Créditos: Marlon García
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Por Marlon García Arriaga

¿Filoas de maíz gratinadas con crema de abocado y especias “ethnic” o tostadas en la feria?

Hace más de veinte años y por tres años seguidos sostuve el quijotesco sueño de hacer un museo en ferias de Guatemala. Hacer ciencia y arte en la calle significó vivir experiencias como la que me sucedió en el segundo año en que sólo contaba con un rollo de papel de envolver y crayones blanco y negro. No me quedó más que dibujar todo, todo, todo por casi 3 meses para poder presentarlo en agosto del 2,001. En la calle, con muy bajo presupuesto y dedicado al público más humilde que llega a las ferias, para muchos este trabajo no parecía tener impacto cultural, pero no sé de ningún museo nacional que como este fácilmente pueda presumir de la visita de ¡30,000 personas en una sola semana! Por ello valió la pena cada hora de esfuerzo en montarlo y cuidarlo.

Lograrlo no se debió sólo a “mi pasión por el arte” ya que cuando iniciaba esos tres años no me imaginaba que estaba asistiendo a la mejor escuela de: museografía, mentalidad pragmática financiera y técnicas (si quieren llamarle trucos) de montaje que ninguna Escuela de Diseño me habría enseñado. Mi Alma Mater en museografía son las ferias de Guatemala. Donde conocí a quienes involuntariamente se constituyeron en mis maestros, mis queridos compañeros en ese esfuerzo, hablo de las familias de la Asociación de Comerciantes de Ferias de Guatemala ACOFEGUA. A los artistas visuales les digo convencido ¡No hay mejor escuela de museografía y museología que una feria!.

Cada quien hace su camino en el arte con lo que cuenta para construirlo. El mío ha incluido la búsqueda de las formas por alcanzar la difusión de la cultura en espacios populares por razones muy personales. Ya que siento que con ello regreso a mis orígenes y también compenso mis sentimientos de frustración cuando me recuerdo a mí mismo, de niño, sin oportunidades para el ejercicio cultural. Igualdad de oportunidades ha sido la gran promesa fallida de este modelo de democracia-patio trasero que ha tocado vivir especialmente a los más pobres de mi país.

Foto Marlon García

 

Hablemos de las Ferias y el Covid

La pandemia ha desnudado nuestras necesidades en salud (física y mental) y la falta de herramientas anticorrupción. Pero también ha revelado que en Guatemala la justicia a su población la mide con distinta vara, según la procedencia de clase social de las personas. ¿A qué me refiero? Pues a que mientras que un trabajador dedicado a la venta de verduras era asesinado por la policía o cualquier reunión era reprimida en los barrios pobres en nombre de las disposiciones de salud, con arrestos incluidos, una fiesta de hijos de familias adineradas ante nuestra impotente mirada podía realizarse con la mayor impunidad a pesar de incurrir en todas las violaciones de seguridad para la prevención de esta enfermedad que, queramos o no, necesita para su cura alcanzar acuerdos colectivos.

La reactivación económica como principal eje en los contradictorios mensajes del Estado supera en atención, por ese mismo Estado; al abastecimiento hospitalario, a las estrategias educativas adecuadas para enfrentar la crisis, a la creación de un transporte público seguro y la supervisión por espacios laborales sanos. Como sea… los centros comerciales, restaurantes, bares, discotecas, aeropuertos, hoteles, todo debe abrirse en nombre de que todos tengan oportunidades de alcanzar el desarrollo.

Hasta acá todo parece un paraíso pensado por los liberales ilustrados del S. XIX… pero esta semana ese paraíso de oportunidades fue puesto ante el espejo con la manifestación frente al Palacio Nacional de las familias ferieras pidiendo igualdad de respeto a sus derechos económicos. Reclamando la reactivación de sus actividades comerciales. Y esto para mí se ha vuelto algo digno de poner atención, ya que las ferias son un ejercicio cultural que por sus orígenes populares son condenadas bajo el juicio falaz de ser focos de desorden social innato a las clases populares que les visitan, esto según la herencia de la mentalidad eugenésica del S. XIX y que parece aún estar presente en la sociedad del S. XXI. Por lo que ese estigma se ha usado para sustentar la justificación de su desaparición y sustitución por formas privadas de comercio que se beneficiarían monopolizando nuestro acceso a la cultura. Y eso es muy grave. ¿Cultura de centros comerciales? ¡¡Guácala, no gracias!!

Hablando del S. XIX ese fue un siglo de una gran producción intelectual caracterizado por la apasionada defensa de procesos de limpieza social en todo el mundo con el fin “curar los vicios sociales” en que según sus ideólogos las clases más populares eran incapaces sin medios represivos de “poder manejar sus bajas pasiones.” Las condiciones de ser pobre, indígena, afrodescendiente, migrante, joven, obrero y/o mujer eran consideradas las razones para la incapacidad de autocontrol que supuestamente justificaba el control social.

Por lo que desde el pensamiento hegemónico cuando la multitud reclama el uso de espacios públicos, el derecho a la práctica de su patrimonio cultural y la participación en la economía generada por la cultura tiene un trato diferenciado a ser rico, blanco, “de familia criolla”, empresario oligarca y/u hombre. Definitivamente las familias empresarias ferieras sufren hoy de un trato diferenciado y reclaman el mismo derecho de cualquier comerciante de la sexta y séptima calles de la zona 1 y todos los centros comerciales, con su arquitectura tan repetida y uniformada, que finalmente no parece muy diferente en el actual tratamiento del tema del distanciamiento social. Los ferieros proponen un manejo de entrada y salida de población visitante a las ferias, así como tomar la temperatura y dar gel a la entrada de sus comercios como los protocolos que tienen que cumplir los de los locales no ambulantes. Esto con base en dos derechos inalienables:

– el Derecho Universal al trabajo y el Derecho al Ejercicio del Patrimonio Cultural Intangible.

El tema genera opiniones que ya he escuchado desde hace mucho tiempo en el que los grupos más conservadores se manifiestan con desconfianza de la capacidad de autocontrol del ciudadano y ciudadana de las clases populares pero ven con ojos más tolerantes al comportamiento de las clases pudientes. La fantasía me traiciona y me salen unas preguntas tan extrañas como: ¿Es menos alcohólico el que chupa en Saúl? ¿Estás menos expuesto a contagiarte de Covid si compraste una champurrada de la 6ª Avenida que en la panadería de tu barrio? ¿Tiene más que ofrecer en términos de impacto al desarrollo cultural de las clases populares Cayalá que las ferias?

Desde mi taller de investigación y pintura apoyo en sus negociaciones a mis Maestros y Maestras en “Técnicas Museográficas y Administración Financiera de Centros Culturales Callejeros”. De nuevo la sociedad con mentalidad clasista les estará juzgando con su doble moral pero no están solos pues aquellos que venimos del ejercicio cultural de calle estamos con ustedes. Hoy el reto también como lo veíamos en los talleres de formación política y cultura de hace veintiún años está en la disciplina como organización. Por lo que el cumplimiento de los protocolos que se necesitan en todos los espacios de la vida pública y comercial, debe ser un producto también de la unión gremial feriera.

A mis dos hermanitas ferieras Ericka y Chayito les envío un abrazo grande y solidario. Fue muy conmovedor volverles a encontrar en plena lucha. Muchos compañeros nos han ido abandonando como nuestro querido Meme Tiburón hace un poco más de 40 días. También me solidarizo con las familias ferieras que han perdido todo su capital con las tormentas Eta y Iota cuando trabajaban en municipios de Alta Verapaz y Quiché.

Dicen que la normalidad ya no será la misma después de esta pandemia, ojalá que la mejor expresión de eso sea que ya no sea normal que el pobre tenga menos oportunidades que el rico.

Foto Marlon García

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