiarse a este nuevo sistema, que resulta ser mucho más oneroso y excluyente. Mantiene la licencia que el Estado le otorga en AM y toma la decisión de seguir transmitiendo en dicha frecuencia, en los idiomas mayas.

Para llevar a cabo sus actividades, la FGER ha tenido que soportar muchas presiones y enfrentar muchos peligros provenientes de amenazas y atentados. Durante el conflicto armado interno, doce de sus trabajadores fueron asesinados; otros buscaron refugio o sufrieron allanamientos.

La Casa Grande obliga a mi memoria a caminar y, pensando en el gran poeta Humberto Ak´abal, dar unos pasos hacia atrás y recordar que, en diciembre de 2021, la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó al Estado de Guatemala, por violación al derecho a la libertad de expresión y de los derechos culturales de cuatro pueblos indígenas, todos operadores de radios comunitarias.

Los pasillos de la Casa Grande nos esperan para analizar esta sentencia y definir una estrategia para exigir que se cumpla. Mientras tanto, esperamos que a la Federación Guatemalteca de Escuelas Radiofónicas se le permita caminar en paz hacia adelante, para cosechar más y más triunfos.

COMPARTE