Créditos: Cortesía
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Por Miguel Ángel Sandoval

Este 30 de octubre se realiza un acto por la memoria en donde se debe develar una placa con los nombres de los estudiantes universitarios asesinados o desaparecidos durante los años de violencia desatada en los años de la guerra. Es un monumento en donde se encuentran inscritos los nombres de unos 800 estudiantes o profesionales universitarios que dan cuenta de la violencia que se desato en contra del pensamiento, en contra de la ciencia y la cultura en nuestro país. Es lo que explica en parte lo que se conoce como la baja en el nivel académico de la tricentenaria USAC. Tal sangría no tiene parangón en la historia de otros conflictos del continente. Aunque es necesario convenir que en todos los países en donde hubo conflictos armados, el poder oligárquico sostenido por ejércitos de ocupación en su propio país, intentaron acabar con la inteligencia.


La práctica perversa de terminar con la inteligencia es algo que vimos con claridad en la época del nacifascismo en Europa durante la segunda guerra mundial. Las piras de libros alumbraron las noches de terror en muchos países. Nada extraordinario pues durante la invasión conquista los códices y los monumentos mayas o incas o aztecas, ardieron bajo el fuego de la barbarie de los invasores. Es el denominador común de los retardatarios.
Es lo mismo que ocurrió durante la invasión-golpe de estado que derrocó al gobierno de la revolución y al presidente Árbenz. La quema de los libros fue una práctica, la persecución de los intelectuales fue la norma. Miles huyeron al exilio, miles fueron asesinados. Y casi todos, estudiantes, catedráticos o profesionales de la USAC. De entonces la idea que los intelectuales eran portadores de ideas extrañas, exóticas, peligrosas. Por ello Luis Cardoza y Aragón diría más tarde, que las ideas eran exóticas solo para quien no las tenía.


Lo que se olvidaron siempre los enemigos de las ideas, es que las mismas permanecen mientras sean justas, mientras haya alguien que las haga propias. Pero también olvidaron, lo que citaba Huberto Alvarado otro de los mártires, citando a un poeta de la época de Espartaco, que le decía a Antonino el poeta, “que las aves del más dulce canto, defienden su libertad con las garras”.


Hoy que se inaugura un monumento a la memoria de los cientos de universitarios asesinados o desaparecidos, asistimos a esa cuenta estremecedora pues al ver los nombres de los mártires que este monumento recuerda, no podemos menos que pensar en los abogados honorables, los médicos comprometidos, los poetas que cantaron a la libertad, o los economistas que pensaban en su país y su soberanía, en fin, en todos los que dieron su vida para que el país no muriera.
La lista es enorme. El vacío que dejaron es de talla. Solo pensar en Manuel Cordero Quezada que fuera presidente de la AEE, Santiago López Aguilar abogado laboralista como Mario López Larrave, Manuel Andrade Roca, abogado, Oliverio Castañeda, presidente de la AEU. Antonio Ciani, también presidente de la AEU. Rogelia cruz Martínez, Julio Camey Herrera, Irma Marilú HIcho.

 

Médicos, ingenieros, humanistas, escritores, pintores. O luchadores campesinos como Gregorio Yuja que fue enterrado en terrenos de la USAC luego que su cadáver fuera arrojado al campus después de la quema y masacre de la embajada de España. Los académicos fueron asesinados para defender un gobierno o mejor a gobiernos antidemocráticos, represivos, herederos de la invasión golpe de estado de 1954.
Todos los que mencionamos y todos los que se encuentran en las placas de acero que conforman el monumento, iban tras la vida. A ellos nuestro homenaje.

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