Estados Unidos en el ojo del huracán

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Créditos: El Tiempo
Tiempo de lectura: 8 minutos

Introducción

Estados Unidos vive algo más que una revuelta antirracista. Las imágenes que podemos ver en la TV o por pequeños videos que circulan en las redes sociales, nos hablan de una sociedad convulsionada, de una sociedad plena de hartazgo, de una sociedad que aspira a vivir de manera diferente. Digo que es más que una revuelta pues luego de la revuelta viene la calma, el recuento de los daños pero no queda, si se puede decir, un legado que identifique con claridad el sentido de la revuelta, sus razones, sus orígenes.

En este caso sabemos de los orígenes del hecho puntual que desató la tormenta social y política que vive hoy ese país. Un ciudadano afrodescendiente fue asesinado de forma brutal y el crimen fue filmado, convertido en video viral, y el resultado ya es historia. En tiempo real, el acumulado de insatisfacción, de ira, de rabia, de todos los sentimientos existentes por el régimen imperante se desataron.

No he tenido la posibilidad de leer análisis que vengan desde los actores involucrados, y se han escuchado comentarios sobre los hechos pero no algo que diga con certeza, el momento en que se encuentra el ánimo de la sociedad norteamericana y, sobre todo, hacia donde dirige sus miradas y deseos de cambio, que necesariamente apunta hacia cambios profundos. Una cosa es cierta, en todo proceso social siempre hay un poco de caos, y eso es lo que observamos en unas cuantas manifestaciones que ante el inicial acoso policial devinieron violentas en estos días. Nada extraordinario hay que decir. De la misma manera es normal que en estas demostraciones se cuelen unos cuantos provocadores. Al momento de escribir esto, son ya 12 días de protestas, manifestaciones, incidentes diversos, hechos inusitados, etc.

-I-

El país está estremecido. Las protestas se producen en toda su geografía. Por ello al ver ciudades como Atlanta, Minneapolis, Chicago, Miami, Seattle, Houston, New York, Los Ángeles o Washington, estamos diciendo que los mayores núcleos de población o de centros de decisión política y de producción industrial y actividad económica, se han visto convulsionados por las demostraciones de hartazgo de la gente. En un artículo anterior hice un recorrido histórico de las protestas antirracistas y otros fenómenos como el de Ocupa Wall Street.

Un dato que merece ser tomado en consideración, es que al momento no existe una narrativa de los hechos y del proceso que se desarrolla en EE.UU, que haya sido realizado por sus autores, o por la gente que participa del mismo. Quizás sea desde el exterior en donde es posible recoger las distintas facetas de lo que ocurre aun sea mediada por la visión que tienen los observadores. A la fecha hay guardia nacional desplegada en unos 40 estados y hay toque de queda en unas 200 ciudades con mayor o menor intensidad. Pero la gente sigue manifestando. Decenas de ciudades están en franca desobediencia civil.

Ahora bien, si no es una simple revuelta, ¿Qué es lo que ocurre en ese país? Me inclino a pensar que está en proceso una revolución política con enormes alcances culturales, con niveles de profundidad que aún no podemos vislumbrar, pero que deben dar como resultado un país distinto al que había antes del inicio de la crisis. Algo es cierto y se puede considerar desde ya, y es una adquisición de la movilización antirracista y por la justicia que tiene lugar en estos días: la voluntad de cambio en ese país.

La misma tiene la cualidad de ser pacífica, ordenada, con imágenes que mueven a la reflexión. Una de ellas, de un alcance enorme, la declaración de una ciudadana que lleva su hijo o hija menor, a una demostración de calle: para que aprenda estar del lado correcto, decía la mujer entrevistada por una cadena de TV norteamericana.

Otras escenas fuertísimas, social y políticamente hablando, son aquellas que inicialmente presentaron a policías arrodillándose a manera de homenaje al asesinado George Floyd. El asunto no quedó ahí, sino que unos dos o tres días después, cuando el presidente ordenó la salida del ejército, vimos el turno de soldados, con armamento de guerra, hacer lo mismo que los policías, esto es, arrodillarse en muestra de homenaje y respeto. El discurso o mensaje fue que todos eran del mismo país.

A nivel mundial todos vimos esas imágenes y todos nos restregamos los ojos para ver mejor los gestos y las actitudes de las fuerzas del orden o represivas, y los gestos y actitudes de la gente que recibía esas demostraciones que decían que no iba a producirse enfrentamientos, que no se estaba delante de enemigos sino de gente igual a ellos solo que en uniforme.

La sociedad norteamericana había demostrado su opción por la paz en los años de la guerra de Vietnam, en esos momentos, manifestaron por miles en muchos lugares del país. Sin embargo, a pesar de las bajas recibidas, no hubo expresiones de desacato a las órdenes de los superiores. El ejército siguió siendo la maquinaria de guerra aceitada. Salvo unos cuantos que rechazaron ir a la guerra, que no se enlistaron en el ejército, pero no hubo franca desobediencia como ahora. Se puede relativizar y decir que solo fueron unos pocos casos, pero lo que no se puede valorar en su justa dimensión es la ola de expresiones de apoyo a este gesto y sobre todo, que las imágenes son virales.

Estos dos hechos, cuando se analizan, dan como resultado que uno piense de manera automática, en una derrota política sin precedentes para el gobierno de los EEUU, pues no es posible pensar en el ejercicio del poder por medio de la violencia, patrimonio exclusivo del estado hay que decir, si sus principales agentes represivos no responden a las órdenes de su jefes y por el contrario pasan del lado del contrincante de forma civilizada, democrática.

Otros temas aparecieron en medio de esa sociedad convulsionada. Varios gobernadores o alcaldes de diversos estados de la unión como se dice, expresaron su apoyo a las movilizaciones, incluso se sumaron –aun si de forma momentánea- a las demostraciones. Algo en verdad inédito. Finalmente el expresidente Obama, primer presidente afrodescendiente de ese país, se sumó a las demandas de la gente en las calles. Quizás con objetivos electorales, pero ello no desaparece un hecho de gran significado. De igual forma, un expresidente republicano Bush, hizo lo propio y se distanció del actual presidente Donald Trump.

Los dos gestos dicen de la profundidad de los hechos que tienen lugar en ese país. Junto con la respuesta de las fuerzas represivas del Estado, dos de los máximos representantes en los últimos años y gobernadores y alcaldes, se suman de una forma u otra a las expresiones de rechazo al racismo, de descontento con la forma que Trump gestiona la crisis, con lo cual le confieren al proceso social que tiene lugar, alcances insospechados. El proceso social no termina y todo indica que debe profundizarse. Por falta de datos concretos no incluyó posturas de sindicatos, otras expresiones sociales y agrupamientos de diversa índole.

Pero junto con esta referencia a expresiones del poder, también hay actores sociales que dicen abiertamente de su descontento con el desempleo, con el empobrecimiento de miles de ciudadanos, que expresan su rechazo al trato infame hacia los migrantes, y que esperan a cambios en la economía, en el mundo laboral, entre muchas otras cosas que van más allá del racismo una y cien veces condenado. Hay un tema que aflora por aquí y más allá, y es el de la insostenibilidad de una situación en donde 1% domina las finanzas mundiales y en contrapartida, tiene a las mayorías empobrecidas. Hay un rechazo profundo a las corporaciones.

Se podría decir que el movimiento social se retroalimenta, que gradualmente va encontrando nuevas metas, que se abren nuevos horizontes. Que las más graves se muestran de forma clara, casi como revelaciones que no requieren demasiadas explicaciones. Son esos resultados de la movilización social que en horas puede resolver enigmas de años. En pocas palabras, ya tenemos muy claro el punto de arranque de la conmoción social en curso, lo que no sabemos es el punto de llegada.

Por ese conjunto de hechos me animo a pensar en una revolución política con rasgos culturales en curso, antes que una revuelta antirracista, por profunda que ella sea como lo muestran los hechos. Por la naturaleza de ese tipo de fenómenos es que no es posible calificarlos con mucha mayor certeza o propiedad. Es un fenómeno telúrico de repercusiones mundiales.

-II-

Hace un siglo, en Rusia, país que se considera la antípoda de EEUU, un periodista norteamericano, John Reed, escribió “Los diez días que estremecieron al mundo”. Con todas las diferencias que existen, -no se está a las puertas de una revolución socialista- si hay un hecho en común: las movilizaciones de estos días que se desarrollan en EEUU y que continúan, si han estremecido al mundo. Por ello hago este paralelismo. En la época fue la prensa vía radio o télex que trasmitía los hechos que se conocían días después, acaso interpretados, ahora es en tiempo real, con videos igualmente en tiempo real, con las redes sociales de alcance mundial saturadas de información del proceso social norteamericano.

En el caso ruso se trataba de la primera revolución social, encabezada por un partido, para la construcción del socialismo. En ese momento, un factor desencadenante había sido la guerra (primera guerra mundial) mientras que ahora, en los EEUU asistimos a una revolución política cuyo desenlace es el hartazgo por el racismo y la urgencia de una mejor justicia. En este caso, se podría decir que el trasfondo es el absurdo manejo de la crisis ocasionada por el covid-19.

Sabemos que en las expresiones sociales de estos días, hay una basta ya, a la política racista del gobierno, a la visión neoliberal de las corporaciones, al rechazo de la privatización de la salud, y otros temas. Un cineasta negro o afrodescendiente, Spike Lee decía con todas sus letras que había que cambiar de sistema, -cito de memoria- de dar vuelta a lo que había, y agregaba, “no solo en los EEUU”

En el mundo los acontecimientos que se desenvuelven en EEUU han dado lugar a protestas, a expresiones de solidaridad con la lucha de los norteamericanos, sea en Londres, Nueva Zelanda, Australia, Holanda, Francia, en México con expresiones de furia acumulada y en muchos países y ciudades más. La prensa mundial le dedica notas y análisis a los acontecimientos, y lo más importante, es que nadie se atreve a decir cuándo y cómo terminará este proceso que nos tiene a nivel mundial, sorprendidos por su dimensión y su profundidad.

Aunque existe siempre la posibilidad de que sea un movimiento que no alcance metas más amplias y audaces. A manera de ejemplo se puede pensar en los “chalecos amarillos” que en Francia hace poco tiempo consiguieron victorias importantes, parciales pero que no estaban en la agenda de ese país y se consiguieron luego de movilizaciones de millones en el país, sin que ello pusiera en riesgo la situación general del país, pero en sentido global, si hubo avances y concreciones de esas movilizaciones. Hay que señalar que muchas fueron en el terreno de las ideas, en lo cultural.

Por lo que ha ocasionado al momento, se trata de un movimiento social victorioso. La dimensión del racismo se entiende ahora, los policías causantes de la tragedia y perpetradores del asesinato están en prisión, y en un hecho de enorme simbolismo, la esposa del policía demanda el divorcio. Pone distancia del criminal. Asimismo se obtiene un éxito al poner en evidencia que la justicia en ese país no es todo lo que una democracia real necesitaría.

Hasta el momento parecería que la tendencia fascistoide encabezada por Trump se encuentra a la defensiva, no consigue articular apoyos políticos que le permitan imponer su voluntad. En esa dirección el racismo Trumpeano ha sido derrotado a nivel conceptual, y la sociedad ha sido llevada hacia un electroshock en contra del racismo cotidiano y el no evidente. El poder y el ejercicio del mismo en EEUU ya no es lo que era antes del asesinato de George Floyd.

Está pendiente dimensionar el alcance de los cambios económicos que la movilización social debe poner sobre la mesa. De la misma manera, está en cuestión lo que debe resultar en términos de modelo político y de las relaciones sociales en general; asimismo ello deberá expresarse en las visiones internacionales de ese país.

Es relativamente obvio que la administración actual hará todos los esfuerzos posibles para minimizar los daños, que pondrá todo su empeño con el objetivo que el proceso electoral de noviembre no se aleje del todo, pero una cosa son los desplantes de Trump y otra la lógica que ya se desató en la sociedad norteamericana.

Es difícil pensar o creer que este proceso de alcances sociales, políticos, culturales, internacionales e incluso económicos, pueda ser resuelto por las próximas elecciones. El “despertar” de la sociedad norteamericana ha sido casi abrupto, de dimensiones históricas, fundantes. La Norteamérica pre revuelta antirracista, poco a poco está anunciando un proceso de mucho mayor calado. Sea cual sea la definición del proceso en curso, es posible afirmar que ya hubo cambios importantes, aún sea en el plano simbólico.

Sin hacer las cuentas alegres, hay muchos elementos que permiten asumir que a estas alturas el movimiento ya tiene éxitos, parciales si se quiere pero éxitos. Imágenes y reflexiones permiten afirmar esto. Antes de finalizar estas notas, tuve la ocasión de intercambiar con amigos en Los Ángeles, New York o Minnesota. Y hay valoraciones que coinciden con lo expuesto en el cuerpo de estas notas.

Pero de algo si se puede estar seguro, al menos es lo que parece de acuerdo a las informaciones que se disponen, es que asistimos a la primera revolución política del siglo XXI en el lugar que parecía vacunado en contra de estos procesos. Inicio como una protesta antirracista y en contra la violencia policial, se le agregó casi de inmediato la demanda de justicia. A continuación, la pobreza, el mal manejo de la crisis del covid-19, el abandono hospitalario, la privatización, el rol de las corporaciones y tantas cosas más.

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