Estefana Guamuch, la curandera de Pajoques y su lucha por la tierra de las flores

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Créditos: Prensa Comunitaria.
Tiempo de lectura: 10 minutos

Por Lourdes Álvarez Nájera

Hace apenas tres semanas, el 22 de abril, entró en vigor el Acuerdo de Escazú, en conmemoración al Día de la Tierra, un acuerdo que Guatemala no ha ratificado, pese a la situación en la que se encuentra la protección ambiental, el poco acceso a la información sobre esa temática y la vulneración de derechos que todos los días deben enfrentar las personas que defienden la tierra, el medioambiente y los derechos humanos, de manera particular las mujeres guatemaltecas que se enfrentan a otra serie de amenazas por su trabajo, como violación sexual y desprestigio a su reputación por participar en reuniones fuera de su casa.

Una de esas defensoras es Estefana Guamuch, quien ha participado activamente en la defensa del territorio y del medioambiente que 12 comunidades maya Kaqchikel del municipio de San Juan Sacatepéquez mantienen desde el 2005, en oposición a la planta cementera San Miguel, de Cementos Progreso y a la construcción de una carretera reconocida como el Anillo Periférico Regional en esa región del país, debido a que aseguran que en ningún momento fueron consultados o se tomó en cuenta su opinión para ambos proyectos, además de que han sido despojados de territorio con una serie de anomalías.

Foto: Prensa Comunitaria.

Durante los gobiernos de Álvaro Colom y Otto Pérez Molina hubo varias mesas de negociación que no rindieron más allá de promesas que siguen sin cumplirse para las comunidades que han visto incrementar su situación de vulnerabilidad y de pobreza.

Recientemente, la población de El Pilar II, en esa región, conmemoró el aniversario de la Asamblea Permanente que duró 9 meses, de agosto del 2019 a mayo del 2020, y que fue declarada debido a que denunciaron que una persona ajena a la comunidad vendió a la empresa cementera unos terrenos sin la autorización de los propietarios.

La curandera de Pajoques

Ocho pequeños escarabajos color café oscuro llegaron hace algunos años a las manos de Estefana, que con mucho esfuerzo logró ahorrar 200 quetzales para comprarlos. Los escarabajos, conocidos como Gorgojos Chinos, lograron reproducirse gracias al afán y esmero de Estefana, que todos los días les coloca trozos de pan o de cáscaras de banano y les adecuó un lugar seco para vivir, utilizando un recipiente de plástico de esos que entregan en las panaderías cuando se compra un pastel.   

“Se deben tomar 10 animalitos en un vaso de agua en ayunas, con eso rapidito se logra controlar el nivel de azúcar en el cuerpo”, asegura Estefana, que a sus 50 años de edad se ha especializado en curar las enfermedades de Pajoques una de las 12 comunidades maya Kaqchikel, de donde es originaria.

Foto: Prensa Comunitaria.

Estefana también cura a los recién nacidos de las mujeres de esa comunidad, a las mujeres embarazadas o a los adultos mayores que acuden a ella con alguna dolencia. “Yo no les cobro, aquí somos pobres y no puedo cobrar 25 quetzales, les digo que me dejen lo que sea su voluntad y las personas dicen está bien, te vamos a dejar unos tus 5 o 10 quetzales. A veces solo les cobro si me piden algún huevo del país que se usa durante la ceremonia, porque yo tengo mis gallinas y las tengo a la mano”.

Estefana asegura que en su comunidad se le reconoce como curandera, porque ayuda a curar y a elevar oraciones para que los antepasados, los santos y Dios intercedan en ese propósito, pero también se le reconoce como una lideresa, un título que también ha representado amenazas constantes a su vida y a su reputación.

“Me han dicho chucha, que me van a quitar la ropa y me van a violar”

Aunque en su comunidad, las acciones de defensa del territorio y los trabajos cotidianos en el campo o en la casa son complementarios entre hombres y mujeres, Estefana asegura que durante los momentos más intensos de las movilizaciones populares, en contra de los proyectos cementeros, sufrió amenazas e intimidaciones que se diferenciaban de las que les hacían a los hombres.

“Qué busca esa chucha aquí, que haya oscuridad allá abajo y la vamos a violar. Entre hombres se respetan más que a una mujer. Te vamos a quitar tu ropa. ¿Qué buscas?, me decían”

Estefana comenta que ella y muchas mujeres vivieron esa problemática desde el 2005 hasta la fecha, durante las movilizaciones ciudadanas, plantones de protesta y resistencia, estados de sitio, asesinatos y persecución, por expresar su rechazo a esos proyectos, que además trastocó otros aspectos comunitarios, familiares y personales. Varias familias fueron desintegradas a raíz de esos sucesos a lo largo de los años.

Foto: Prensa Comunitaria.

“Aquí hubo mucho problema y los trabajadores de la empresa culparon a los comunitarios. Nos vinieron a asustar, a romper la puerta, mi esposo se fue a esconder y ya no regresó como muchos de la comunidad y me dejó con mis 8 hijos. Hubo muertos, encarcelados y perseguidos injustamente”.

Estefana añade que han presentado diversas denuncias, pero están engavetadas y que solo reciben llamadas para indicarles que sigan esperando las averiguaciones.

“Este año no me han llamado, pero desde el 2016 al 2019, saber cómo obtenían mi número, pero me llamaban y me decían que me saliera de mi casa porque me iban a venir a sacar o porque ahorita venían a matarme. Ellos a lo mejor lo que querían que yo saliera y me escondiera o que saliera para agarrarme”.

Desde que llegó la cementera varias mujeres de las comunidades que se oponen han denunciado agresiones y violencia sexual, una de ellas es Marcela Chacach Subujuy, que el 6 de diciembre del 2019 denunció públicamente que varios sujetos ingresaron a su casa “agrediéndome, me tocaron en mis partes, me hirieron en diferentes partes del cuerpo, luego procedieron a cortarme el cabello, como señal de humillación y odio contra la mujer. Agrediendo a mis tres hijos que tienen golpes en el cuerpo”.

“Tomen agua, coman un poquito de fruta”

Para llegar a la casa de Estefana es necesario atravesar varios kilómetros de una carretera llena de baches. Las casas y las plantas que se encuentran a la orilla del camino están cubiertas de capas de fino polvo café, que con el menor viento se arremolinan en las puertas y en las veredas. Las personas que caminan por esa ruta deben taparse la boca o cubrirse los ojos para no tragar el polvo.

La casa de Estefana es una estructura de block crudo y a su par crece un pequeño árbol de ciprés de color y aroma potente. Colgado atrás de la puerta, como un guardián silencioso que da la bienvenida a todos los visitantes, se encuentra un oso de peluche gigante que se sostiene de un clavo que se usa para pegar las láminas.

En la habitación donde Estefana duerme, también tiene una mesa con varias sillas, una platera, una cama y lo más valioso y preciado para ella, su altar.

“Aquí pongo mi fuego, mis candelas, hago las oraciones y mis ceremonias, por eso no tengo miedo, porque yo me encomiendo a Dios y a mis ancestros”.

Estefana es una anfitriona diligente. En su mesa tiene preparada una jarra de agua que ofrece inmediatamente. Su pequeña nieta de no más de 5 años le sigue los pasos. Acude a dar la bienvenida y ofrece panqueques. Una de las hijas de Estefana llega enseguida a saludar y a dejar varios platos rebosantes de sandía roja y jugoso melón.

“Tomen agua, coman un su poquito de fruta”, insiste Estefana antes de comenzar a platicar sobre su vida.

Foto: Prensa Comunitaria.

El agua es uno de los bienes más preciados para esa comunidad. Últimamente los nacimientos se han secado y los ríos están llenos de lodo y sedimentos. Ahora tienen que comprar agua hasta para lavar la ropa.

“A la semana usamos unos cuatro toneles de agua porque ya no tenemos nacimientos ni hay otra forma de conseguirla. Nos cuesta 10 quetzales cada tonel, por eso tenemos que saber como medirla y usamos poca”.

Para Estefana esa es una de las razones principales de involucrarse en las actividades de defensa del territorio y del medioambiente.

“Antes sin preocupación podíamos sacar una mata de frijol, una mata de hierbas o de maíz, porque había agua y se daban las matas de quilete o de chipilín, pero ahora ya no hay. ¿A dónde se fue esa agua? Antes aquí se veía jocote y café en lugares como los Trojes, pero ahora ya no está dando nada”.

Estefana recuerda que antes por todos lados había nacimientos y se veían muchos árboles, “no se sentía este calor de ahora, cuando son las doce del medio día o una de la tarde ya no se aguanta ese calor, por lo mismo los nacimientos se han secado. Me dio tristeza y saqué lágrimas porque hace poco pasé por un río donde vi a las pobres mujeres lavando con agua con lodo, cuánta enfermedad traerá eso”.

Las comunidades de San Juan Sacatepéquez aseguran que desde la instalación de la planta cementera el agua ha escaseado como nunca antes.

“Queremos desarrollo pero que salga de nosotros mismos y que quede para nosotros”

Hablar de desarrollo implica actividades y ganancias desde y para la propia población, asegura Estefana.

Cuando la empresa cementera llegó a San Juan Sacatepéquez, la población denunció que les ofreció trabajo pero finalmente solo fue por una temporada. “Muchos se fueron para allá, porque les ofrecieron tal cantidad, aunque no sepan leer, aunque estén sin estudios. Pero ahorita tienen trabajo los que sí son profesionales o tienen carreras, los otros ya están sin nada porque se fueron a trabajar solo por un ratito. Yo tengo hoy mi casa y ellos no, apenas si viven”.

Estefana asegura que han hablado de frente con ingenieros y licenciados de la empresa, para pedirles que respeten a las comunidades y sus demandas. “Les hemos dicho miren señor ¿usted no tiene hijos, no piensa en sus hijos y sus nietos?, pues igualmente nosotros pensamos en ellos por eso defendemos a la madre tierra y al agua”

Foto: Prensa Comunitaria.

“Nosotros, hombres y mujeres somos trabajadores, somos tejedoras, sembramos flores, nosotros queremos desarrollo pero que salga de nosotros mismos y que quede para nosotros y la comunidad, no ese tipo de desarrollo que las empresas dicen que traen. Los de la capital comen porque nosotros sembramos en las comunidades”.

“No tengo miedo porque tengo un don”

Estefana comenta que ella nació con un don, porque según le contó su madre, estuvo a punto de morir, pero sobrevivió. Además, durante su matrimonio sufrió la pérdida de 4 de sus hijos, que en total eran 12. También sobrevivió a violencia intrafamiliar por el abuso del alcohol que hacía su esposo.

“Pasé todo eso y sobreviví, por eso no tengo miedo porque tengo un don y una fuerza que ya traía, todo tiene un propósito y yo me encomiendo a Dios. Tengo una hija que también puede hacer ceremonias, a veces vienen mujeres con sus bebés y vienen enfermas, traen candelas, cigarros, puros y un octavo. Yo me hinco y enciendo mis candelas, traigo mi fuego, hablo al corazón de la tierra, al corazón del sol, de la luna y pido a Dios”

Cuando sus nietas le preguntan por qué Estefana realiza ese tipo de actividades, ella les asegura que es por la conexión que tiene con sus antepasados. “Yo sé que cuando les hablo los miro y sé que están presentes conmigo y ellos me escuchan. Yo he curado personas adultas y niños”

A sus hijas, hijos y nietos les reitera la importancia de no olvidar su idioma y ve como una ventaja saber dominar el castellano y el Kaqchikel, además de conservar su corte y su huipil.

“Cuando hago mi huipil canto, me gusta porque tiene un significado para mí”

Foto: Prensa Comunitaria.

Para Estefana es importante también saber escuchar a los pájaros o los movimientos de su cuerpo que para ella constituyen señales. “Al amanecer cocinando el desayuno cuando escucho un pajarito significa que alguien viene o también el ojo se me mueve, significa que algo me va a pasar y cabal alguien viene o algo pasa”.

En la región existen varios lugares sagrados para la población a los que ya no pueden acudir porque ahora es catalogada como área privada.

“Hay un lugar sagrado al que ya no podemos llegar porque ahí están los trabajadores de la empresa cuidando. En la finca el Pilar también hay una virgen a la que le íbamos a pedir cuando una mujer estaba embarazada, para que pudiera dar a luz tranquilamente y sin ninguna novedad, pero ahora ya no podemos entrar”, recordó.

“Me gustan las flores… sin ellas no podríamos comer”

En una región que se caracteriza por la producción de flores, las azucenas, las rosas y los crisantemos son las favoritas de Estefana, pero aclara que prefiere las que son color anaranjado intenso, como color fuego.

“Me gusta tocar las flores, ellas también tienen su espíritu y sin ellas no podríamos comer, yo les hablo y hago que ellas me respondan, les digo buenos días y que ojalá que me protejas. Cuando me voy al jardín de mi hermana me siento como que no estoy en mi casa, siento que estoy en otro lugar muy lejos”, dijo.

A Estefana también le gusta platicar y compartir con otras personas las historias que conoce y las anécdotas de su participación como lideresa de esa región.

“He participado en Uk’ux B’e y en el Comité de Unidad Campesina, cuando me invitan a reuniones voy porque me gusta platicar con las compañeras, contarles de mi historia y siempre me han dado espacio para contar lo que hemos estado viviendo. A veces me da pena porque no sé si sé hablar muy bien, pero me animan y lo hago”, detalló.

Festejar a las madres, también a la madre tierra

El 10 de mayo se celebró la conmemoración para las madres y para Estefana también es un motivo de festejo celebrar junto a su mamá de 84 años, pero reiteró que cada domingo, cuando se reúne con su familia, les deja claro que a la madre tierra también se le debe cuidar todos los días.

“Cuando hablo y platico con mi familia los domingos, les digo que nosotros somos como una raíz, defendiendo la tierra, y que así como están cuidando a su mamá deben cuidar a su tierra, porque a nadie le gustaría que lleguen a golpear a su mamá, por eso tenemos que cuidar a la madre tierra igual”.

Estefana asegura que la lucha de las mujeres es de suma importancia para proteger a la madre tierra y puntualiza en que pese a las adversidades “no debemos callar, no debemos tener miedo”.

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