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Por Kajkoj Máximo Ba Tiul

¿En dónde quedaron las enseñanzas de nuestros abuelos y abuelas, nuestros padres y madres?. ¿Dónde están los valores aprendidos y aprehendidos: el trabajo, la palabra, la responsabilidad, la honorabilidad?. Las enseñanzas milenarias de “no robar, no ser haragán, no ser mentiroso”. Bases fundamentales de la vida comunitaria. ¿Cómo es que entró la enfermedad de la ambición y de la traición en nuestras familias y comunidades?. ¿Cómo es que siendo un pueblo cristiano(supuestamente) le rendimos culto al dinero, a la idea del tener y no del ser?.

Recuerdo cuando nuestros papás y nuestras mamás nos educaban primero para el trabajo y nos decían “nunca tomes lo que no es tuyo”. Si vas a la casa de alguien y si ves algo que te atrae, déjalo allí, porque solo lo han puesto para probar cómo eres. No nos pongas en vergüenza, debes de respetar siempre no importa quien sea.

Todo esto nos lo enseñaban alrededor del fuego, mientras se estaba cocinando la comida o mientras salían las primeras tortillas, que muchas veces las comíamos con sal. O esperando que se azaran los guineos colorados. Ah, que ricas eran esas tortillas, negras, blancas, amarillas, rojas. Qué lindo aquellos tiempos de tapisca, de recolectar los frutos que nos daba la sagrada tierra. Cuando íbamos a las montañas a cortar limas, naranjas, duraznos, guayabas, saborear el rico jugo del “tz’imaaj”, una especie de caña de montaña que calmaba el hambre. Pasamos de cafetal en cafetal, de siembra en siembra, pero sin tocar lo que no era de nosotros. No había alambrados, ni paredes. Los mojones de las tierras eran imaginarias, solo se sabía de quien era y eso bastaba.

Bonita las tardes de domingo, jugando pelota en las calles del pueblo, los cincos, los trompos, los capiruchos. Cuando acompañábamos a las hermanas al molino o a traer agua al llena cantaros o al pozo. Cuando, salíamos algunas veces a pescar a la sagrada laguna de Chichoj. O cuando pasamos a pie por Pan Konsul, Rexquix, Najtilaban. Momentos agradables de correr, reir, llorar. Momentos agradables cuando pasábamos los ríos y las tomas de agua. Ah, pasear por donde don Casimiro y de paso probar el agua del “agua bendita”.

Eran momentos agradables, no había engaño, no había miedo, no había peligro. Aunque había racismo y discriminación, pero las risas de cuando éramos niños y niñas como que ocultaba ese gran dolor a que estábamos sujetos por la clase alta, que había llegado a estas tierras después de la colonización y se fortalecieron con la llegada de los alemanes. Muchos ladinos llegaron aquí, como administradores trabajadores de los alemanes, hasta que se quedaron con bienes y comenzaron a controlar el pueblo.

Fuimos creciendo y poco a poco nos comenzamos enterar de lo que pasaba en el pueblo. De cómo los ladinos y los curas se aliaban para oprimir a los indígenas. De cómo las cofradías como reducto de las clases altas indígenas también sirvieron de estructura de opresión. De cómo indígenas de clase alta poco a poco comenzaron a llamarse contratistas y a llevar trabajadores a las fincas.

Poco a poco, nos dimos cuenta que aquí también habían pequeños burgueses, que median su relación por la plata. Que la plata era su interés y no les importaba nada con tal de mantener su poder y control, a costa de la pobreza de la gran mayoría. Y además comenzamos a saber que desde la construcción del pueblo, los ladinos fueron alcaldes, comisarios, jefes de policías, intendentes y luego comisionados militares.

Pero a pesar de eso, las enseñanzas de nuestros padres y madres seguían transmitiéndose. Ay de uno se le levantaba la mano o la palabra a la mamá, ya venía el Xik’ay y luego el cinchazo, el chicotazo. Había corrección no castigo. Se reprendía para aprender. No se toleraba que alguien fuera ladrón o haragán. No había grupos de jóvenes en las calles, en las esquinas, pasando el tiempo.

Así estábamos este momento. Cuando nuestros padres se dieron cuenta que se podía hacer algo por el pueblo, decidieron llegar a la alcaldía. Era un grupo de hombres y mujeres de “respeto”, así se les decía aquí. Don Lico, don Poli, Don Anastasio, Don Rigo, Don Máximo, entre muchos. Hombres y mujeres honestos, que quisieron el bien para el pueblo. Fue más o menos alrededor de 1970. Tal vez no hicieron muchas obras, pero querían demostrar a los descendientes que honradamente se puede servir al pueblo. Las reuniones del consejo municipal no eran remuneradas como hoy, que según tengo entendido que se han recetado hasta quince mil quetzales, en un pueblo donde faltan escuelas, centros de salud, caminos, agua potable.

Esa era nuestra vida, cuando llega el conflicto armado. Un grupo de jóvenes (hombres y mujeres) miembros de diferentes familias, la mayoría hijos de indígenas, quienes habían sido educados bajo los valores y principios del no robar, no haraganear, no mentir, se unieron para querer cambiar otro poco el pueblo. Muchos habían sido formados con la idea de la solidaridad y el apoyo mutuo desde el movimiento cooperativista y otros formados desde las mejores escuelas de formación indígena en el país.

Estos hombres y estas mujeres, soñadoras de un mundo más justo y más humano, fueron perseguidos, desaparecidos y asesinados, por la alianza de las pequeñas burguesías del pueblo (ladino e indígena). Pequeñas burguesías que habían hecho de las cofradías y los chinames, el centro de su poder. Quienes igual se habían apoderado del poder político municipal. Estos grupos que hoy tienen al pueblo no solo sumido en la miseria, sino en la ignorancia, han hecho del poder político municipal su botín. Estos grupos formaban parte de la G2, Comisionados Militares, Orejas, etc., a quienes igual los asustaron con la idea del “comunismo”, sin saber qué es esto, se dieron a la tarea de destruir este movimiento.

Así llegamos al inicio de este siglo. Hombres y mujeres hijos de aquellos que desaparecieron a los mejores hijos del pueblo, unidos al crimen organizado, han hecho del poder político municipal su trinchera de lucha, causando muerte y odio. Ya no se valora la vida, porque lo que se busca es el valor del dinero. Cuantos alcaldes y cuantos miembros de los consejos municipales, han entrado pobres y han salido ricos y convertidos en los pequeños burgueses de sus comunidades. Presidente de los COCODES; que han participado en el Concejo Municipal, ahora son los ricos de su comunidad y hasta el idioma del lugar se les olvidó.

Esta alianza política y social más el dinero del Crimen Organizado, ha hecho tanto daño a nuestro pueblo. Un pueblo que era uno de los más prósperos del departamento, ahora con niveles de desnutrición. Aunque hayan escuelas y muchos colegios privados, estamos sumidos en una vil ignorancia, porque igual la educación y la salud, es aquí una mercancía no un derecho.

Por eso, como duele que después de muchos años, este pueblo que era honesto y trabajador, ahora es criminal. Digo así, porque no es justo que nos callemos ante la muerte y el odio, que se genera solo por la ambición de unos pocos. No es justo que este pueblo siga callando la muerte y sucumbe ante el temor y el odio. No es justo, cuando hemos dado al país hombres y mujeres valientes, éramos el primer pueblo de Alta Verapaz, en darle al país intelectuales y académicos connotados y ahora estamos dando muerte y sangre.

Duele que por la ambición se estén matando y convirtiendo un Concejo Municipal no el centro del diálogo y la articulación, sino de la desunión. Que las familias ya no las ubiquemos por honrados y honestos, sino quien maneja plata de este y quien de aquel. Un pueblo, aunque sea en su mayoría evangélico o católico, está lejos de seguir las enseñanzas de ese “Tal Jesús”. Un pueblo que en vez de amar al prójimo, se une para matarlo.

Por eso decía Gandhi, “Tengo gran respeto por el cristianismo… No sé de nadie que haya hecho más por la humanidad que Jesús… De hecho, no hay nada malo con el cristianismo, pero el problema es con ustedes cristianos que no comienzan a vivir en base a lo que ustedes mismos enseñan” y así, cuantas personas cómplices o autores del crimen están en las iglesias, dan su limosna cada culto o misa, comulgan o rezan, es más hasta dan la comunión. Cuando nuestro pueblo se vuelve a desangrar, creo que es justo que cristianos o no, demos una revisada a nuestras vidas.

Entonces, si aprendimos buenos valores y principios de nuestros abuelos y abuelas, padres y madres, entonces es nuestra obligación parar la muerte. Es cierto todo nuestro país está así, pero acaso como pueblo no podemos dar una lección, de estar libre del crimen. Si ustedes políticos llegaron con plata del crimen, páguenlo, pero no a costillas de la gente y tampoco haciendo a un lado a quienes les estorba. Como dijera Monseñor Romero, durante la guerra en el Salvador: “Cese la represión”, aquí podríamos decir: “cese la muerte, el odio”. Comencemos a educar a ese chico o chica que anda con la pistola en la cintura, cobrando todos los días a la gente, para enriquecer al prestamista o usurero. Eduquemos para la vida, la paz y no para la muerte. ¿Cómo rescatar a aquellos jóvenes que se unen a un político o su partido, para conseguir un trabajo a cambio de muchos favores?. ¿Hace unos días me contó un trabajador municipal que le pidieron DIEZ MIL QUETZALES para que lo presupuestaran?. No lo denuncian, porque tienen miedo a ser asesinados o quedarse sin trabajo. Ya basta de robar y engañar.

Busquemos formas de resolver la falta de trabajo y educación. La falta de servicio básico para el pueblo. Pero no a cambio de muerte y odio. Hace dos años más o menos estábamos en un escenario parecido, cuando fue asesinado el concejal Feliciano Lem de Saq’ Ixim. ¿Los mismos móviles?, ¿los mismos hechores?. Son preguntas que aún están sin responder.

Ya no más sangre regada en San Cristóbal Verapaz, aprendamos a dialogar, hablar. Nuestras diferencias ideológicas se pueden resolver hablando no matando. Es el momento de trabajar juntos para sacar adelante al pueblo. Pero para esto, el pueblo debe despertar. Ya no seamos un pueblo sumiso y pasivo. Busquemos puntos comunes para cambiar el rumbo de nuestro pueblo. Tratemos de buscar caminos para que la municipalidad no siga siendo un botín de guerra. Las escuelas y colegios, iglesias de todas las denominaciones, ONG, organizaciones sociales, deben de educar para la verdadera política.

Ustedes contratistas, también tiene mucha culpa. Por ofrecer las jugosas comisiones por la obras, están creando muerte y violencia. Porque no piensan que si no les dieron el contrato es porque sus oferta no es buena. Pero no se lo ganen promoviendo odio y muerte. Igual esto merece un mensaje a las universidades privadas y a la USAC, eduquen y formen profesionales con ética. No mercaderes. Formen para desarrollar a los pueblos y la vida y no empresarios que se enriquecen a costillas del dolor y la pobreza de la gente.

¿Acaso no nos ponemos a pensar que el odio ha provocado tanta muerte y asesinado a personas buenas y honestas?. Para muestra; CREOMPAZ, allí fueron encontrados muchos de los nuestros que murieron por pensar diferente, por ser más justos. No hemos aprendido que con la muerte no cambiaremos nada. Las diferencias se resuelven hablando y compartiendo, no con matar. Porque pueden matar a la persona, pero sus ideas siguen allí y mejor si fueron buenas. Hoy, un ciudadano, un vecino, un amigo, un padre de familia, un esposo, un político más, se debate entre la vida y la muerte, todo por qué?, por pensar diferente, porque no estuvo de acuerdo con algo o que más.

Cuantos años más, dependerá de todos y todas.

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