Durante el terremoto de 1976 la vela de muchos sampedranos se apagó para siempre

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Créditos: Familia Tol.
Tiempo de lectura: 2 minutos

Por Efrain Tunche Ajciginac

La madrugada del 4 de febrero de 1976 a eso de las tres de la mañana, nos sorprendió un gran monstruo que se movió bajo la tierra y dio una gran sacudida, suficiente para mandar a descansar a muchos, incluyendo a mi amigo Danilo. Él era un niño de cinco años que se fue para siempre.

Las casas de adobe y techo de teja eran un blanco perfecto para el gran cabracán (terremoto), y el amanecer de ese lejano miércoles 4 de febrero de 1976, ya no fue igual para los sampedranos.
Esa noche, habíamos jugado pelota en la calle de tierra, a la luz débil que brotaba de un poste de alumbrado eléctrico.

Mi amigo Calin, Alech, Poncho, Pich, Danilo y otros niños de un promedio de seis años, oímos el ladrido escalofriante de los perros, las vacas de don Lolo mugían de una forma extraña y las gallinas se subían y bajaban alborotadamente de la tarima improvisada que había construido mi madre para que descansaran por las noches.

De pronto se apagaron las velas, pero jamás me imaginé que esas velas se habían apagado para siempre en la vida de muchos sampedranos.

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