La izquierda debe despertar del letargo del conformismo y avanzar hacia la lucha política.

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Créditos: Iskra Soto Orantes
Tiempo de lectura: 5 minutos

Port Iskra Soto

La victoria electoral del MAS en Bolivia, las luchas del pueblo colombiano por la paz, la batalla del pueblo chileno por la democracia y en contra del neoliberalismo nos llevan a pensar en un cambio de rumbo político en el continente. Eso necesariamente nos invita a una reflexión profunda de lo que ocurre en Guatemala y sobre qué es lo que tenemos que hacer para despertar de este prolongado letargo de conformismo e inamovilidad que nos caracteriza.

Analizar la historia y aprender nuevas formas de hacer política, requiere necesariamente de un proceso de autocrítica. Frei Betto, recientemente, hacía un llamado a la izquierda latinoamericana a hacer un análisis crítico sobre su proceder en los últimos tiempos y comenzar un trabajo dirigido a organizar a las masas populares. Cita textual: “La izquierda tiene que ser autocrítica, sentarse a pensar que equivocaciones cometieron para permitir que la derecha vuelva con tanta fuerza en nuestros países”… “No basta decir que son cosas del Imperialismo, –de la oligarquía o los militares- todo eso lo sabemos y jamás van a descansar, mucho menos a facilitarnos nuestras tareas”…

En el ámbito nacional surgen muchas interrogantes ¿Qué papel ha jugado el movimiento revolucionario o los partidos políticos progresistas en las dinámicas políticas y sociales del país en los últimos 24 años? ¿Por qué no se ha convertido en una oposición política capaz de poner freno a los abusos impuestos por las estructuras de poder y liderar los avances sociales? ¿Por qué no han encontrado en ellos los movimientos sociales un referente o el instrumento político adecuado para impulsar cambios estructurales?. Por otro lado, a pesar del trabajo y avances logrados por los movimientos sociales y organizaciones de la sociedad civil, esto tampoco se ha visto reflejado en cambios estructurales ni sustantivos en las estructuras que controlan el poder político, las instituciones del Estado y el sistema político, económico y social. Muy al contrario, lo que vemos en los últimos años es una serie de retrocesos democráticos en el país.

En Guatemala la izquierda política es prácticamente inexistente. Aunque “nominalmente” se puedan autoproclamar como partidos o diputados y diputadas de izquierda o progresista en la práctica, salvo honrosas excepciones, acaban mimetizándose con el sistema político perverso, abandonando los principios de la organización que representan e incluso, en numerosas ocasiones, su independencia. Lamentablemente los ejemplos a lo largo de los años son muchos y muy variados. Un ejemplo reciente es la nueva elección de la junta directiva del Congreso.

Por otro lado, la izquierda guatemalteca sufre de una falta dramática de implantación social transversal en todo su espectro, incluida la izquierda social. Es -somos- además una izquierda encerrada, incapaz de salir de sus propias redes y burbujas, carente de imaginación y con poca credibilidad, funcionando en un sistema derechizante de cualquier iniciativa política (exceptuando las organizaciones de mujeres y de dignificación de las víctimas del conflicto). Dentro de la izquierda se han constituido zonas de confort en torno a espacios reducidos, a subvenciones de proyectos, a tener uno o dos diputados para no perder la ficha y a la confrontación permanente en aquellos espacios que deberían llamar a la unidad.

La descalificación personal de líderes históricos se ha convertido en una constante y prevalecen las diferencias por encima de las coincidencias con un proyecto aglutinador y que marque agenda de oposición al sistema. Los intereses personales se imponen sobre el común y los diferentes liderazgos se han convertido en una competición de protagonismos en detrimento de las luchas y causas que, sin lugar a dudas, deberían ser más unitarias. Porque en las últimas décadas vivimos un repliegue ideológico en el se abandonó la lucha colectiva para entregarse a la individualidad.

Sabemos que la base social de cualquier movimiento popular es el pueblo. Sin embargo, en nuestro país impera una sociedad ensimismada que no eleva la voz de la protesta ante tanta burla y ante tantas injusticias. Los movimientos de masas que jugaron un papel beligerante durante el conflicto armado interno, como el movimiento estudiantil o el movimiento sindical, sufrieron una desmovilización después de la Firma de la Paz, y en algunos casos, hasta fueron cooptados.

Parafraseando a Jean Paul Sartre, en Guatemala nos encontramos en ese estado político entre la nausea y la angustia. En primer lugar, la nausea de vivir en un sistema político injusto y corrupto, dirigido por una casta de criminales: un sistema donde las instituciones no cumplen con las funciones por las cuales existen, un sistema que calcina la vida de 41 niñas, un sistema que ante la pandemia del Covid-19 deja al pueblo a su suerte sanitaria y económica, un sistema que empobrece y excluye a su población. En segundo lugar, la angustia ante la parálisis y la prolongada connivencia. Mientras los pueblos de América se movilizan y se levantan, en Guatemala no pasa nada y la situación empeora. La alternativa para la transformación es la lucha. Hay que salir del discurso y pasar a la acción política. Pero ¿Cómo hacemos esto?.

Primero, empezar por asumir la realidad que nos encontramos. Compadecerse e impulsar iniciativas atomizadas no implica en ningún caso que este sistema cambie o al menos mejore. Esta asunción tiene una implicación inmediata: señalar no basta, hace falta tirarlo abajo de forma activa; Segundo, dialogar, el dialogo es la base de la convivencia pacifica y la democracia. Quienes compartimos ideas y somos conscientes de los cambios que necesita nuestro país debemos ser capaces de sentarnos a dialogar para organizarnos en torno a un objetivo común; Tercero, unirnos ¡La unidad hace la fuerza! Debe asumirse la unidad como vehículo indispensable de la conjunción de todas las luchas ylograr un amplio espacio de confluencia, sin sectarísmos ni dogmatismos. Sí, con una vocación constructiva a través del debate político, organización, concientización, construcción de pensamiento crítico y del empoderamiento; Cuarto, organizarnos, los distintos movimientos, organizaciones y colectivos tenemos que tener en el punto de mira el levantar un movimiento fuerte, construir una agrupación político-social amplia, diversa e inclusiva, que tome por bandera la construcción de una verdadera democracia. Pero no como un fin, sino como la punta de lanza de un movimiento que a partir de las batallas concretas desentrañe un proyecto que porte la idea de una sociedad alternativa y que cuestione frontalmente la visión del mundo de una elite minoritaria y del sistema existente; Quinto, pasar a la acción, para alcanzar los cambios que queremos es necesario dar la batalla con altura política a través de la creación de un movimiento nacional, tejiendo redes en todo el territorio para la construcción de una base social consciente, crítica y activa como fuerza política que se moviliza para la transformación del sistema.

Cierto es que en Guatemala el sistema no tendrá cambios hasta que las elites del poder y su camarilla criminal salgan de la ecuación, pero también, hasta que la izquierda organizada sea capaz de salir del letargo del conformismo y actúe con una posición renovada como punto de partida. Las revoluciones o transformaciones se logran con hechos, con movilización, con unidad política, social y electoral capaz de revertir la correlación de fuerzas existentes. Las injusticias estructurales perduran a través de los siglos, de los años, en nuestro día a día, por ello, tal como dijera José Mujica “Hay que ponerle a las causas, brazos jóvenes que levanten las viejas banderas”, solo así evitaremos que en los tiempos difíciles que se nos vienen, sigamos a merced de los poderosos y la crueldad de su sistema político.

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