Créditos: Alejandro Anzueto V.
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Un referente al arte guatemalteco del siglo XX es Rina Lazo (1923–2019) una artista en toda la expresión de la palabra. Pintora, grabadora y muralista, perteneció a la generación del cuarenta. Ella fue la única exponente dentro de su género que realizó un mural al fresco, lleva por nombre Tierra fértil, firmado en 1954, año del cierre de un glorioso ciclo revolucionario. Esta obra, es uno de los mayores legados que ha dejado la artista en su país de origen, un mural que tuvo una trágica y restaurada historia, y que hoy en día se encuentra al resguardo del Museo de la Universidad de San Carlos de Guatemala (MUSAC).

La trayectoria de Rina Lazo fue fortuita en muchos aspectos. Sobre su infancia, de la que mantenía un cúmulo de recuerdos, me llamó la atención una anécdota en particular de la pequeña Rina que tomaba clases particulares de dibujo con la profesora Lolita Villacorta. Ella me comentó que una tarde le había encomendado la tarea de dibujar una garza. Fue agasajada por su maestra debido a la destreza con la que realizó su trabajo, este hecho no sólo quedó en la memoria de la artista, sino que el poeta Otto Raúl González le dedicó una reseña que me cautivó para contar su historia.

Rina Lazo y las garzas: La maestra Lolita Villacorta, allá en las Verapaces, pidió a una Rina, es decir a una alegría de cinco años, que dibujase una garza. La maestra Villacorta se quedó largamente fascinada ante la belleza del dibujo y alcanzó a preguntar: “¿Cómo fue que pudiste hacer una garza tan bonita?”. Ahora, yo me hago estas otras preguntas: ¿Fue aquello una premonición? ¿Era la señorita Villacorta un hada joven y buena? ¿Y como tal era capaz de leer en las líneas de la mano de una niña todo su hermoso futuro, todo su pictórico destino? Las respuestas las pueden dar todos los que tenemos el privilegio de ser sus amigos, pero también los que no lo son al contemplar la obra realizada por esta excelente artista guatemalteca-mexicana.[1]

Y así es, los que tuvimos el privilegio de conocer a Rina Lazo, podemos constatar la lucidez con la que recordaba la Guatemala que dejó en 1946, antes de obtener una beca gubernamental para estudiar arte en México. País donde radicó de manera definitiva luego de encontrar su destino pictórico con el muralismo. La artista guatemalteca-mexicana o mejor dicho “muralista mesoamericana”, como bien supo llamarse así misma, afín a su pensamiento: borrar fronteras políticas y recordarnos nuestros orígenes ancestrales. Es Rina Lazo, la artista que supo dialogar con un pasado lejano, mítico y ancestral con su presente, la que mantuvo firme su convicción y compromiso con el muralismo hasta la última pincelada.

Su pasión por el arte venía de su abuelo materno, era pintor aficionado. En su adolescencia, sus inclinaciones artísticas se asentaron con mayor fuerza. Tomó clases de pintura en taller de Julio Urruela, en el Palacio Nacional, al ver el talento de la joven artista, le recomienda ingresar a la Academia Nacional de Bellas Artes en 1944. Un año crucial para su carrera artística, así como en la historia social y política del país, debido a que este año obtiene el primer premio del concurso de carteles conmemorativos a la Revolución de Octubre; premio que comparte con el artista Jacobo Rodríguez Padilla.

En la Academia, se integró a la Asociación de Artistas y Profesores de Bellas Artes (APEBA) se familiarizó con ideas revolucionarias que cobraron mayor fuerza en años posteriores. Sus primeras pinturas de caballete fueron publicadas junto con los artistas de su generación en el Índice de pintura y escultura de 1946. Aún siendo estudiante de la Academia, se vio favorecida con la beca otorgada por presidente Juan José Arévalo en 1946.

A su llegada a México, contacta al pintor Juan Antonio Franco, quien le recomienda ingresar a la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda. A los tres meses de haber ingresado a la escuela, su profesor de técnica de procedimientos, Andrés Sánchez Flores la selecciona para trabajar como asistente de uno de más grandes muralistas, Diego Rivera, que se encontraba trabajando en el mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central. Con él, no sólo aprende la técnica del mural de primera mano, adquiere experiencia y se familiariza con la temática y pensamiento del maestro.

Entablaron una amistad que prevaleció por diez años en los que continuó trabajando a su lado hasta su muerte, Rina Lazo fue “su amiga dilecta, su mano derecha, la mejor de sus ayudantes”. Rivera le presentó al joven artista revolucionario, Arturo García Bustos, quien más adelante se convertirá en su compañero de vida y militancia. En cuanto a su carrera como muralista, dio su primer paso en 1949 al realizar su primer mural Los cuatro elementos en la Logia Masónica del Valle de México, de esta obra sólo existen escasos registros fotográficos, debido a que el mural fue destruido en la remodelación del edificio.

El segundo mural en su carrera y el único realizado en su natal Guatemala es Tierra fértil, esta obra no corrió con la misma suerte que Los cuatro elementos debido a que fue rescatada del Club Italiano, después de haber sido cubierta con pintura acrílica en la remodelación que sufrió dicho recinto. La recuperación del mural de 4.80 x 3 metros se hizo en coordinación con Rina Lazo que se encontraba en México y el programa de conservación y restauración del Instituto de Antropología e Historia de Guatemala.

El proceso de desprendimiento del mural estuvo a cargo de especialistas del instituto de restauración, quienes separaron cuidadosamente la capa pictórica del muro original para trasladarlo e integrarlo al espacio designado en el vestíbulo del Salón Mayor del MUSAC. En 1981, año que se inicia la restauración del mural, el padre de la artista hace la donación oficial al museo. Los trabajos de restauración concluyen en 1989, cuando Rina Lazo hace los retoques finales con base a las calcas originales, incluso, decide agregar en la parte inferior, un fragmento del texto escrito por la historiadora del arte Irma de Luján.

En Tierra fértil el tema central es Guatemala, la vegetación y exuberancia de los verdes, los bosques y cultivos tradicionales cosechados por el campesino y su unión con la tierra que le da alimento, también coincide con los recuerdos de infancia de Lazo. La representación femenina, que predomina en todo el conjunto compositivo, encarna con sensualidad la fertilidad de la tierra, la mujer la poseedora del polen, de la semilla enfatiza la fecundidad de la naturaleza representada en el mural.

En su trayectoria como muralista cabe mencionar su faceta revolucionaria que siempre acompañó el quehacer de la artista en obras de gran formato como en Venceremos (1959). Su fascinación por la cultura maya la llevó a realizar un profundo estudio para los facsímiles de los murales de Bonampak, Chiapas en el Museo de Antropología de México en la década del sesenta. Su sensibilidad en el trazo y el apego a sus raíces mesoamericanas se hizo notar en el mural Venerable abuelo maíz (1996) donde enaltece el legado de los abuelos y ornamenta la sala maya de dicho museo. Después de indagar en el estudio de la cultura maya, logra concluir su ciclo terrenal con la última pintura que lleva como tema el Inframundo maya (2019).

Fátima Anzueto V. Artista visual e historiadora de arte guatemalteca / famaria@gmail.com

Guatemala, octubre 2020.

*El texto fue publicado por el MUSAC Guatemala para la muestra virtual en homenaje al primer año luctuoso de Rina Lazo.

[1] Otto Raúl Gonzáles (1921–2007), “Rina Lazo y las garzas” en Comentarios al libro Rina Lazo. Sabiduría de manos, conversaciones con Abel Santiago, México, Ediciones Casa Colorada, 1999, p. 29.

Tomado de:

https://www.muralistamesoamericana.com/blog/legado

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