En la cima de los sitios sagrados Q’anjob’ales

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Créditos: Lorenzo Pez
Tiempo de lectura: 2 minutos

Por Lorenzo Pez

En la cima de este monte, tuve la oportunidad de visitar uno de los sitios sagrados de mis ancestros Q’anjob’ales.

No fue fácil para mí escalar este monumento creado por la madre naturaleza y que parece como unas tablas de piedra de color rojizo, colocadas una sobre otra. En el lado norte y sur oriente, pude calcular unos 75 metros aproximadamente de altura,  casi en posición vertical.

El altar está ubicado sobre la parte plana de la punta del majestuoso monumento, que mide unos diez metros cuadrados. Pude observar que no ha sido visitado constantemente. Sin embargo, cuando el calendario maya Q’anjob’al  marca los días sagrados del año, llegan los abuelos autoridades ancestrales a interceder por la vida del pueblo.

En esa visita sucedió algo que me dejó impresionado. A los pocos minutos de haber llegado, como de costumbre mis amigos y yo estábamos admirando las bellezas que el lugar ofrece, cuando oímos la voz de una persona ajena a nuestro grupo.

No sabemos de dónde vino, lo cierto es que era un abuelo como de 72 años de edad, que a pesar de sus años, escaló la roca sin ninguna dificultad y llegó con mucha seguridad y autoridad, sin temor a cualquier incidente que pudiera poner en peligro su integridad física y dijo a uno de los compañeros que no habla Q’anjob’al: “¡Hey!  ¿Quiénes son ustedes, de dónde vienen y qué están haciendo aquí? ¿Pidieron permiso a nuestras autoridades para poder entrar? ¡Aquí no puede entrar cualquier persona que no sea de nuestros hermanos y de nuestros pueblos!”

Nosotros nos acercamos, lo saludamos y nos identificamos. Él fijó su mirada en nuestros ojos y dijo: “¡Ah, son ustedes, no hay problemas entonces! Porque aquí no pueden entrar personas extrañas y ajenas a lo nuestro”.

El abuelo se quedó platicando con nosotros unos minutos más y uno de nuestros compañeros le interrogó sobre la línea divisoria entre los municipios de San Mateo y Santa Eulalia, a lo que él respondió: “ahí abajo están las tres cruces que dividen a los pueblos San Mateo, Santa Eulalia y San Sebastián”.

Con mucha humildad y sabiduría el abuelo nos narró un poco de la historia de los pueblos y sobre el conflicto que se generó hace unos años entre los Chujes de San Mateo Ixtatán y los Q’anjob’ales que viven a inmediaciones de la frontera de esos municipios.

Después de la plática, el abuelo sonriente dijo: “bueno señores, me voy y les dejo, hagan lo que tengan que hacer y con mucha confianza. Disculpen que les haya interrumpido, porque así es. Nosotros somos los responsables de velar por la seguridad de nuestros recursos y sobre todo, los lugares sagrados que nos heredaron nuestros ancestros”.

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