A propósito del 8 de marzo: Bielefeld un lugar donde se puede ir a casa tranquila

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Créditos: Eguizel Morales Ramírez
Tiempo de lectura: 4 minutos

Por Eguizel Morales Ramírez*

Hace un año terminé mi jornada como a las 23:31 en la biblioteca de la Universidad de Bielefeld[1], Alemania. Me gustaba trabajar de noche porque podía concentrarme más al no escuchar ruidos. Tenía frío y solo quería ir a casa. Así que corrí para alcanzar el tranvía línea 4 que va desde la parada de “Lohmannshof” a la “Rathaus”, pero lo perdí y fue por fracción de segundos. Estaba cansada de haber estado sentada tanto tiempo. Y también porque venía saliendo de un resfriado fuerte, producto del invierno que ya se marchaba.

Habré estado un minuto en la parada “die Universität” y tuve deseos de caminar hacia la siguiente estación: “Bültmannshof”, para tomar allí el tranvía. Así que caminé a media noche y me pasó algo muy extraño, no sentí miedo. Aunque siempre con precaución, porque en mi cuerpo están las marcas de los años de inseguridad que viví en mi niñez, adolescencia y juventud en mi país, Guatemala.

En esa caminata nocturna fui libre, recé, soñé, imaginé. Quise haber tenido poderes para traer a las mujeres de mi matria-patria, las de Chile y de otras partes del mundo a caminar conmigo en esa fresca noche. Sin miedo a ser acosadas, violadas o asesinadas. Anhele que pudieran disfrutar esa sensación de libertad y soñar junto conmigo, que viviéramos una eternidad en ese instante que era mío, pero que les pertenecía también a ellas, que descubrieran que hay lugares y mundos donde pueden ser ellas mismas, sin temor a que las “toquen” o “toqueteen” (como dicen en Chile), las acosen o las manoseen. Caminar con libertad por las calles, no tiene precio.

Llegué a la parada del tranvía. En instantes apareció el transporte y se abrieron sus puertas. Me subí, busqué un asiento. Mientras la máquina se desplazaba, vi la noche apacible y la luna en su esplendor. Llegué a la estación central a las doce y veinticinco de la noche (00:25). Esperé… en ese momento volvieron pensamientos sobre lo que nos da inseguridad a muchas niñas y mujeres en sociedades como las de Latinoamérica.

Pese a que son muchas las sociedades todas al parecer tienen algo en común: la desprotección a las personas más vulnerables o puestas en estado de “vulnerabilidad”. Recordé la feria de mi pueblo en ese entonces El Chal, Dolores y Santa Ana cuando íbamos al baile junto a otras jóvenes. Al entrar al salón había una valla hecha por hombres, de todas las edades y no faltó el que te “metiera la mano”, te agarraba la nalga, un pecho y sin que pudieras hacer nada, porque respondían en “manada” y te podía ir peor si les encarabas su desvergonzada y violenta actitud.

Recordé las veces que el hijo del vecino perseguía a las niñas para besarlas a la fuerza. Y lo que pasaba en la entrada de la isla de Flores, Petén, donde se ponía un muchacho y magreaba (tocar sexualmente) a las jóvenes que por allí transitaban. Muchas teníamos que dar una gran vuelta, para no pasar por ese callejón. Yo lo crucé una vez, pues iba tarde a mi trabajo −el día anterior me había dormido a altas horas de la noche haciendo las tareas de la universidad−, y tuve que correr. Cuando llegué al otro lado de esa peligrosa calle, las piernas me tiritaban, pues el degenerado me había agarrado una nalga. Sentí vergüenza, me sentía sucia, solo tenía 19 años, quería que me tragara la tierra, no podía contárselo a nadie, porque pensarían que yo lo había “provocado” (eso se usaba). ¡Yo no provoqué a nadie! Lo único que hice ese día −como muchos− fue levantarme de mañana e ir desde San Benito hasta Flores a la oficina de CONALFA (Coordinadora Nacional de Alfabetización), donde laboré…

Apareció el tranvía 1 en dirección a Schildesche y me subí en él. Llegué a mi cuarto. Me lavé las manos, la cara, tomé un té caliente, me acosté y agradecí estos años que he vivido en Alemania, porque me han servido para sanarme. Me he sentido bien y he experimentado el cariño de algunas amigas y amigos alemanes, además, de polacos, peruanos, cubanos, bolivianos, serbios, kurdos, turcos, iraníes, brasileños, mexicanos, guatemaltecos, rusos, ucranianos, franceses, españoles, senegaleses, colombianos, sudafricanos, ecuatorianos, chilenos, irlandeses, finlandeses, suizos. Mi corazón se ha llenado de diversidad de colores, respeto a las culturas, pueblos y creencias. Hemos reído, comido, llorado, bailado y compartido nuestros saberes a pesar de la exuberante diversidad.

Acá disfruto ver a las niñas, jóvenes, adultas y ancianas ir en el bus, en el tren, de la Universidad a la casa, del trabajo al tren, por la calle con la frente en alto, independientes, seguras de sí mismas. Y tengo la sensación de que seguirán como mujeres, como sociedad conquistando espacios, derechos, igualdad de oportunidades y tratos dignos.

Este 8 de marzo

Como siempre recuerdo a las 123 mujeres que quemaron vivas en la fábrica de Nueva York, por luchar por condiciones laborales dignas, pero mi corazón se estruja cuando pienso en las 56 niñas que murieron quemadas en el incendio de 2017 en el “Hogar Seguro”, Virgen de la Asunción, donde les arrebataron el futuro y los sueños.

Las luchas de las mujeres en el mundo siguen siendo legítimas, pues nos recuerdan que estamos vivas, aunque cada año nos asesinen, nos golpeen, nos discriminen, decidan por nuestros cuerpos. Nosotras seguiremos reclamando sueldos dignos, amando, confiando, soñando, estudiando y exigiendo vivir con dignidad.

Invito a los hombres a que sean nuestros aliados y nosotras entre mujeres mucho más. Que los hombres interpelen a otros, cuando vean que nos violenten, menoscaben como mujeres, jóvenes y niñas, con hechos que no les gustarían que le hagan a sus madres, hijas y esposas. Hoy creámosle a las niñas y a las mujeres cuando nos cuentan que viven violencia machista y patriarcal, busquemos juntas y juntos nuevos caminos. No seamos cómplices activos y pasivos en este torbellino de injusticias. Mujeres seamos sororarias con nuestras pares, no somos princesas, ni reinas, somos reales, no somos medias naranjas, somos naranjas completas.

Si logramos el respeto a la vida, a la dignidad de las mujeres, de las niñas, de los hombres, de los indígenas, de LGTBQ, de las ancianas, de los niños, de los garífunas, de la Madre Tierra, de los animales, de los ríos en este país nuestro, seremos constructores y constructoras de una nueva historia. Y si eliminamos la desigualdad, el racismo, el clasismo, la xenofobia, la impunidad, las injusticias que imperan y se apoderan de sociedades como las nuestras, entonces valdrá la pena pertenecer a esta tierra y tendrá sentido ser del país “de la eterna primavera”.

*Candidata a Doctora en Pedagogía

  • Las opiniones vertidas en este texto son de exclusiva responsabilidad de quien la emite y no representan, necesariamente, la línea editorial de Prensa Comunitaria.

[1] Bielefeld es una ciudad de 300 mil habitantes, cerca del Bosque de los teutones, en Renania del Norte Wesfálica, Alemania.

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