Vejez, pensiones y covid-19 en América Latina (Parte I)

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Créditos: Fabián Campos
Tiempo de lectura: 3 minutos

Por Fabián Campos

América Latina se ha vuelto desde hace ya varias semanas el centro de la pandemia global. Esta situación que era previsible desde hace varios meses, como señalábamos en una colaboración anterior, está arrojando profundas consecuencias para la región debido a que la covid-19 vino a profundizar y agudizar condiciones estructurales sumamente injustas.

Uno de los sectores sociales más afectados es el de los adultos mayores. Una realidad avasallante que en América Latina se expresa en un proceso de envejecimiento acelerado. Cada vez hay más adultos mayores tanto numéricamente como en porcentaje de la población.

Una parte muy importante de ellos vivieron su última etapa laboral bajo las reformas neoliberales que afectaron los sistemas de pensiones. Después de la Gran Depresión de 1929, se instalaron lentamente formulas de seguridad social donde el trabajador, el patrón y el gobierno aportaban recursos a un fondo de jubilación que desde 1970 empezó a ser fuertemente cuestionado y sustituido por otro, donde la carga recae en el asalariado, librando al Estado y a las empresas privadas.

El ejemplo insignia de esa transformación fue el caso chileno. El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial presionaron para que el Estado privatizara los fondos de pensiones bajo la promesa que eso liberaría recursos que los gobiernos podrían destinar a otras áreas prioritarias y que, al jubilarse los trabajadores, obtendrían entre el 70 y el 80 % de su último salario y que en 2020 esto llegaría al 100%. Las promesas del neoliberalismo eran muy fáciles de sustentar en la teoría, pero la realidad nos ha alcanzado y su capacidad de cumplimiento esta muy lejos de lo comprometido.

Actualmente en Chile, por seguir el ejemplo, los trabajadores jubilados reciben en promedio el 35% de su último salario. Muy lejos del 70% comprometido inicialmente y mucho más lejos de la promesa utópica del 100%. Debido a que este monto llevó a muchos de los adultos mayores de ese país a que una vez que dejaron de trabajar engrosaran las cifras de la pobreza y la pobreza extrema -rubro que llegó a afectar casi al 40% de la población chilena- el gobierno de ese país tuvo que implementar un programa llamado “Pilar Solidario”, con el cual aumentó las pensiones de aquellos que recibían los montos más bajos. Segunda promesa neoliberal incumplida.

Pero esto solamente vino a maquillar el problema. Fiel a la ortodoxia neoliberal de combate a la pobreza, el gobierno chileno no buscó garantizar una vida digna para esas personas sino simplemente cumplir con que tuvieran un ingreso superior a la línea de pobreza establecida por los organismos internacionales. Actualmente, las pensiones más bajas en Chile rondan los 100 dólares mensuales. Mismos que resultan insuficientes para un país que tiene uno de los niveles más altos en costo de vida de América Latina. Con esa cantidad, un jubilado apenas puede sufragar las facturas de agua y gas de un mes y pagar una consulta médica sin medicamentos. Quedan fuera del alcance renta, luz, comida, vestido y es imposible imaginar un espacio para el esparcimiento.

Debido a ello, muchos chilenos de la tercera edad prefieren seguir laborando más allá de la edad de retiro. O tomar empleos informales y sin seguridad social que les permitan incrementar sus ingresos. Pobres, explotados y sin poder gozar de las promesas del neoliberalismo, la situación de los jubilados chilenos contrasta fuertemente con el panorama de los encargados de administrar su dinero.

Actualmente, las empresas privadas que administran los fondos de pensiones en Chile acumulan un monto de recursos que representan el 80% del PIB de aquel país. Mientras destinan solamente el 30% de sus recursos a pagar las pensiones activas, el 70% restante son invertidos en Chile y el mundo en empresas altamente lucrativas. Pero el esquema es leonino. La ley establece que en caso de que las inversiones generen pérdidas estás deben de ser absorbidas por los trabajadores mientras que si existen ganancias estas son utilidades para las empresas. Privatización de las ganancias y socialización de las pérdidas es la regla de oro del neoliberalismo.

Pero allí no quedan las “bondades” del neoliberalismo. Uno de los rubros preferidos de las administradoras de pensiones para sus inversiones es la banca comercial. Los bancos tienen las cuentas de los trabajadores en las que pagan intereses miserables que difícilmente superan el 6% anual. Estas instituciones reciben dinero fresco del ahorro para las pensiones de esos mismos trabajadores. Esos recursos los transforman en créditos por los cuales las tasas de interés nunca son menores al 30%. Ganan los bancos, ganan los fondos de pensiones pero siempre pierde el trabajador.

Esta situación que se repite invariablemente en toda América Latina se volvió un problema mucho más grave con la covid-19. Pero eso lo abordaremos la siguiente semana.

Comentarios y sugerencias: lasochodeocholatinoamericanas@gmail.com

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