La farsa del bicentenario de la independencia

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Créditos: Radio TGW
Tiempo de lectura: 2 minutos

Por Hernán González

Como lo demuestran los documentos históricos, el acta de la Independencia que se firmó el 15 de septiembre de 1821 en Guatemala, respondía únicamente a intereses hegemónicos de las élites históricamente dominantes, el primer punto del acta de la independencia, establece:

“Que siendo la Independencia del Gobierno Español la voluntad general del pueblo de Guatemala, y sin perjuicio de lo que determine sobre ella el Congreso que debe formarse, el señor Jefe Político, la mande publicar para prevenir las consecuencias que serían terribles, en el caso de que la proclamase de hecho el mismo pueblo.”

La Independencia de la capitanía General de la corona Española fue un hecho precipitado por el grupo de criollos que no tenían en sus manos el gobierno, tampoco poseían las fuentes de riquezas, sino bajo condición de la Corona, era una clase dominante a medias. El reducido grupo de los descendientes de los invasores españoles, a diferencia de los procesos y guerras independentistas en el sur del continente, les interesaba una independencia sin revolución, y a los comerciantes una transformación revolucionaria sin independencia, tal y como lo describe el Maestro Severo Martínez.

Uno de los precedentes para la precipitada firma del Acta de la Independencia, fue la Conjuración de Belén, un movimiento independentista que buscaba acabar con el dominio en la región de la Capitanía General de Guatemala. En 1813 Manuel Jesús de la Cruz Tot, uno de los personajes claves de la conspiración, Tot luchó por la independencia de la región ante España, pero una independencia del pueblo indígena, no solo de un grupo exclusivo.

Doscientos años después un monumento en el Parque Central de Cobán, lo muestra encadenado, lo encarcelaron, fue torturado, antes de morir pidió ser enterrado con las cadenas puestas en protesta a la esclavitud que vivían los pueblos indígenas, especialmente el Q’eqchi.

Otro evento histórico, fue el levantamiento indígena del pueblo K’iche’ de Totonicapán en 1820, el Gobierno de Atanasio Tzul de 20 días, no solo fue un acto de valentía de un pueblo sometido a la esclavitud, sino también una acto de emancipación político de oponerse al abuso, un hecho histórico que fue una de las principales preocupaciones de la clase dominante que se refleja en la apresurada independencia, porque la preocupación era “las consecuencias que serían terribles, en el caso de que la proclamase (la independencia) de hecho el mismo pueblo”.

La declaración de la Independencia fue un acto que desembocó en una transformación social, política y sobre todo económica, beneficioso únicamente para el grupo hegemónico dominante, que desde entonces, se convirtieron en dueños de una provincia, que hasta nuestros días aún tienen el poder político y económico.

¿Cómo celebrar un bicentenario donde los pueblos no tuvieron participación?

¿Doscientos años después algo habrá cambiado en el modelo de dominación en este país?

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