El artesano de la selva

COMPARTE

Créditos: Miguel Ángel Sandoval
Tiempo de lectura: 8 minutos

Por Miguel Ángel Sandoval

(Al Tío Pedro, donde se encuentre)

I

En su larga vida en las filas de la izquierda guerrillera, el tío Pedro tejió cualquier cantidad de historias. Creíbles unas, increíbles las más, pero todas construidas a fuerza de empeño y voluntad, con realismo sin par, y por supuesto, muchas inventadas con el paso de los años por quienes en algún momento lo acompañaron en alguna de sus aventuras, que siempre tenían como telón de fondo la lucha por los cambios que el país necesitaba.

En los años de la revolución de octubre su acendrado agrarismo lo hizo un organizador de primera y defensor sin par del decreto 900. Las historias agraristas del tío Pedro se vertieron años después en las nuevas generaciones de campesinos que se aproximaban en oleadas a la lucha revolucionaria.

Con la intervención de 1954, el tío Pedro se quedó con la gente, sus agraristas, y con ellos apenas armados con machetes, resistió hasta lo que era posible resistir. No buscó el exilio. Como resultado de ello, fue a la cárcel rodeado de agraristas, de obreros, estudiantes y otros luchadores de esa época.

En los parcelamientos agrarios de la costa sur, el tío Pedro, que en diversos lugares era conocido como Santiago, fue de lejos uno de los más notables organizadores. La Máquina, Caballo Blanco, Cuyotenango y otros lugares conocían de sus afanes. Sabían también que en el fondo de Chaca, como también se le decía, bullía la idea de resistencia armada, pues desde la derrota de Árbenz en el 54, decía que en esos tiempos, la resistencia era posible aún solo con machetes. Eran los años tempranos del 60.

Su morral, un machete y las ideas del momento lo acompañaban en su deambular por la costa sur del país, principalmente en los parcelamientos heredados de la época de la reforma agraria. Fue así, que con el inicio de los primeros grupos armados, Chaca incorporó a su morral una pistola y, poco después, una granada. Ya no era solo un organizador partidario, sino uno de los impulsores de la organización para la guerra. El Curro, quien durante años fue una especie de sobrino y aprendiz disciplinado, conoció de estos afanes, pues él también era un converso de la resistencia armada.

La opción del tío Pedro fue contundente, optó por la guerra y los pobres, para que cada campesino tuviera un pedazo de tierra donde trabajar y vivir y no solo aquella de la mortaja.

Formó parte de un importante grupo de revolucionarios que hacia los meses finales del 65 inició el recorrido inevitable de las armas y su manejo. Y desde entonces adquirió la maestría en el arreglo de los fusiles, pistolas y muy pronto se hizo explosivero. Todo ello como artesano que con paciencia dedicaba horas y horas en el oficio de armamentero.

Hacia finales de los años sesenta, se incorporó a los núcleos fundadores del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP), siendo en esa época el mayor de edad en un grupo en el cual ya se encontraban veteranos de la fase anterior de la guerrilla guatemalteca. Sus primeros pasos guerrilleros en la nueva fase, están consignados en Los días de la selva del filósofo guerrillero, Mario Payeras.

Es uno de los 15 o 16 que participó en la gesta del Ixcán. Hasta aquí, datos fríos de su inmensa biografía.

II

En alguna ocasión alguien dijo que Chaca o tío Pedro podía ser considerado como un artesano que había llevado el oficio a sus expresiones más elaboradas. La definición puede no ser exacta pero encierra un alto grado de verdad, pues con machete, martillo, alicates y paciencia, construía las piezas que faltaban en las armas o construía nuevas, inventadas por su ingenio de artesano.

Lo dicho es lo que explica sus reiterados fracasos en el intento por construir un cohete guerrillero en cuya búsqueda se inició en los tiempos de entrenamiento, alrededor de los años 66-67. Es también lo que explica por qué no logró construir la planta generadora de energía, concebida casi para ser transportada como se cargan las mochilas en la guerra.

En esta última empresa contó con el apoyo cómplice de un técnico de radio, un poco lunático, que se llamaba Puig, cubano él, y que cuando fue necesario, partió de voluntario como combatiente internacionalista a la guerra que los cubanos libraron en Angola. Y como siempre, tanto en la empresa de construir un cohete o una estación de radio guerrillera alimentada con una planta de generación eléctrica portátil, contó con el apoyo y la paciencia de Julián, el Viejo, Sigua y de quien creyera que tales ocurrencias eran posibles.

De sus empeños para construir el cohete dan fe los numerosos aprendices de artesano que por turnos conocieron los múltiples oficios del tío Pedro. Aunque, a decir verdad, sin abarcarlos todos, pues el tío Pedro, sabía o aprendía cualquier oficio con dedicación a prueba de cualquier fracaso. Unos aprendieron el arte de fundir granadas usando un molde de madera y arena; otros a construir piezas de fusil y sobre todo, la escopeta de un tiro, llamada Érica en homenaje a su hija desaparecida, que durante años armó a numerosos guerrilleros.

En esas actividades utilizaba un instrumental bastante primario, aunque no por ello menos efectivo.

Los más avanzados de sus aprendices, aprendieron apenas el arte de los explosivos caseros, aquellos para los cuales se requiere de paciencia de mártir para moler sus ingredientes en morteros rudimentarios. Pero de todas formas, aprender un oficio no los hacía herederos del tío en su taller, pues si construían granadas, estaban en la obligación de saber tirar los anzuelos, sembrar milpa, o tratar con los panales de miel que se encuentran en la selva, o distinguir entre los bejucos el bejuco de café o aquellos cargados de agua para las épocas de seca.

Sus pocos instrumentos en el taller instalado en medio de la selva, eran el torno elemental, una fragua casera, alicates, martillos y otros cuantos utensilios que podrían usarse para joyería, dentistería, radio o reparación de bicicletas.

Su visión artesanal la combinaba con un apego a la tierra y las labores de labranza difícil de encontrar. Probablemente de aquí su visión del guerrillero autosuficiente o integral, aquel con su cuerda de milpa, unas matas de plátano, un arbolito de chile y unas cuantas gallinas ponedoras; que también supiera arreglar un fusil por viejo y desvencijado que estuviera, y en los ratos libres, saber el arte de construir trasmallos para salir de pesca o saber construir una tigrera para ir de cacería buscando al tigre.

III

La caza del tigre fue otro de los afanes que le consumió los años de la guerra. Alternaba los experimentos para la construcción del cohete de montaña, con los esfuerzos para dar caza a los tigres que siempre merodeaban los campamentos guerrilleros o los “trabajaderos” de la zona.

De las dos obsesiones que tuvo el tío Pedro, cazar un tigre era la más conocida, al menos por todos los viejos guerrilleros y la pobla¬ción de los alrededores. Pues la otra, construir un cohete casero con más alcance y mayor potencia que los de origen industrial, era parte de los secretos más guardados.

Los dos empeños le consumieron los años de la guerra.

Con la perseverancia del tío Pedro, en ocasiones logró, de forma simultánea, realizar experimentos de alguna parte de su cohete y buscar con ahínco la huella del tigre.

Esto ocurría cuando salía lejos del campamento buscando las playas del lxcán o del Xalbal para pruebas de velocidad, alcance, estabilidad y dirección para el proyecto de su cohete guerrillero.

Entonces, especialmente en los meses de celo de esa especie, agregaba a la parte técnico-explosivera, su arma de cacería y una tigrera, artefacto que se construye con un tecomate, cuero de coche y una cuerda de crines de caballo, o en su defecto hilo nylon, para hacer un ruido semejante al del rugido de un tigre.

En los dos empeños, el tío Pedro era un irreductible total y todos temíamos por su suerte, pues los riesgos que corría en la búsqueda del tigre eran semejantes a los que corría en sus ensayos para el cohete guerrillero.

Así, esfuerzos dedicados a la caza del tigre utilizando el truco de la tigrera, fueron iguales a los consumidos por el sueño del cohete de montaña, por lo menos si nos atenemos al tiempo que invertía en sus dos obsesiones.

Incluso en tiempos de ofensivas del ejército, el tío Pedro se las ingeniaba para combinar sus dos pasiones. Furtivamente proseguía sus empeños con la tigrera y cuando era posible, sin que ello fuera calificado de irresponsable, continuaba ensayando para el cohete. Era tal el empeño que ponía y lo viejo de los mismos, que en ocasiones resonaba en la selva el rugido del tigre y los novatos preguntaban la distancia aproximada del rugido, pero los viejos guerrilleros sabían que era el tío Pedro que hacía funcionar su tigrera atrayendo al animal.

En otras ocasiones se trataba de explosiones y al dar las voces de alerta, nadie se movía pues se sabía que era el tío Pedro ensayando con su cohete.

Claro que muchas veces los bombardeos aéreos y los cañoneos desde los puestos militares de la región alejaban al tigre de la zona y era imposible realizar las prácticas coheteriles. Entonces arreglaba fusiles (que fueron miles), preparaba los anzuelos, sembraba milpa o lo que fuera y contaba historias a sus aprendices.

IV

Todos los empeños anotados, y muchos que escapan a la me-moria, tuvieron siempre algo que faltaba. El caso más notable fue el del cohete. Es posible que le haya dedicado al mismo unos 30 años de su vida, incluyendo sus desvelos. Sin embargo, siempre se quedaba en la orilla del éxito rotundo.

Unas veces era la carga, que no se ajustaba a los requerimientos que el mismo Chaca establecía, pues el exceso de potencia ponía en peligro el lanzamiento, mientras que una carga débil no permitía un impulso que lo llevara a distancias razonables. Otras era la dirección que adolecía de precisión, pues el peso de alguna: aleta hacía que el cohete se desviara del objetivo elegido. A veces era el alcance y en ocasiones la estabilidad.

Lo cierto del caso es que a los logros parciales no podía o no alcanzaba a darles una sistematización que integrara otros conocimientos que estaban fuera de su visión, de su alcance matemático elemental, pero no de sus sueños.

En una ocasión, enfermo de paludismo y de quién sabe cuántas cosas más, cayó postrado -inusual en él-y fue necesario que unos 15 hombres lo llevaran a curación, en medio de sus más encendidas protestas, atravesando las veredas de la selva, las emboscadas del ejército y los ríos crecidos, en una camilla de campaña caminando tres días con sus noches, para depositarlo en zona de retaguardia en el lado de la frontera.

Los esforzados cargadores apenas se habían repuesto del esfuerzo y se entretenían contando los regaños del enfermo por llevarlo cargado en vez de combatir al enemigo, cuando una tarde por los rumbos del valle, vieron que el tío Pedro regresaba, rejuvenecido, con nuevas herramientas y nuevos materiales para continuar con los intentos de construir el cohete de montaña.

La verdad de las cosas que muchos intuían, pero que no dejaban que se convirtiera en certezas, es que para sus empeños hacía falta algo más que buenas intenciones, tesón, perseverancia o imaginación. Eran indispensables conocimientos de balística, física, aleación de metales, cálculo y sobre todo, instrumentos de precisión, que el tío Pedro siempre demandaba, pero para los cuales la selva no tenía condiciones.

Sin embargo, no creo que viviera ello como frustración pues siempre mantenía la confianza de que un día iba a contar con lo necesario y entonces decía: Voy a construir no solo un cohete más liviano y más potente que cualquier lanzacohetes industrial, sino que voy a construir una Katiuska de montaña, que tire no veinte sino cuarenta cohetes simultáneos, para los combates del mañana.

El tío Pedro no tuvo tiempo de construir el cohete inteligente.

Y con el tigre, su otra vocación, se apuntó un triunfo la víspera de la firma de la paz.

En la parte final de la guerra, casi en sus últimos meses, tuvo éxito con el empeño de cazar un tigre, pero ello de forma inesperada, sorpresiva.

En una pequeña trampa casera utilizada para depredadores de gallinero, principalmente tacuacines, encontró una mañana a un tigre agarrado de la cola, rugiendo desesperado por salvarse.

Felizmente, con el cohete, no ocurrió nada inesperado.

La guerra terminó. En la paz, de seguro, buscará algo que haga falta; por ejemplo, una bicicleta que funcione con el calor del cuerpo y de preferencia, que camine al ritmo de los sueños.

Abril de 2007.

COMPARTE