Créditos: Carlos Caal.
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Por Andina Ayala y Elías Oxom

Editado por Héctor Silva

El nombre de las primeras cuatro abuelas según el Popol Vuh son las siguientes: Chomija’, Tz’ununija’, Palumna’, Kaqixaha’. Los nombres de nuestras primeras cuatro abuelas, terminan con ha’, que en el idioma Q’eqchi’ significa agua, que son símbolo de fecundidad. Los ríos son las venas de la tierra, el agua es la sangre”. Mario Sebastián Caal Jucub, guía espiritual maya Q ’eqchi’

En Campur, aldea del municipio de San Pedro de Carchá en Alta Verapaz, las aguas de Eta y Iota se filtraron en la tierra y llenaron caudales acuíferos subterráneos sobre los que está asentada la comunidad, a los que aquí les llaman siguanes. Esto provocó que tres kilómetros cuadrados del centro urbano de la comunidad permanecieran sumergidos durante tres meses.

Aquí el agua no llegó del cielo o de un río crecido; brotó del suelo sin detenerse hasta llenar el centro urbano. Las autoridades de gobierno no han explicado con datos científicos como sucedió todo aquello. Tampoco han dado a las gentes de Campur una alternativa para levantar su economía, pero la aldea ha renacido de a poco.

Buena parte de los 269 kilómetros que se recorren desde la Ciudad de Guatemala hasta Campur están llenos de paisajes verdes protuberantes cubiertos por el lienzo celeste del cielo. Eso cuando no llueve como llovió con las tormentas de 2020. Al pasar el municipio de San Pedro Carchá hay un desvío hasta la aldea que es de terracería y asfalto. Es un asfalto minado, no por una guerra, sino por el abandono del Ministerio de Comunicaciones de Guatemala. La precariedad de la infraestructura vial se nota mucho antes de llegar.

La inundación más grande registrada en Guatemala (situación inicial)

El 3 de noviembre de 2020 la tormenta de categoría 4 se había formado en el Atlántico centroamericano. El Centro Nacional de Huracanes (NHC) de Estados Unidos la bautizó con el nombre Eta. Con vientos de 230 km/h, Eta ya había dejado inundadas a dos mil personas en sus primeras horas en Honduras y Nicaragua. En Guatemala impactó especialmente la región norte: los departamentos de Izabal y Alta Verapaz. Foto Elías Oxom

Las aguas que salieron de la tierra convirtieron a Campur en una laguna. A sus habitantes les quedó poco más que trasladarse en lanchas. Quien quisiera viajar tenía que hacerlo a través de puertos improvisados que conectaban con los municipios aledaños de Cahabón, Chisec y San Pedro de Carchá. Los que viajaban tenían que pagar Q 20 (U$3.00) por pasaje de ida y vuelta.

El bloqueo de las vías tradicionales de acceso llevó hambre: Campur es el centro comercial usado por otros caseríos cercanos que, aunque no se inundaron, se quedaron sin alimentos.

El exceso de agua que brotó de la tierra significó escasez de agua potable. Los damnificados tuvieron que recurrir a los nacimientos aledaños a Campur y a las vecinas aldeas Birmania, Chamuxuj y Setaña, que se ubican a tres, cinco y siete kilómetros cada uno. Los habitantes se organizaron en grupos de 10 familias para transportar agua en toneles.

Los camiones que la desplazaban cobraban hasta Q50 (unos 6.5 U$) por cada viaje de cinco toneles. Un tonel (220 litros) apenas puede satisfacer las necesidades básicas de un hogar: en Campur las familias tienen entre cinco y 12 miembros.

Según los datos de la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (CONRED), en todo el departamento de Alta Verapaz hubo 8 mil 368 personas afectadas; 7 mil 810 personas damnificadas y 1 mil 603 viviendas, con daños severos, moderados o leves.

Los líderes de Campur calculan que la inundación dañó 941 viviendas y dejó más de mil familias damnificadas. En su último informe por aldeas, del 4 de junio pasado, CONRED solo reconoce 124 viviendas dañadas en la aldea.

 

La debilidad del Estado

Comenzó con pequeñas pozas el jueves 5 de noviembre. “Apenas se miraba agua sucia que se acumulaba en las calles. El viernes 6 empezaron a brotar los primeros nacimientos de agua. Entonces (los comunitarios) dijeron: ‘es normal esto. Se va a inundar un poco’ ”, recuerda Erick Cú, empleado de la municipalidad de San Pedro Carchá.

Al principio, nadie sospechó que el agua de los siguanes mantendría más de 400 viviendas bajo el agua por 66 días. Ni siquiera Mitch, el huracán que devastó el norte de Centroamérica en 1998 había impactado esta aldea así.

“Con Eta, la misma tarde del viernes se rebasó el límite de lo que antes había inundado el Mitch…. ‘Esto sí es serio’, pensamos… y ya venía muy acelerado el crecimiento del agua. A medianoche el viernes empezó a salir la gente”, dice Cú.

Al 13 de noviembre de 2020, Eta y Iota habían salido del territorio guatemalteco, pero en Campur el peligro estaba lejos de terminar. El agua no daba tregua, aun con las tormentas desactivadas, en esta parte Alta Verapaz, un departamento guatemalteco en el que el 78 por ciento de los habitantes vive en la pobreza, de acuerdo con un informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

La inundación sacó a decenas de personas de sus casas. Alquilar en las partes secas implicaba un gasto entre Q 700 y Q 800 (alrededor de 100 U$). En Alta Verapaz, además, las pérdidas en el sector agrícola rondaron los Q 161,4 millones (unos 21 millones de dólares). La vulnerabilidad alimentaria aumentó.

En Campur se cosecha cardamomo y mandarinas, además de cultivos de maíz, frijol y chile. “Fueron afectadas aproximadamente veinte manzanas de cardamomo y un aproximado de quince manzanas de variedad de cultivos, entre ellos pimienta, achiote, naranja, mandarina, huertos y pacaya”, dice Víctor Caal, alcalde auxiliar.

Ante el desastre, el Estado Guatemalteco hizo muy poco. Ni siquiera ha sido capaz de determinar, con dictamen científico, las causas exactas de la inundación que nació en lo subterráneo o de establecer vías para que los habitantes regresen a habitar el lugar.

La gestión municipal también ha sido deficiente para algunos vecinos campureños. El alcalde Winter Coc solo llegó una vez con unas láminas que no alcanzaban para toda la población y no regresó. Además, fueron donadas por un particular y no compradas por la municipalidad.

Ana Ical, vecina de San Pedro Carchá, vio como la municipalidad excluyó o incluyó a vecinos en algunas ayudas. “Se politizó la ayuda humanitaria. Están los intereses particulares que van prevaleciendo sobre la comunidad, especialmente en San Pedro Carchá, que es donde yo me desenvuelvo, hay cooptación de los Consejos Comunitarios de Desarrollo Urbano y Rural (Cocodes) y han aprovechado la ayuda para llevar agua a su molino y dejar fuera a las personas que más lo necesitan”.

Otro actor en la emergencia fue el Ejército de Guatemala, representado por una fracción de veinte soldados que vivieron durante un mes en el área verde contigua a la escuela, que dirigía el maestro Esteban Ax, quien hoy se lamenta de haberles brindado un espacio:

“Solo ocupaban espacio de la escuela del cruce Chinama. Escuché que venían a ayudar, entonces acepté ¡Incluso abusaron del espacio de la Cruz Roja! Vinieron a ensuciar, a tapar los pozos de los baños. Hay que decir lo que es: durmiendo todo el día y ni cuando bajó el agua nos ayudaron a limpiar nuestras casas. Estuvieron un mes sin hacer nada, se ponían a jugar en la cancha, ellos riendo y la gente aquí abajo sufriendo”, dice Ax.

Comunidad de Campur, San Pedro Carchá. Alta Verapaz. Foto Elías Oxom.

Sin ciencia cierta

Han pasado ocho meses desde que Campur se inundó. Los científicos del Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología (Insivumeh), especialistas del gobierno, siguen sin proporcionar una explicación precisa de lo que pasó en la aldea.

Nadie en la comunidad conoce el informe sobre lo que sucedió en Campur. CONRED si presentó, en Ciudad de Guatemala, la Evaluación de daños y pérdidas causados por las depresiones tropicales Eta e Iota, que proporciona datos a nivel departamental.

El documento consta de 275 páginas y el equipo que lo hizo estuvo formado por instituciones internacionales, ministerios y secretarías del gobierno de Guatemala, una representante del CACIF y la Cámara del Agro y la Universidad Rafael Landívar entre otras dependencias del Estado.

El documento no registró especificidades de la aldea Campur; las cifras vertidas se enfocan en los departamentos en este caso Alta Verapaz. Aunque sí se cuantifican los daños de las centrales hidroeléctricas y la de un monumento en Semuc, aldea vecina, pero las pérdidas económicas de la aldea no se visibilizan.

La falta de dictamen específico, que CONRED había prometido a la comunidad para marzo de 2021, detuvo la dinámica diaria: una vez la inundación cedió, los pobladores esperaban que alguien les dijera si podían volver a sus casas. Pero el dictamen no llegó y, por necesidad, los habitantes regresaron. Energuate, la empresa que vende energía eléctrica, no conectará el servicio sin ver el informe.

Los pobladores han optado por instalar paneles de energía solar. “Nos compramos el más sencillo, de Q 200, para un foco, pero hay unos que pueden valer hasta 3 mil quetzales”, explica Olivia Choc, educadora del centro de salud de Campur.

A falta de una versión oficial, los pobladores han buscado sus propias explicaciones sobre la inundación.

La población tiene varias explicaciones para lo que pasó. Los ancianos y guías mayas piensan que ha’, el agua, les está dando un mensaje de no contaminación. Sebastián Caal, guía Q’ eqchi’, opinó que todo “se debió a un desequilibrio ambiental, relacionado a la contaminación del país y del mundo; cada cierto tiempo, el clima hace un recordatorio”.

Al maestro Esteban Ax, su abuelo le explicó: “Ensuciar los siguanes es como tirar excremento sobre las fosas nasales, sobre los oídos”.

El ingeniero en geología Manuel Mota, dice que el fenómeno se debió al tipo de suelo del lugar. “Campur se ubica sobre una colina de ocho kilómetros cuadrados. En la zona llueve bastante y las tuberías naturales, esos ríos subterráneos, buscaron salir por debajo de la tierra. Los siguanes colapsaron”, explicó.

 

Para el científico puede haber dos motivos del colapso: “que los siguanes se obstruyeron por mal manejo urbano y contaminación, (construcciones sobre los siguanes o que conectaron las fosas sépticas a los siguanes). O que al ser demasiada el agua, saturó la capacidad natural del suelo kárstico”.

Caal, el alcalde auxiliar de la zona, explicó que no hay drenajes en Campur, la mayoría usa pozos ciegos y, que de los 32 siguanes, solo dos tienen casas construidas sobre ellos.

La opinión del jefe del departamento de meteorología en el INSIVUMEH, César George, es lo más cercano a una versión oficial que ha habido hasta ahora. “En Alta Verapaz normalmente llueven 600 milímetros al año. Solo en 20 días de noviembre de 2020 se registraron 841 milímetros en la parte de Cobán”, dice.

“Definitivamente fueron acumulados de lluvia que nunca se habían registrado en la parte de Alta Verapaz. No tuvimos esa cantidad de agua ni con el Mitch”, enfatiza el meteorólogo.

Llegó julio de 2021 sin informe oficial del Estado guatemalteco sobre la inundación en Campur. A falta de explicaciones, algunos pobladores apuntan a la hidroeléctrica Renace como responsable de las inundaciones por, supuestamente, haber tapado con concreto un área cercana, lo que pudo haber obstruido el flujo natural del agua. No hay, sin embargo, pruebas contundentes de esa versión.

El departamento de Alta Verapaz está ocupado por 21 hidroeléctricas, cuatro de ellas instaladas en el municipio de San Pedro Carchá, cerca de Campur: Renace I, Renace II, Renace III y Renace IV. Las hidroeléctricas funcionan sobre los ríos Cahabón y Canlich que desvían y canalizan el agua para la generación de 306 megavatios de potencia.

En el departamento hay, además, al menos 24 licencias mineras y cientos de hectáreas se utilizan para el monocultivo de palma. Algunos vecinos creen que la inundación pudo estar relacionada con estas industrias extractivas.

Mota, el geólogo consultado, considera muy poco probable que la hidroeléctrica tuviera algo que ver con la inundación. “Nos dijeron que hace 50 años se dio una inundación. No es la primera sino la tercera vez. Que no suceda frecuentemente es diferente”, señala.

La lideresa maya Q’eqchi’, Ana Rutilia Ical Choc, quien ha interpuesto una denuncia en contra de la hidroeléctrica Renace, opina diferente: “Estamos ante un fenómeno del calentamiento global, Guatemala está dentro de todo esto, en Alta Verapaz realmente hay muchas empresas extractivas de palma aceitera, minería, tenemos las hidroeléctricas, una de ellas es Renace Sociedad Anónima, en San Pedro Carchá y el río Cahabón que atraviesa el departamento. Los impactos los estamos viendo… Eso ha impactado en la vida”.

Comunidad de Campur, San Pedro Carchá. Alta Verapaz. Foto Elías Oxom

Komonil, significa solidaridad en Q’ eqchi’

Algunasfamilias afectadas por la inundación se cobijaron en otras comunidades: las aldeas Cojaj, Pajal Crucero, Pajal, Santa María Tonichaj, Setzuk y Cruce Chinamá. Los albergues tuvieron capacidad para refugiar entre 15 y 35 familias, alrededor de un 2 % de las 941 familias damnificadas. Más de 700 familias tuvieron que buscar por sus propios medios un hogar temporal.

El maestro Carlos Choc Choc, de la escuela ubicada en Cruce Chinamá, cuenta que los dueños de las casas que no se inundaron recibieron vecinos, incluso, a personas que no conocían. “La gente fue tocando puertas, preguntando si podían pasar ahí, la mayoría los recibió”, dice.

Las primeras ayudas humanitarias fueron de las comunidades Q’eqchi’ cercanas. Después llegó la ayuda de otros departamentos, de personas particulares u organizaciones civiles. Al menos una docena de personas entrevistadas por Prensa Comunitaria en Campur dicen que el gobierno no llevó ningún tipo de ayuda en todo lo que duró la emergencia ni después.

Hubo hacinamiento dentro de los albergues, lo cual representó un alto riesgo para el contagio del virus COVID-19. Durante la emergencia, el semáforo que rastrea la incidencia del virus por municipio marcó alerta naranja para San Pedro Carchá; otra situación que el gobierno decidió ignorar.

La vegetación se pudrió y luego se secó; dejó en descubierto las grandes rocas sobre las que se asienta Campur. Ahora hace más calor. Nancy, una joven vecina, se queja de las moscas y del olor a húmedo que todavía se siente en su casa.

El maestro Esteban Ax, recuerda el regreso a Campur como un momento gris. Sus ojos se ponen llorosos y confiesa que sigue siendo muy duro hablar de esto. En los días en que regresó “no veía colores; era demasiado feo”.

“Mucha gente sufrió, más que nosotros, porque no tiene una entrada (de dinero); vendió su terreno o se metió a préstamo. Suele sentirse que estamos solos, del gobierno no tenemos nada, da pena decirlo, pero es lo real. Aquí vinieron a los 60 días, con el descaro de decir que iban a ayudar”, relata Ax.

Guatemala ocupa el séptimo lugar en vulnerabilidad a fenómenos naturales en el mundo, según datos replicados por CONRED. La lluvia ha regresado a Campur: cuando Esteban Ax habló de los días de la inundación en junio pasado, lo hizo, de nuevo, en su pequeña casa, resguardado del agua que volvía a caer.

El ruido de la lluvia sobre el techo, que es nuevo y de lámina, apenas permite escuchar la voz de Esteban. ¿Y si esto se vuelve a inundar? Enseguida, el maestro se responde con una sonrisa: así como aún es inexplicable la forma en que se inundó la aldea, así es su optimismo.

“Campur ha sido una potencia comercial, en San Pedro Carchá. Estamos levantados para alzar la voz; la ayuda no fue del gobierno. Si es que el señor presidente escucha esto, Campur no está muerto. Y estamos más preparados, vencimos a esta tormenta, ya sabemos a donde ir y estamos mejor organizados”. La voz de Esteban Ax, sobria, se deja oír entre el ruido de la lluvia sobre el techo de lámina.

Comunidad de Campur, San Pedro Carchá. Alta Verapaz. Foto Elías Oxom

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