La readecuación de la personalidad

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Créditos: Gilberto Morales
Tiempo de lectura: 10 minutos

 

Semanas atrás circuló por la internet entre un grupo de corresponsales el libro Cuanto el indio tomó las armas. La vida de Emeterio Toj Medrano, escrito por Emeterio Toj Medrano y Rodrigo Veliz Estrada y editado por el Centro de Estudios de América Latina y el Caribe de la Universidad Autónoma de México.

Toj Medrano fue capturado por el Ejército en julio de 1981. La publicación del testimonio actualiza las consideraciones en torno al método represivo utilizado por las fuerzas del Estado en el contexto de la guerra psicológica, como un importante elemento propagandístico que pretendía desvirtuar la propuesta revolucionaria de cambio social, a través de hacer públicamente manifiesto el supuesto arrepentimiento de los militantes revolucionarios capturados.

Por Gilberto Morales

Toj Medrano fue un dirigente campesino ligado a Acción Católica ampliamente conocido en su departamento de origen, Quiché. En este caso el capturado fue obligado a dar un mensaje a través de los medios de comunicación y a participar en actividades de propaganda con ese mismo sentido en comunidades campesinas.

Este tipo de tortura fue sistematizado por Charles Lacheroy, oficial del ejército francés, quien sirviera, entre otras, en la guerra de Argelia. Sus conocimientos y vasta experiencia, además de ser reclutado como investigador en distintos centros de pensamiento de la derecha radical de los EE.UU. (la fundación RAND), también los ponía al servicio de las fuerzas militares francesas. En ese sentido dictó un ciclo de conferencias en el auditorio de la Sorbona sobre la técnica de readecuación de la personalidad, o lavado de cerebro como es comúnmente conocida, a un grupo de oficiales franceses en 1957.

El método consiste en someter al capturado por medio de la tortura física dirigida en contra del cuerpo de la víctima, golpes, descargas eléctricas, intentos de asfixia, etc., a la par de llevarlo a situaciones límite por medio de la privación de sus funciones vitales, dormir, comer, hacerle perder la referencia de los períodos entre la noche y el día por medio de mantener la luz encendida las 24 horas en el lugar de confinamiento, o un radio transmisor funcionando durante ese período, etc., hasta lograr la alteración de la percepción del tiempo y del espacio, la alteración total del ciclo circadiano.

Durante este “tratamiento” el capturado es sometido a un continuo y agotador interrogatorio que pretende y casi en todos los casos, logra la delación de sus compañeros y, en especial, la renuncia a sus concepciones políticas e ideológicas. Lo que se busca es domeñar la psique del capturado por la doble vía de la aplicación de una tortura física y psicológica brutal que permita el control de los sentimientos y emociones de la víctima para alcanzar los fines del interés de las fuerzas represivas del régimen dominante.

Este tipo de tortura va dirigido de manera especial en contra de aquellos militantes que por su participación pública o por otro tipo de representatividad, como el caso del que nos ocuparemos más adelante, son conocidos por amplios sectores de población a los que su defección necesariamente crearan dudas sobre la pertinencia de la participación política, así como a la población en general, que “confirmará” el hecho de la falsedad de los planteamientos revolucionarios.

Estos períodos de tortura son alternados con un tratamiento más humano y hasta respetuoso realizado por personal distinto al que ejecuta sobre el detenido los métodos violentos. Con ello se lleva al prisionero a niveles profundos de temor y dependencia, temor hacia aquellos encargados de la aplicación de los métodos “duros” y dependencia hacia los que le aplican el procedimiento “suave”.

Lo que se pretende con ello es el control de sus afectos y emociones, una vez ablandado se inicia la etapa de persuasión o reeducación en la cual por medio de estímulos diversos, que van desde la lectura de noticias o relatos de todo tipo, que le demuestran lo incorrecto de su vida anterior.  Este no es un trato lineal, es decir que a la primera etapa correspondiente al manejo “duro” de la víctima, le suceda la del proceso “suave” y finalmente la de persuasión; en dependencia con cada individuo sometido a este duro proceso, las etapas pueden repetirse sin que necesariamente se cumpla el orden expuesto arriba.

Domingo Pastor Petit, en referencia al llamado “lavado de cerebro” como también correctamente se le puede llamar a este procedimiento, nos dice que:

“Alternando la tortura (privarle de dormir, golpes, poca y mala comida, ruidos intermitentes, luces especiales, decorados obsesionantes, etcétera) con el trato amable y humano, el prisionero – desde ese momento un enfermo, no un prisionero -, no tardará ( en unas semanas o unos meses), en tornarse blando, manejable, sugestionable, y apto para recibir la propaganda de una nueva ideología. Hay que reeducar al “enfermo”: toda su escala de valores sufre una metamorfosis lenta y progresiva; lo que antes le repugnaba, ahora ya es bueno; y, poco a poco, el sujeto trueca sus antiguas creencias por las de sus verdugos. Es una mera cuestión de tiempo. El proceso es como sigue: torturas, amabilidad, torturas, enseñanza y propaganda, adiestramiento en la nueva ideología y, por último, tras un período de sobrealimentación y fuerte calor humano (el individuo es tratado como convaleciente), el espía capturado se convierte en un fanático con otros fines políticos. Resulta interesante observar cómo el rebelde prisionero acaba por claudicar; llega un momento en que admite su culpa y declara con matices las causas; incluso exagera el volumen de su culpabilidad, ansioso de superar aquel ciclo de malos tratos”[1]

En la Argentina, a la luz de la doctrina contrainsurgente con orientación de la inteligencia francesa, hubo casos significativos de la aplicación de este procedimiento, la literatura académica al respecto es abundante pero la publicación pionera desde el punto de vista divulgativo que es altamente ilustrativa se dio en México en la primera mitad de los años 80[2]

Aunque son muchos los casos de la aplicación de este recurso en la historia de la represión en Guatemala, el más relevante es el del sacerdote jesuita Luis Eduardo Pellecer Faena. Dadas sus características intelectuales y por el papel de guía espiritual jugado en su condición de religioso, fue elevado al nivel de publicista del régimen en un acto de “arrepentimiento” y denuncia transmitido ampliamente por los medios de comunicación el día 30 de septiembre de 1981; sin embargo, casi todos los casos de ex-revolucionarios pasados a las filas de los aparatos de inteligencia o a escuadrones de la muerte, son el resultado de la aplicación de esta técnica. Los casos aumentaron notablemente, después de la llegada de asesores argentinos al país, en los años 80.[3]

Aunque no es ánimo de quien esto escribe de magnificar el papel jugado por el Batallón 506 de la inteligencia militar argentina en el país, en esa etapa represiva de la guerra interna, en los años 80 del siglo pasado, ya que Guatemala puede considerarse, con falso honor, pionero en las técnicas represivas. De acuerdo con Ignacio González Jansen, José López Rega el organizador de este tipo de escuadrones de la muerte en Argentina, conocidos como la Triple A fue contactado con el coronel Máximo Zepeda en España por el embajador norteamericano en ese país, Roberto Hill, para una transmisión de experiencias y competencias en esa práctica del terror, el mencionado embajador norteamericano quien de paso hay que decirlo, fue muy activo en el derrocamiento del régimen revolucionario de Jacob Arbenz Guzmán.[4]

Con este mismo sentido es altamente ilustrativo el criterio del oficial francés mencionado al principio, sobre el “tratamiento” asignado a un prisionero, que por su papel o jerarquía en su organización revolucionaria resulta altamente provechoso para las fuerzas represivas alcanzar el “arrepentimiento” público de su pasado como insurrecto y con ello lograr el descrédito de la ideología y práctica colectiva del grupo contestatario al régimen en el poder y por extensión con los demás existentes en la vida política. La aclaración sobre el papel de los efectivos de la seguridad argentina se hace necesaria porque los primeros en América Latina en estudiar las técnicas represivas francesas fueron los efectivos de esa nacionalidad.[5] Dice Charles Lacheroy:

“Pasemos ahora a técnicas adaptadas a casos más modestos: la conversión de los presos a la ideología del sistema. Allí sin embargo, la técnica es relativamente simple y tomaré una comparación que ya he dado: la técnica es la de la costurera en casa. Le dirás a esta modista en casa: “Debes hacer una capa para mi hijo, con el abrigo del abuelo”. Bueno, si es una modista que hace bien su trabajo, al principio, ¿qué hace? Deshace las costuras, elimina los revestimientos, elimina todo lo que era la forma de esta capa del abuelo, su forma su carácter particular su apariencia. Luego, en un segundo paso, vuelve a dibujar el nuevo traje recortando en este tejido plano como si cortaras un paño nuevo”.[6]

En esa metáfora macabra, junto con lo expresado por Domingo Pastor Petit, queda explicado claramente cómo se da el proceso de desnaturalización del prisionero en manos de la represión.

El caso Pellecer Faena

Como ya se ha mencionado el caso del sacerdote Luis Eduardo Pellecer Faena, es especialmente ilustrativo por el rechazo profundo que lograron en él todas las técnicas mencionadas hasta ahora en la transformación de la personalidad, desde su “aparecimiento” público en 1981, hasta su muerte sucedida el 20 de diciembre de 2020 a causa la pandemia del coronavirus, abjuró profundamente convencido de su concepción ideológica revolucionaria anterior.

Pellecer Faena fue junto a Fernando Hoyos y a Enrique Corral de los miembros jesuitas más radicalizados que pertenecían al Centro de Investigación y Acción Social -CIAS-, cuya sede estaba en la zona 5 de la ciudad capital. Estos como se sabe se vincularon al EGP. Mientras que los dos primeros centraron su trabajo político en las áreas rurales y se les vincula por ello en la organización del CUC y luego su participación en la guerrilla de esa organización, Pellecer dedicó más sus esfuerzos en el trabajo urbano.

Luis Eduardo Pellecer Faena fue capturado el 8 de junio de 1981 y su primera conferencia de prensa para manifestar su arrepentimiento, así como denunciar a sus compañeros jesuitas fue, como ya se dijo, el 30 de septiembre del mismo año. Es decir que estuvo sujeto al tratamiento inhumano para lograr su transformación casi tres meses. El REMHI, sostiene que fue el general Ortega Menaldo quien tomó el caso en sus manos para comprobar en la práctica las enseñas recibidas. Varias fuentes en la que se incluye la mencionada, informan que se intentó contratar a tres odontólogos para que atendieran el caso de Pellecer, otra sostiene que fue sólo uno, pero todas coinciden en que los profesionales fueron asesinados. No obstante ninguna de las mencionadas aclara la razón por la cual Luis Eduardo Pellecer Faena, necesitaba de esa atención especializada.

De acuerdo con un informante de quien esto escribe, vinculado a su vez a los aparatos represivos, esta necesidad de atención odontológica fue producto de que la víctima sufrió la extracción de sus piezas dentales una a una sin anestesia.

Sin embargo hay otros casos en el que el proceso de readecuación de la personalidad no funcionó como lo esperaban los torturadores, entre otros el caso de Emeterio Toj Medrano, el que, hay que decirlo, deja espacios que no corresponden con las etapas esperadas en el socavamiento de la voluntad de los detenidos, ni la información contenida en su testimonio permite establecer la intensidad de la tortura.

El sacerdote jesuita, Ricardo Falla, elabora una concepción de corte antropológico para explicar el caso de Emeterio Toj, habla de que no lograron quebrantar su identidad de indígena lo que dio como resultado su fuga del centro de detención. Los expertos en este tipo de procedimiento, en especial los de la Escuela Francesa y más particularmente los integrantes de la Organización del Ejército Secreto que, como se sabe, surge después de la rebelión de los generales franceses en Argelia en contra del gobierno del general Charles de Gaulle, tienen como principio que más tarde o más temprano todos los capturados se “quiebran” y se despojan de sus creencias anteriores. Entonces surge la necesidad de explicarse si las razones del éxito de este método, radica en la intensidad de las torturas como apunta el caso de Pellecer Faena, así como también en la duración del tiempo de tortura, o ambas cosas a la vez.

Cualquier tipo de identidad es una construcción social, es decir algo adquirido. A pesar de lo que sostiene Falla, el objetivo buscado en la aplicación de las técnicas de la readecuación de la personalidad va más allá de cualquier construcción social y apunta descarnadamente a la condición humana del capturado. Lo que parece señalar que el éxito represivo radica en la dureza en el que se de este proceso destructivo. Así que la duda queda planteada y la respuesta habría que buscarla tanto en la tortura misma en el nivel aplicado, el tiempo de aplicación de la misma, como en la capacidad de soportar el dolor de cada uno de los detenidos y sometidos a tortura con este fin.

Hay casos relevantes como el de Rolando (cuyo pseudónimo fue Esteban) Pineda –El Gato-, un militante de la sección militar del PGT, quien bajo el tormento trataba de convencer a sus torturadores de la certeza y conveniencia de sus ideales políticos, esto hasta que fue muerto a consecuencia del tormento, sin que los represores lograran su propósito. En este caso no se recurre al engaño de parte del torturado como puede darse en el caso de Toj Medrano. 

La manipulación de colectivos

Además de la aplicación individual de esta técnica, también se dieron casos de aplicación colectiva en la readecuación de la personalidad, aunque aquí mediaba más el terror de las matanzas colectivas de las que fueron tanto víctimas como testigos presenciales, que la tortura misma. En la segunda etapa del plan contrainsurgente de Ríos Montt y sus colaboradores, en relación al reagrupamiento de la población en las aldeas modelo. La principal ventaja básica para los allí reunidos era la comida (tres tortillas y frijol, a veces un poco de arroz), eso ya significaba un elemento de dominación determinante.

A decir del Sargento Julio Corzantes, director de re-educación en la Aldea Modelo de Tzacol,

“Teníamos clases con los niños de las 8:00 AM, hasta la tarde. Los adultos se levantaban a las 5 AM, a la 6 izábamos las bandera, a las 6:15 era el desayuno; de las 7 a las 8 teníamos una plática ideológica. Una plática ideológica sobre cómo se sentían ellos en la montaña, cómo era su vida aquí, cómo ellos se sentían ahora, cuáles cambios habían tenido con nosotros. Tratábamos que dijeran bien o no, si ellos confiaban en nosotros. Entonces les hablábamos de las patrullas de autodefensa civil, les decíamos que si ellos eran cuatro casas, se deberían de defender entre las cuatro casas. Si algún sospechoso llegaba, debían engañarlo y denunciarlo inmediatamente. Teníamos también recreación y pláticas de higiene, cómo usar las letrinas y lo necesario de hervir el agua, en medio de estas actividades teníamos una refacción y la preparación de la comida. Les dábamos pláticas ideológicas desde la 11:00 AM hasta el comienzo de la noche, eran diez pláticas ideológicas diarias, porque ese era nuestro trabajo. Por la noche teníamos eventos sociales, algunas veces yo tocaba la marimba con ellos”.[7]

El efecto de vivir en un espacio diseñado para ser observado y vigilado de continuo por el Ejército, además de tener organizados todos los momentos del día de acuerdo a un programa, con la dependencia de la comida y con los desplazamiento restringido, con la presión continua de las ‘pláticas ideológicas’, y el temor al poder del Ejército, la presión se apoyaba también con fotografías de cadáveres de supuestos guerrilleros muertos; con todo esto,  podían llevar por medio de la aplicación colectiva de la técnica de la readecuación de la personalidad a cambios importantes en las personas. Un ejemplo de los resultados efectivos de esta técnica, es el letrero que se podía leer en las montañas de Saraxoc, cercano a Cobán, habitado por 570 personas: “Bienvenidos a Saraxoc: Una comunidad antisubversiva e ideológicamente nueva”.[8]

[1] Pastor Petit Domingo. 1970. Anatomía del Espionaje, editorial Plaza y Janes, S.A. Barcelona. Pastor Petit se refiere en este caso a un capturado que originalmente era un espía, pero el método puede ser aplicado sobre un revolucionario.

[2]Bonasso Miguel. 1984. Recuerdo de la Muerte. Editorial Era. México.

[3] Escalante Font. Fabián. 2005. La Guerra Secreta –Operación Calipso-. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, Cuba. También en Garzón Real. Baltazar 2016. Operación Cóndor -40 años después-. UNESCO.

[4] González Jansen Ignacio. La triple A.

[5] Ver Escuadrones de la muerte Marie Monic Robin https://www.youtube.com/watch?v=_LRGf4G1XnI, acceso 4/7/ 2021

[6] Lacheroy Charles. 1957. Guerra Revolucionaria y Arma Psicológica. Ministerio de la Defensa. De acción psicológica e información.

 

[7] J-M Simon op cit p 182.

[8] Remhi, también, J-M Simon op cit p 235-236.

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