Comentario crítico y oportunista sobre “Militantes Clandestinos”

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Créditos: Gilberto Morales
Tiempo de lectura: 23 minutos

(Primera entrega)

Los exmilitantes de las distintas organizaciones político militares guatemaltecas somos el pasado que no pasa, pero a los académicos se les olvida la contraparte de este pasado que se resiste a desaparecer, el aparato de inteligencia militar, las asociaciones afines como la llamada Fundación contra el Terrorismo, y algunos sectores de la oligarquía que se vieron afectados de distintas formas en la guerra interna, son también parte integrante de ese pasado. En la presentación del libro Memorias del Tajumulco, del autor Santiago BocTay, hubo presencia abusiva de un agente de inteligencia que tomaba fotos y daba explicaciones de su presencia allí las que, antes de ocultar su misión ordenada por esa fuerza militar, lo pusieron en evidencia. Creo que en Militantes Clandestinos no se toma mucho en cuenta esta circunstancia.

Por: Gilberto Morales

Modestas consideraciones generales

En días posteriores a la publicación de la tesis de grado como doctor Juan Carlos Vásquez Medeles, accidentalmente nos encontramos con el historiador Edgar Barillas y me comentó haberse enterado de la publicación de esta en la Internet. Su interés además del tema es porque él colaboró aportándole información, e inmediatamente preguntó mi opinión sobre ella. Mi respuesta fue que, como él bien lo sabe en tanto también historiador, historiar –en su significado científico, no el lexical-, es una cosa difícil, a lo que agregué, que “hacer” historia reciente es todavía más difícil en tanto las emociones por los hechos vividos son todavía pulsátiles, las emociones están a flor de piel, vivas, pero que “hacer” historia reciente de un país en el que no se nació y lo más importante, tampoco se vive en él es todavía más difícil.

En la historia reciente la inexistencia relativa de documentos le asigna especial relevancia al testimonio, los académicos se cubren las espaldas con los argumentos elaborados sobre la historia oral, en la que se le asignan comportamientos a los informadores, los que vivieron los hechos, a manera de un sujeto pasivo al que se le van asignando comportamientos, en realidad certeros, aunque sin considerar la posibilidad de las excepciones. No es menos cierto lo formulado por aquellos que han teorizado sobre esta forma de hacer historia y de lo lábil de la memoria de los actores. Hecho indiscutible.

Pero por el contrario no dirigen sus estudios a la otra cara de la moneda, el historiador mismo y, en el caso de la historia reciente de un país del que no se es nativo, incluso aunque lo fueran, se dan situaciones en las que pueden ser sorprendidos por sus informadores y su deseo humano de la notoriedad y de la presencia en la historia por lo que se asignan un protagonismo que no poseen y victimizan de manera fácil al historiador. Asimismo las categorías del lenguaje juegan un papel importante para el buen entendimiento y en consecuencia influyen en los resultados.

En el caso de la historia oral y el uso de la memoria como eje del intercambio entre el sujeto pasivo –el informador- y el sujeto activo –el historiador-, media como condicionante la identidad del informante para elucidar la veracidad de los informes, pero poco se hace en el caso del mismo investigador de la historia al que se le asigna una objetividad libre de cualquier cuestionamiento, además de que lo avala la institución que oficialmente es la única que puede producir ciencia: la academia.

Sin embargo, la autoconcepción del historiador, es decir la parte interna de la identidad de este también influye de manera decisiva en los resultados. Además, cuando llega el momento de “separar la paja del trigo”, separar la información irrelevante o dudosa de la esencial e importante para extraer conclusiones, entra de nuevo en el juego el sesgo propio de la irrenunciable subjetividad del historiador, misma que viene determinando desde la escogencia del tema a investigar y es importante cuando se llega el momento de establecer la “verdad” histórica, por medio de conclusiones o inferencias. De nuevo allí hay sesgo, interpretación subjetiva, emocional. A lo que hay que se sumar la búsqueda del éxito en una carrera académica que empieza, cosa muy humana, pero que puede contribuir poco en el mejor de los casos o en el peor a enturbiar de manera importante los resultados, por muy elegantemente que estos hayan sido formulados.

A otro investigador mexicano, también graduando de la UNAM para el grado de doctor, según me cuenta con una larga y extensa tesis, Fabián Campos, quien investiga más sobre las guerras en Centroamérica que sobre un tema puntual como lo hizo el Dr. Vásquez Medeles, le plantee el dilema de que si bien el testimonio, la memoria, no puede ser considerada fuente histórica, tampoco el documento al ser producido en condiciones particulares y sujeto a formulaciones interesadas, a subjetividades todo esto al servicio de los intereses políticos de quien o del grupo que los respalda y, en esa medida no es tan solvente para ser tomado como una fuente histórica irrefutable. El “paradigma”, como él le llamó, le interesó al punto de usarlo para “provocar” a sus alumnos de licenciatura con él, porque no obstante lo dicho, el “hecho histórico está allí”.

La interpretación histórica también es objeto de enfoques localistas, un ejemplo altamente ilustrativo es la forma de cómo se enseña la historia de México, desde México hacia Guatemala y la forma como se enseña la historia de Guatemala, desde Guatemala hacia México. Hay sesgos de carácter “geográfico”, aquí hay un caso importante por lo que se dice. Un historiador mexicano que hace interpretación histórica desde el sur. Me refiero al notable caso del historiador mexicano Dr. Mario Vásquez Olivera. Práctica que tal vez se explique en el hecho que desde niño ha estado vinculado a Centroamérica. Su madre, Mercedes Olivera, fue desde los inicios de las FAR en los años 60, una colaboradora cercana e importante a estos esfuerzos guatemaltecos, sus dos hermanas fueron militantes del EGP y él mismo combatiente del FMLN en El Salvador, maestro además de los dos doctores mexicanos mencionados antes.

Hay asimismo historiadores “a sueldo”, así como los pistoleros del oeste estadounidense que nos pinta Hollywood o más cercanamente porque sirve también el ejemplo, a la compra-venta de los servicios de un sicario, que expresan “la voz del amo” por medio de aparentes sesudas investigaciones. De manera que sesgo más o sesgo menos, el uso de las categorías del lenguaje, la asunción de una superioridad teórica sobre el sujeto interrogado y, la búsqueda del éxito académico podrían no contribuir a un final feliz en el ejercicio de esta práctica.

En el caso del uso de las categorías del lenguaje, el ahora doctor Vásquez Medeles, repetía con una seguridad incorruptible “Tatú” por “Tipúnco”, ya que la última palabra no tiene significados ni lexicales ni contextuales en el “mexicano”, para referirse a uno de los tristemente protagonistas de los hechos que él investigaba. Lo hacía con tal convencimiento y certeza –aquí la autoconcepción del historiador-, que era mejor no hacer consideraciones que permitieran aclarar el significado del término. Dice “Chocha” lo que aquí en Guatemala alude a la vagina, por Cocha que es la hembra del cerdo o coche. También está el caso cuando confundió “canchitos”, que en mexicano es güeritos, por “chanchitos”. Es el caso asimismo del uso fuera del tiempo de “chingamuseros”, una perversión del inglés de “machine gun”, por chinga o machinga, propia de los miembros urbanos de FAR, en la primera mitad de los años 60 del siglo pasado, cuando los revolucionarios a los que les asigna el uso de tal término no habían nacido, con la excepción posible de “Edgar”, Julio Orellana Burgos.

En razón de esa misma auto concepción afirma con seguridad inexpugnable que uno de sus entrevistados fue miembro activo del grupo Tábano –sobre este grupo estudiantil se volverá más adelante-, cuando existe un margen posible y razonables sobre su vinculación con la inteligencia militar, pero él no acepta comentarios, “genio y figura, hasta la sepultura”.

Del  prólogo y del prologuista

El prólogo fue redactado por Manolo E. Vela Castañeda un joven sociólogo, con crédito universitario de la Usac que ha emigrado a la academia mexicana. Este señala al final de su presentación del libro, ocultando el estilete para, dicho taurinamente, poner la puntilla que la historia no es propiedad de nadie y que “Militantes Clandestinos” es la demostración del aserto, propuesta que nos lleva de nuevo a preguntarnos, más cuando somos hombres provectos que además tenemos el hándicap de ser actores de la circunstancia de aquellos tiempos, si de acuerdo con ese criterio somos capaces de interpretar críticamente la historia reciente.

Esa camisa de fuerza impuesta por Vela a los más viejos fundándose en el autor Della Porta –a quien no tengo el gusto de conocer ni a su persona ni a su obra-, habla de una “dictadura de la militancia” que supuestamente ejercemos los que participamos de esos eventos, sobre de los jóvenes historiadores o por extensión sobre aquellos que hacen interpretación histórica de los sucesos de la guerra interna en el país y nos arrogamos el derecho de ser los únicos autorizados para contar la historia, agrega además que en palabras de autor por él citado que es de una “dictadura”, como está dicho, propia de una “comunidad heroica”[1], ironía burda, no generalizable con acierto y por ello inaceptable.

Sin duda que hay algunos de los viejos militantes y otros que no lo son tanto pero participaron de aquellos sucesos, mujeres y hombres, que de acuerdo con Vela tienen pretensiones de hacerse o construirse un pasado heroico, lo que no es mi caso ni el de la mayoría de los conozco y que nos permitimos ver el pasado, lo que incluye también a la realidad actual, críticamente. Hay otros que sin participación sustantiva en aquellos hechos son autores obscenos de la auto-ficción.

Que hubo héroes es absolutamente cierto, actores en aquellos acontecimientos que cumplieron la condición básica para serlo, morir en el esfuerzo, resistir la tortura sin dar información útil a las fuerzas de la represión,  a pesar de la máxima del agente del Estado de EEUU, Dan Mitrione: el dolor preciso en el lugar preciso para obtener la información deseada[2], los que siguen desconocidos y que, con el perdón de Vela, aún estamos y tenemos la deuda de recordar por la recomendación de Julius Fusik de no olvidar a aquellos que animaron en el reino de este mundo, lucharon en contra de la injusticia, tuvieron rostro, amaron y fueron amados.

¿Nos está vedado el derecho a los viejos militantes de historiar nuestro propio pasado? ¿Nos está negada la crítica y la autocrítica? ¿Hay un impedimento cognitivo en esa condena ab ovo que nos lanza Vela?, o visto al revés ¿es una dictadura juvenil de los historiadores nóveles? ¿Hay una disposición de alguien para condicionar la interpretación de la historia sólo por académicos, financiados holgadamente por sus universidades? En todo caso esperamos que el veto que nos impone la academia a través de Vela Castañeda, nos sea levantado a la mayor brevedad posible, para ejercer nuestro derecho a decir, a pensarnos, y poder continuar nuestra vida sin olvidar nuestro pasado ya que nuestra vida es un pasado que aún no termina, o  peor aún, nosotros somos el pasado, y para algunos, estamos ya muertos y todavía no nos percatamos de ello. Políticamente hay mucho de cierto en esto último.

Dicho por el joven sociólogo pareciera una formulación a modo de escudo protector, lo que a mi juicio es completamente innecesario ya que por mi parte he leído su excelente trabajo, “Los Pelotones de la Muerte. La construcción de los perpetradores del genocidio guatemalteco”, libro que, sin embargo, tiene sus inexactitudes las cuales fueron incluidas en su obra debido seguramente a sus relativamente pocos años de vida y a su desconocimiento directo de aquellos hechos, pero que resultan pecados menores que no desmerecen en nada ese trabajo. Aunque en su caso parece que la trae jurada en contra de los viejos militantes con pretensiones de historiadores o nos confunde con los viejos militantes que hacen de la memoria de sus experiencias revolucionarias, el camino, la verdad y la vida, como diría Juan el Evangelista.

Dejo claro que el derecho a historiar nuestro propio pasado es con base en eso, hacer historia y no memoria, convencidos de lo que formula el padre Graby, un psicólogo del siglo XVIII, que sostiene que la memoria es la facultad humana para olvidar[3], todo esto con las inexactitudes que entraña la “verdad histórica” a la que volveré más delante de estos comentarios.

Un ejemplo de la debilidad en ese aspecto de algunos de esa franja etaria, de la cual Vela es prototípico, es desconocer o no dar como importante lo que hay en el origen del éxito –dicho sin ningún intento irónico, sino todo lo contrario- de Edelberto Torres Rivas como investigador. El Dr. Vela enunció una ultra generalización –la madre de todo prejuicio- en un artículo publicado en el medio El Periódico, al sostener que aquel no “nos gusta” a los revolucionarios de antes porque el sociólogo centroamericano afirma que la izquierda radical organizada perdió la guerra. No, hay algunos que estuvimos convencidos de eso desde antes de la suscripción de los llamados acuerdos de paz y que, con perdón de la academia, lo tenemos sistematizado. Por supuesto que hay otros, probablemente muchos más que los anteriores, que creen lo contrario. Pero, en todo caso, la generalización absoluta no procede.

Por mi parte coincido con lo afirmado por el general Douglas McArthur, quien sostiene acertadamente que en la guerra la victoria no tiene sustitutos[4], hasta aquí McArthur. Si esto es así, para la derrota también no hay sustitutos. Una guerra cualquiera que sea su tipo o magnitud, se gana o se pierde. No es la discusión primero y la firma de la paz después a través de los ya mencionados “acuerdos”, lo que media para negar la derrota, este es el argumento de aquellos revolucionarios de antes que no aceptan el hecho.

Mi criterio es que la suscripción de ese “armisticio” fue la única forma encontrada por el Ejército y la oligarquía para lograr la desmovilización de las organizaciones revolucionarias, la que por medio del combate les resultaba imposible, sin tener en mente en ningún momento cumplirlo en los hechos, una realidad innegable ahora. Pero este es un tema que me propongo tratar en otro artículo.

¿Entonces por qué a mí “no me gusta” Torres Rivas?, es por razones puramente éticas, muchas personas entre las nuevas generaciones de científicos sociales no toman en cuenta o desconocen lo que fue una concepción generalizada en los niveles de dirección en 1964 y poco tiempo después, tanto en la Juventud Patriótica del Trabajo -JPT-, como en el Partido Guatemalteco del Trabajo –PGT-, directamente expresada por su secretario general, Bernardo Alvarado Monzón; y más tarde a manera de conclusión de parte de José Alberto Cardoza Aguilar –Mario Sánchez o Maistro Chapas[5]-, integrante también del PGT desde los años revolucionarios 44-54, y miembro durante muchos años del Comité Central de esa organización política hasta la ruptura en 1978 que dio origen al fugaz Núcleo de Dirección Provisional ya que más tarde y de nuevo con otra ruptura surge la organización que Vásquez Medeles estudia en el libro que empezamos a comentar. Cardoza Aguilar se refiere al abandono de las responsabilidades organizativas de Torres como secretario general de la JPT: como una deserción.

En una reunión de las que llamábamos en aquello tiempos “escuelitas” en el año 1965, Bernardo Alvarado Monzón, quien había prohijado políticamente al sociólogo centroamericano, fue duramente crítico con la salida del personaje, no obstante no mencionó en esa ocasión que el carácter de tal cosa fuera una deserción. En un intercambio de correos con el historiador, Dr. Julio Castellanos Cambranes, me informó que, de nuevo, en una reunión de información en Leipzig, Alemania, cuando por esos años un grupo de militantes de la Juventud Patriótica del Trabajo que estudiaba en la Universidad Karl Marx, se reunió con el secretario general, fue entonces cuando sin ningún velo y de manera concluyente, este les dijo que la huida de Edelberto, era una clara deserción.

Por mi lado intenté comprobar el hecho, para ello consulté con el historiador Dr. Julio Pinto Soria, quien me dijo que él no estuvo en esa reunión porque vivía en otra ciudad. Se me hizo muy difícil comprobar esa información, hasta que caí en la cuenta de que era un hecho axiomático, porque cómo puede un alto dirigente abandonar sin más sus responsabilidades organizativas.

El sociólogo en mención tenía el ofrecimiento de una beca de estudios en FLACSO en Santiago de Chile, la única sede de esa institución en el subcontinente en esos tiempos, lo que fue sumamente propicio y sospechosamente coincidente para él en el abandono de sus responsabilidades políticas a pesar, como ya se dijo, de su alto cargo. Fue capturado en enero de 1964 y en marzo de ese mismo año, poco menos de dos meses, estaba ya instalado en esa escuela latinoamericana.[6]

Allí en ese país austral se incorporó como condiscípulo de lo que llegaría a ser una pléyade de cientistas sociales –Faleto, Dos Santos, Bambirra, Marini, y otros más- y produjo el excelente libro, “Interpretación del Desarrollo Social Centroamericano: proceso y estructura de una sociedad dependiente”, edición que pude leer en ese país en 1971 o 72 del siglo pasado por lo que con su deserción, considero, que ganó la ciencia social y también la revolución, porque militantes con ese nivel de “convicción” y de compromiso no podían estar a la altura de las duras tareas y los riesgos que entrañaba la militancia en esos tiempos. Fue un claro gana-gana.

Durante su captura no sufrió ninguna tortura pero fue conminado por la represión a abandonar el país y, él, el sociólogo centroamericano, con una obediencia conmovedora se puso fuera durante casi tres décadas, a pesar de que hoy todavía lamentamos la “porosidad” de las fronteras nacionales, lo que le hubiera permitido regresar –aunque no tuvo obligación de irse porque le quedaba el recurso de la clandestinidad- cuando ya Joaquín Noval tenía organizado desde antes el aparato de frontera del PGT en Ayutla, San Marcos, su regreso no hubiera entrañado relativamente ninguno o muy escaso riesgo.

Pero Torres Rivas es un desertor afortunado porque luego de obtener el perdón en el tiempo, en un corto tiempo, condición de esta dimensión que como dice el maestro marimbista don Domingo Bethancourt, “todo lo borra” y funcionar en un claro oscuro participativo en donde colaboró en algunas tareas internacionales que le solicitó el PGT.

Pero de esa misma cualidad del tiempo viene su segunda falla ética, pasó durante treinta años de docencia emboletando a sus estudiantes en el marxismo leninismo y con ello invitando a la riesgosa acción revolucionaria, por aquello de la décimo primera tesis de Marx a Feuerbach, sobre la necesidad de transformar el mundo mediante la acción revolucionaria –ejecutoria de la que él se excluía-, entre esos sus estudiantes algunos cayeron en combate o muertos en los acontecimientos revolucionarios en el Istmo. No se le puede hacer responsable directo de esto hechos pero sí de que colaboró con esos resultados.

En una entrevista entre el que esto escribe y él, para su infortunio grabada digitalmente, Torres Rivas, sostiene que entre las distintas corrientes en el seno del PGT, él estaba por la vía violenta, decir eso entrada la primera mitad de los años 60, era reconocer como vía pertinente para la toma del poder a la Guerra Revolucionaria del Pueblo y en esa medida en las acciones militares que implica. Lo cierto es que él estaba de acuerdo en ese planteamiento de violencia revolucionaria pero en el campo de la teoría, lo que siempre fue su fuerte y no en la práctica, lo que también quedó comprobado con esa salida inesperada para los dirigentes de la Juventud y del Partido mencionado. En otra entrevista[7] dice él que lo lamenta porque no pudo llevar a la práctica lo que habían planeado, qué tal.

El abandono sobre el que escribimos estuvo antecedido por una serie de viajes a los países del campo socialista en un oportunismo de lo más corriente y vulgar: “el problema de Tito, decía uno de sus contemporáneos en la Universidad, es que no se sabía si iba o venía”. Es altamente probable que como bromeaba  un poeta borrachín, más borrachín que poeta que jugaba verbalmente con las siglas de la JPT, como JPTours, que en ese retruécano haya tenido una alta contribución el personaje de quien nos ocupamos.

Después de lo vivido, Edelberto Torres tomó distancia de la derrota al repetir en la primera presentación de su libro, “Revoluciones sin cambios revolucionarios”, en FLACSO Guatemala, sin pudor alguno el conocido adagio, “la victoria tiene mil padres mientras la derrota es huérfana”. Así pues que no por mi criterio sino con la objetividad de los hechos, aunque haya una extralimitación del uso de la memoria, este es sólo un caso en el que hay una afirmación no completamente cierta de parte del joven sociólogo, y en esa medida, tampoco hay un ejercicio tiránico de lo se supone debiera ser la “verdad”, de esa “sociedad heroica” que hace propia el autor de “Pelotones de la Muerte”, al citar con esa intencionalidad a Della Porta, lo que viene a poner en justificada duda ese derecho único de los académicos para la interpretación de la historia.

El presente del marxismo y la derrota de los movimientos revolucionarios

Hablando más de derrotas, la derrota de la URSS y el tiempo, de nuevo el tiempo, se han encargado de ir desgranado todavía más la mazorca, la primera víctima es el leninismo ahora cuando el comportamiento de la masa y lo demodé de la vanguardia ponen en duda el procedimiento leninista para la toma del poder, asimismo hay que reevaluar mucho de la teoría marxista en sus partes integrantes, especialmente en el materialismo histórico  de cara a la robótica en particular y la inteligencia artificial en general en el futuro cercano, ya no vivimos para nuestro infortunio –para el infortunio de los viejos diría Vela Castañeda-, en la época cuando por medio del caballo se alcanzaba la mayor velocidad en el desplazamiento, apenas ayer, a unos ciento veinte años. Todo esto dicho ahora sin el temor a cometer el pecado mortal, sin perdón alguno posible, que en aquellos tiempos significaba la mayor invectiva, el así llamado revisionismo.

El siglo corto de Hobsbawm, medido por los eventos más importantes de los años 14, de la I Guerra y el triunfo de los Bolcheviques en ese contexto, a la caída del Muro de Berlín en el año 89, es ciertamente un siglo corto, pero medido en términos del desarrollo del capitalismo es un larguísimo  tiempo, ahora de aquella medida del desplazamiento en los principios del siglo XX con el surgimiento del automóvil a la nanotecnología hay una larga distancia, lo que permitiría hablar de un siglo largo, el más largo período de los vividos hasta ahora por la humanidad. Todo esto para refrendar mi convicción personal sobre la derrota, nuestra derrota como revolucionarios y para que el Dr. Vela tome en cuenta que no son los (todos) de la izquierda radical a la que pertenecí, los que no aceptan el fracaso de nuestros difíciles esfuerzos. De lo que estoy seguro es que hice lo que tenía que hacer dada mi condición de clase, del desarrollo de mi conciencia social y de las luchas impuestas por la época a mi generación y no reniego de ello.

En abundamiento de las razones por las que “no me gusta” Torres Rivas diré que la alusión de distintas formas para caracterizar el nuestro inmediato pasado hace pensar que su conocimiento del fenómeno vivido por nuestro país en los años 60-90, o es poco, o es mal intencionado en su crítica. En varios de sus artículos de prensa, así como en las entrevistas que dio, dijo igualmente que no había habido guerra, en otra que fue una guerra del EGP -¿entonces hubo o no hubo guerra?- y más tarde en otro de sus artículos que había sido una guerra civil[8], hay otra más perdida entre sus artículos de prensa y entre sus respuestas de las múltiples entrevistas que le hicieron.

En una persona conocedora como él fue resulta extraña esa labilidad conceptual sobre el fenómeno que vivió el país. Una cosa es que el fenómeno sea denominado de muchas formas[9] y otra cosa que, de manera dudosa, un solo autor las denomine de distintas maneras.

También hay una referencia dudosa  en alguna afirmación de Torres en su libro, “Revoluciones sin cambios revolucionarios”, que nos lleva concluir que con todo y su condición de oráculo de las ciencias sociales, sobre la guerra convencional y la revolucionaria –las confunde-, en particular, no tenía mucha información. Por ejemplo una referencia a Sun Tzu nos hace pensar que no leyó su libro “El Arte de la Guerra” detenidamente y se fue por la vía cómoda y rápida de usar una cita que normalmente se incluye en la contratapa del libro, acerca de que la mejor victoria es la que se da sin combatir, invito a los lectores –si es que existirá alguno- a leer la mencionada cita que se presenta en todas o casi todas las contratapas de las ediciones del mencionado libro.[10] De Fabio Cuntactor un general romano, se decía también que ganaba batallas sin presentar combate y del que se decía que además de ser un excelente táctico era igualmente un excelente diplomático, pero el sociólogo no lo menciona en el tratamiento del tema.

Por otro lado, aunque el “Arte de la Guerra” ha servido y sirve a los más distintos fines, desde el punto de vista de la táctica antes que a las recomendaciones para obtener el triunfo político, Sun Tzu no reconoce que existen casos en los que dar una batalla destinada a la derrota militar es una obligación ética insoslayable, derrota de la que puede resultar un triunfo político. Salvador Allende Gossens y sus epígonos estaban seguros cuando los cazas Hawker Hunter de la aviación chilena colimaban su blanco, La Moneda, volando en círculo sobre sus propias cabezas, que la batalla que iban a librar contra unas fuerzas descomunalmente superiores, la infantería y la aviación de las Fuerzas Armadas de ese país, en contra de la veintena de hombres que se prepararon para morir y murieron en la defensa del Palacio de Gobierno, significó un triunfo político a ese alto costo, ellos dieron una lección de dignidad perdurable que envilece a los vencedores.

Por su parte Jacobo Árbenz Guzmán no la dio y tuvo que arrastrar durante el resto de su vida el estigma de haberla perdido por no darla, en este caso la derrota y la ignominia son también perdurables. Pero la ética revolucionaria es la primera deficiencia en la integridad personal del sociólogo centroamericano. Esta es la razón Dr. Vela por lo que a mí “no me gusta” Edelberto Torres, creo entonces que su afirmación fue formulada un poco a la carrera.

De nuevo el prólogo

De regreso al prólogo de “Militantes Clandestinos”, el nombre de la ideología es marxista- leninista, el agregado de estalinista que hace Vela Castañeda fue, en ese tiempo oscuro para la URSS en especial, propaganda descarada y servil. Todo ello anterior al XX Congreso del PCUSS en 1956, cuando Nikita Khrushchev denunció los crímenes de José Stalin. En vida de este dictador en el poder político del Partido Comunista de la Unión Soviética y del Estado de esa compleja multinación, no incluir su nombre en esa divina trinidad era suficiente para que le aplicaran la tortura ejercida en el campo socialista, conocida como tortura blanca, para luego de la autocrítica pública del “culpable”, pasaran a darle chicharrón o a condenarlo al más largo y definitivo de los olvidos perdido en el Gulag siberiano. Lo importante es hacer notar el sesgo que le imprime en su dicho Vela, con ese abominable agregado.

En el texto preliminar Manolo Vela sostiene algo que es erróneo. Sin ninguna pretensión de ejercer mi supuesta “dictadura revolucionaria”, me remitiré más adelante a un documento probatorio, dice el prologuista que “todas las nuevas organizaciones político militares [guatemaltecas] conservarían por sus orígenes una raíz comunista, por los orígenes de buena parte de sus dirigentes”. Otra ultra generalización a las que parece ser aficionado el Dr. Vela. Esto no es cierto para el caso de la Organización del Pueblo en Armas, la que surge precisamente en la negación de esas raíces comunistas.

El antipegetianismo de Rodrigo Asturias Amado hay que buscarlo antes que en la concepción materialista de la historia, en la caridad cristiana. Además de ser un estudiante marista lo que sin duda influyó en su concepción del mundo y lo llevó a ser un oponente radical al PGT por la ideología atea del marxismo, en ese mismo sentido heredó de su padre la fe católica. El premio Nobel sufría situaciones de éxtasis religioso, de acuerdo con su sobrino Gonzalo Asturias. Este no lo formula directamente así sino que en uno de sus artículos de prensa publicado en el medio El Periódico, cuenta el origen de un poema de Miguel Ángel Asturias dedicado a la Virgen de la Asunción, lo que hace pensar en ese rapto, en ese estado alterado de conciencia, en la medida de la emoción necesaria implicada en la creación de un poema que era dueño de un profundo misticismo. Y no en los efectos del día después de un copioso consumo alcohólico, ¿o también hay que incluirlo como una causa probable de ese estado de exaltación emocional? Es conocido el carácter religioso del Premio Nobel, su papel en la condición de cucurucho semanasantero y del regalo que alguna vez hiciera de un manto a la mencionada imagen.

Rodrigo Asturias quien no superó esa influencia paterna -como Peter Pan, el niño que nunca creció-, se polarizó del PGT, en razón de la tutela ideológica de su padre, da una justificación infantil de esa distancia y en ella también hacia el marxismo: “Porque –y ese fue un consejo de mi padre- no adopté ninguna doctrina como dogma”,[11] se refería al dogmatismo propio ciertamente de los comunistas de esos tiempos –aquí la generalización sí podría caber- y de otras épocas hacia el marxismo y no, por supuesto, al dogma cristiano.

Continúa: “Nosotros, el primer grupo que nos alzamos en armas, veníamos de dos partidos de izquierda: unos del PGT, del Partido Guatemalteco del Trabajo, y otros del Partido de Unidad Revolucionaria, en el que yo participaba”.[12] El PUR fue una organización política que se escindió del derechista Partido Revolucionario. Es bajo esa militancia que intenta participar en la fracasada guerrilla de Concuá, cita a la que no concurrió completamente, circunstancia que le salvó la vida. A pesar de intentarlo, producto de sus malas condiciones físicas, Rodrigo Asturias se atrasó en la marcha general al destino de grupo y fue capturado al día siguiente cuando intentaba usar un transporte público para salir de la zona, circunstancia conocida por el autor de estos comentarios críticos y oportunistas desde aquellos tiempo y confirmada por el coronel Paz Tejada quien dirigió esa fracasada guerrilla y expresada en la presentación del libro “Paz Tejada”[13].

Por ese anticomunismo que se expresaba en su oposición al PGT, se permitió militar en principio en el aparato internacional de las FAR ya que esta tomó distancia de ese partido desde los primeros tiempos de la guerrilla Edgar Ibarra la que se materializó en 1967 con la ruptura entre ambas instancias políticas. Su vinculación a las FAR en México, es su primera experiencia en la militancia en una organización revolucionaria de la izquierda radical.

Más tarde se incorporó al Regional de Occidente de la última organización mencionada. La coyuntura le permitió aprovecharse de las condiciones interiores realmente deterioradas en esa guerrilla, y luego sobre esa base y por la propuesta de unidad realizada de parte de la dirección de las FAR al PGT, toma distancia política y crea por oposición al comunismo pegetiano a ORPA, una organización confesional católica.

En síntesis es inexacto los sostenido por ambos el Dr. Vela en el prólogo y en un cuadro innecesario y servicial a la inteligencia militar, al final de “Militantes Clandestinos”, por el Dr. Vásquez. Esto antes de ser una tiranía de los viejos militantes revolucionarios, es una incontestable verdad fundada documentalmente y en boca de quien da el testimonio y en hechos comprobados con su participación en el Regional de Occidente de las FAR. El que escribe estas líneas se propone también hacer una interpretación histórica a partir de documentos y de testimonios –puestos a prueba y cruzándolos con otros, cumpliendo con la condición de sistematización propia de la historia oral- y con vivencias personales del origen de ORPA, con o sin el permiso de Vela Castañeda.

En la página número 18 del libro que viene a ser la 3 del prólogo, Vela sostiene algo que es comprobable en los hechos respecto de las relaciones diplomáticas entre Cuba y el PGT y lo que esta organización “detentaba como propio”, su relación con la URSS, lo que es cierto pero no dice que esa relación con el gobierno cubano tuvo un fin que no rebasa la segunda mitad de los años 60. Así el partido comunista de ese país mantuvo relaciones con el EGP[14], en la medida de que los combatientes nucleados en torno de Ricardo Ramírez vivían en el lugar, además de las viejas relaciones de los hermanos Castro con Ramírez, todavía en el tiempo en el que gobernaba Cuba, Fulgencio Batista.

En los primeros años de la década de los 70 ese país también sirvió de base para mediante su apoyo dar vida a ORPA, gracias a las gestiones que Rosario Valenzuela, quien fue esposa de Rodrigo Asturias, la que se había protegido en la Isla, luego se de ser expulsada  de México por su militancia en el aparato internacional de las FAR.

En el marco de esas relaciones diplomáticas, los cubanos tomaron una larga distancia del PGT, débilmente restablecida y por presión sobre el partido comunista de Cuba por parte del Partido Comunista de la Unión Soviética, a través de entrenar a una pequeña porción de militantes de esa organización comunista guatemalteca y del ofrecimiento en el año 84 de apoyar la organización de una guerrilla en la Baja Verapaz, lugar en donde tradicionalmente había población cercana al PGT, la que no llegó a concretarse.

Para continuar con las relaciones entre el gobierno y partido cubano con las organizaciones político militares guatemaltecas diré que esas instancias cubanas también mantuvieron distancia por otras razones de las FAR, las que fueron restablecidas a raíz del triunfo sandinista en 1979.

Manolo Vela también sostiene en la pág. 17 del su liminar a “Militantes Clandestinos” que “un grupo de hombres y mujeres en 1978 que estaba en pugna con el Comité Central del Partido Comunista confiaba en que las cartas de la historia estaban a su favor”… y aquí pasa a elaborar un listado incompleto[15] de movimientos revolucionarios a nivel mundial, para agregar que ante ese contexto los jóvenes comunistas terminaron viendo el liderazgo del Comité Central del Partido Comunista de Guatemala (sic), como una banda de burócratas estalinistas.

Más allá del lapsus en el nombre del Partido Guatemalteco del Trabajo, Vela Castañeda desconoce u olvida que desde sus orígenes esta organización estaba compuesta de distintas corrientes, unas reformistas, otras que estaban por el ejercicio de la violencia a través de un brazo armado y otros más que estaban de acuerdo con organizar un ejército popular para llevar al cabo a la Guerra Revolucionaria del Pueblo. No toma en cuenta que la separación de la guerrilla Edgar Ibarra en 1967, también se da a consecuencia de estas diferencias de concepción.

G. Lukacs decía en “Historia y Conciencia de Clase” que ese tipo de diferencias podrían subsistir mientras se mantuvieran en el plano de las concepciones, es decir que las diferencias fueran puramente teóricas, pero lo que llevaba al enfrentamiento irreconciliable de esas corrientes era cuando estas eran llevadas a la práctica. Planteamiento que contribuye a la explicación de esos distanciamientos políticos-organizativos.

La formulación de Vela sobre el rompimiento y luego el nacimiento del Núcleo de Dirección Provisional y más tarde, mediante una nueva separación varias veces mencionada en este comentario que escribo pero no tomada en consideración en el texto preliminar, dieron vida a la Comil-PGT-PC, es más, producto de la corrección política que apelando a la realidad, porque desconoce el profundo sentido patriarcal[16] que imperaba entre aquellos militantes y por eso mismo en sus organizaciones, en donde seguramente hubo mujeres pero no determinando en el acontecimiento, sino acompañando a sus esposos o compañeros de vida revolucionaria. Las poquísimas mujeres (4) organizadas a nivel político, no como acompañantes sentimentales, se incorporaron a la Comil, después de la sucesión de las dos separaciones mencionadas. Es pues un favor del autor de ese prólogo que favorece a los militantes de esa organización.

Y aprovecho para decir que también había racismo en esos grupos y en general en la inmensa mayoría de los comunistas de la época, no en los términos expresados por la oligarquía y las clases medias, pero sí de otra forma, a lo que contribuía sensiblemente el sentido eurocéntrico de la corriente marxista aceptado irreflexivamente, al papel de una casi inexistente clase obrera la que, además, debía dirigir la toma del poder y la revolución misma, a través de la organización del partido comunista, y todavía más aún, a la inexistencia absoluta un proletariado guatemalteco. En este racismo de origen también jugaba un papel importante la educación informal, desde el hogar y de las relaciones sociales, entrabadas por los militantes.

La ventaja que lleva Vela Castañeda, aunque no pueda dar marcha atrás en el tiempo hacia el período histórico del que medra profesionalmente para vivirlo directamente, es que este es joven y sin duda con mucho tiempo productivo por adelante, lo favorece también la conocida sentencia del escritor inglés, G. B. Shaw, también él mismo un Fabiano[17], “La juventud es una enfermedad que pasa con los años”.


[1] Como dato diremos que el autor de estos comentarios también habló de una aristocracia de ex militantes por sobre de los incorporados después de la guerra, que tuvo un efecto determinante para llevar a la pobre situación política de URNG en el campo de la lucha democrática.

[2]The assassinatedpress.com/adiz.htm, también en rebelión.org/noticias12014/19312pdf

[3] Citado por el ultraderechista Mario Alvarado Rubio en “El asesinato del coronel Arana” Imprex.1983. Guatemala. C.A.

[4] Gral. Douglas McArtur, en Richard M. Nixon. 1980. La Verdadera Guerra. Planeta. Barcelona. P. 314.

[5] Tras la Bruma del Tiempo tomo II, Memorias de Mario Sánchez. Otoniel Martínez, en preparación.

[6]https://issuu.com/robdiaz/docs/edelberto_torres_conversa_con_marcela_gereda 24-12-20

[7] …me fui en el momento en que empezaba la guerra, y eso fue muy decepcionante para mí, irme sin ver lo que habíamos estado organizando (entrevista con Luis Méndez Salinas en “Nomada” 13-6-16)

[8] Flacso.edu.gt/diálogo/tag-edelbertotorres.

[9] Rastrear en los siete mares de la Internet a Bernarde B. Fall –combatiente en el maquís francés, teórico de la guerra y corresponsal en la Guerra de Vietnam –lugar en donde encontró la muerte-, sobre este asunto, así como a Roger Trinquier, a Charles Lacheroy o a David Galula y otros autores en las también llamadas pequeñas guerras, o guerras internas, o en guerras revolucionarias o guerras contrainsurgentes como suele llamarles los expertos militares norteamericanos.

[10] Pero es recomendable, no confundir el contexto del editor del libro y entenderlo en el contexto donde  lo ubica Torres Rivas.

[11]Kruijt. Dirk, Rudie Van Meurs, .2000. El guerrillero y el general. Rodrigo Asturias y Julio Balconi. Sobre la guerra y la paz en Guatemala. Flacso. Guatemala. Enfoprensa. ISBN 999-66-15-5. p 116

[12] p 119  id.

[13] Figueroa Ibarra Carlos. 2004. Paz Tejada. F&G Editores, 2ª ed. Guatemala. ISBN 99922-61-31-5

[14] Es conveniente aclarar que para llegar a la denominación como EGP, esta organización pasó de llamarse Guerrilla Edgar Ibarra, nombre asumido luego del ingreso desde México de sus combatientes,  a Nueva Organización Revolucionaria de Combate, hasta adoptar el nombre que al final la acompañó hasta la desmovilización de su fuerza guerrillera.

[15] El mencionado experto militar Bernard B. Fall, menciona cerca de quince pequeñas guerras como él le llamó al fenómeno, ninguno de estos ejemplos se dieron en América Latina.

[16] Es imposible negar de mujeres doblemente excepcionales en el movimiento revolucionario, en el primer caso porque ellas fueron pocas y en el segundo caso, porque fueron escasísimas las que accedieron a niveles de dirección o de alguna influencia y en el segundo caso por su importante participación sustantiva.

[17] Los “fabianos”  integraban una sociedad reformista en Inglaterra los que eran señalados de posponer los enfrentamientos políticos y de cualquier tipo y alardear de victorias no claramente realizadas. Su nombre viene del ya mencionado general romano Cuntactor.

 

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