Honduras: Presidenta Xiomara Castro, reto y esperanza inmensos

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Créditos: Internet
Tiempo de lectura: 4 minutos

Por Prensa Comunitaria

A menos que haya un fraude escandaloso, como en 2017, Xiomara Castro será la nueva presidenta de Honduras. La primera mujer, con una plataforma de izquierda además, que gobierna el país centroamericano. No es poco.

El triunfo de Castro termina con 12 años del mandato del derechista Partido Nacional, que empezó en 2009, cuando Roberto Micheletti asumió como presidente de facto luego de que el ejército hondureño, con la complicidad de Estados Unidos, derrocó a Manuel Zelaya, esposo de la presidenta recién electa.

Aquel golpe de Estado de 2009, y la década larga que siguió de régimen nacionalista, han hecho de Honduras una de las democracias más frágiles del continente, agobiada por grupos criminales que, en asocio con el poder político, la han secuestrado para el beneficio de unos pocos en detrimento de los más pobres, las comunidades indígenas y las minorías.

El primer reto de Xiomara Castro, el más urgente, será revertir la infiltración del crimen organizado que transformó a todo el Estado en un asocio criminal en sí mismo. Si no logra eso, poco más podrá hacer para enfrentar todo lo demás, la pobreza, la violencia, la desigualdad, la violencia de género.

Con una tasa de 37 homicidios por cada 100,000 habitantes en 2020, la cuarta más alta del continente, Honduras es un lugar muy violento, uno que sigue expulsando sin piedad a sus habitantes. Aquí, acaso más que en los vecinos Guatemala y El Salvador, la migración es una forma de vida, en muchos casos la única forma de vida.

En la Honduras profunda, la más rural y pobre, vivir fuera del yugo de quienes ejercen el poder en los territorios, sean estos los narcotraficantes o los políticos, no es viable. Mejor dicho: la única forma de vivir es bajo el yugo de las violencias.

Transformar el Estado, limpiarlo, no será tarea fácil, y Xiomara Castro no podrá hacerlo sola. Necesitará todos los socios que pueda conseguir dentro y fuera de sus fronteras. Socios honestos, se entiende. Por eso es urgente que a Honduras no se la siga entendiendo dentro da la lógica bipolar: si los gobiernos del mundo, empezando por Estados Unidos, listan a esta mujer a priori como amiga o enemiga basados en filias y fobias ideológicas, Castro y Honduras no tienen oportunidad.

Un ejemplo de lo anterior: si Washington, basado en una política exterior miope y transaccional, apoya por lo bajo a los grupos criminales que se opondrán a Xiomara Castro desde el día de su toma de posesión, poco podrá ella hacer para maniobrar dentro de los cánones democráticos.

También tendrá Xiomara Castro un reto inmenso relacionado con la coherencia de sus políticas públicas y sus postulados ideológicos. Esta mujer, que ha sorteado desde la oposición el machismo y la marginación propios de los sistemas políticos patriarcales de América Latina, es ahora el rostro potable de la izquierda continental.

Que la etiqueta de esperanza que las izquierdas han puesto en su presidencia deje de ser eso, una etiqueta, y se convierta en una forma de gobierno moldeado por los postulados básicos de la igualdad social promovida desde el Estado, dependerá de que tanto sea capaz de imponerse la presidenta en las alianzas y compromisos con el statu quo que la rondarán desde el principio e incluso son parte de la coalición política que la ha llevado hasta la cabeza del Ejecutivo.

Tendrá que empezar en casa.

Fundamental será, por ejemplo, que la presidenta se aleje de las partes más oscuras de su Partido Libertad y Refundación, Libre, manchadas también por alianzas con el narcotráfico, corrupción y oportunismo. E incluso que se aleje de la sombra de su esposo Mel, caudillo liberal, hijo del machismo político y él mismo no exento de señalamientos.

Si Xiomara Castro no logra imponer el sello propio a su izquierda, uno que no ceda a las tentaciones autoritarias que tanto han marcado, por ejemplo, a Cristina Kirchner en Argentina y que terminaron transformando a Daniel Ortega de comandante sandinista a dictador tropical en Nicaragua, la esperanza que hoy la rodea podrá convertirse, muy rápido, en un fiasco. Como ya pasó en el vecino El Salvador, donde el joven Nayib Bukele hizo con los postulados de izquierda una humareda propagandística para cubrir, de nuevo, su afán autoritario.

Que haya llegado al poder con un amplio apoyo popular, aupada por una amplia coalición de jóvenes, profesionales, derechistas moderados, izquierdistas añejos, defensores de derechos humanos, comunidades indígenas, es un signo esperanzador para la presidencia de Xiomara Castro. Pero la popularidad, se sabe, no es garantía de buen gobierno o afán democrático.

En la construcción del triunfo electoral de Libre ha sido también importante el amplio rechazo a Juan Orlando Hernández, a su rasgo mafioso y su apropiación de la vida pública hondureña. Ser el rostro de ese rechazo también otorga a Xiomara Castro el rasgo de la esperanza.

Pero todo esto no es, por sí solo, suficiente

El ejemplo del salvadoreño Bukele sirve, de nuevo, para ilustrar. Popular, electo en buena medida por el rechazo a poderes corruptos del pasado, el millenial de la gorra hacia atrás es, a mitad de su mandato, el niño-emblema del autoritarismo continental y El Salvador no está mejor de lo que estaba antes de él.

Pero Xiomara Castro no es Nayib Bukele. La coalición política que la llevó al poder no es una colección de mafiosos salidos de los poderes pasados. Su temple es, también, diferente a la del tuitero vecino: ella es una mujer que construyó su candidatura en los pueblos, barrios y calles de Honduras durante una década, en diálogo cara a cara con las fuerzas políticas y sociales que la apoyan. A Xiomara Castro no le han regalado nada.

Centroamérica debería de apostar al éxito de Xiomara Castro, a que la esperanza se imponga a los retos inmensos que enfrenta. Desde Guatemala, otra democracia que muere a manos de élites depredadoras y criminales como esas a las que la presidenta electa de Honduras ha desbancado, deberíamos respirar los buenos aires que hoy llegan de nuestro vecino.

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