El teatro y el cianuro, una puesta en escena venenosa y divertida

COMPARTE

Créditos: Juan Calles
Tiempo de lectura: 3 minutos

Por Juan Calles

Jueves por la noche. Febrero se luce en las calles. Tengo sed, tengo ganas de reír, tengo ganas de emocionarme. Reviso el medidor digital de mí tiempo; tengo al menos una hora y media antes que inicie la función. Decido ir a un famoso bar a mitigar la sed. Febrero continua luciéndose allá afuera, un atardecer magnífico y fresco, ideal para una noche en el teatro. 

Cianuro ¿solo o con leche? Es una obra del español Juan José Alonso Millán y dirigida en Guatemala por Jorge Hernández Vielman. Hace años leí algunas obras de Hernández Vielman, su humor negro y su insistencia con las formas de la muerte me agradan mucho. Del dramaturgo se destaca su estilo oscuro y sarcástico. La expectativa me cosquillea en las orejas y en las pupilas, sé que no debo tener expectativas, sin embargo, lo humano me gana y hago conjeturas y suposiciones sobre la obra que veré. Me confecciono expectativas y ya deseo arremolinarme en la butaca y perderme en la oscuridad de la sala. Convertirme en parte de la puesta en escena. 

El teatro de Don juan, es una sala relativamente nueva, nunca he estado allí, tengo mucha curiosidad, eso suma a las expectativas. Al entrar los empleados muy amables y cumpliendo las órdenes de sus empleadores ofrecen comida, bebidas y chucherías, me incomoda la situación. Vengo a ver una obra de teatro, no una bufonada en donde se puede beber y comer mientras actúan; siento que es una falta de respeto a los actores y actrices, al director, al público. 

Cuando por fin entro a la sala, después de caminar un largo y aburrido pasillo, me encuentro con un elefante blanco, sin sentimiento, sin pasión, una plasta de cemento y butacas. Nos ofrecen ocupar las mesas que están “estratégicamente” colocadas para que veas la obra y consumás frituras y licores. Otra vez me incomoda la situación. 

Elegimos un sitio para ver bien las actuaciones y escuchar adecuadamente a las actrices y actores, acaricié los minutos entre la primera y la tercera llamada, por fin las luces se apagaron, se abrió el telón y frente a nosotros apareció la sala de una casa antigua durante una tormenta, era de noche, el público y yo eramos la casa. La magia dio inicio. 

Las actuaciones comenzaron a surtir efecto. La experiencia de las actrices en escena empezaron a contarnos la historia. La inmensidad de la sala y la ausencia de acústica hace necesario el uso de micrófonos, otro punto negativo para la inmensa sala, las actrices sacaron las castañas del fuego, e hicieron que el inconveniente técnico se nos olvidara. Algunas voces sonaron apagadas, pero su edad y su esfuerzo hicieron realista la puesta en escena. 

Un abuelo moribundo, una abuela demasiado ambiciosa y con ganas que el abuelo la palme de una vez por todas, una hija iracunda y las vecinas metiches nos introducen a esa historia de relaciones familiares demasiado humanas, es decir, demasiado crueles, algunos personajes caricaturizados suavizan y descomponen al mismo tiempo la oscuridad del asesinato que planean abuela y nieta. Marcial y Justina ponen el toque de comedia a la situación pero me parecen caricaturizados sin necesidad. 

Se destaca la actuación de Cesia Godoy y Renato Martínez, que además de cargar bien con el peso de sus personajes, se nota su estilo actoral y su fidelidad con el libreto y lo que “sienten” sus personajes. Debo decir lo mismo de Jennifer Castellanos, que navega cómoda entre los diálogos y discusiones con su némesis, Marcial el detective que tartamudeando tiene clara la posibilidad del asesinato.

Fue una noche de buen teatro. De enredos y comedia suave; en una agenda teatral llena de comedias simplonas y sketches cómicos disfrazados de teatro, la puesta en escena que nos propone Hernández Vielman y este genial grupo de actores y actrices es un respiro de aire fresco, justo como el aire limpio y tibio de este febrero caluroso. Vamos al teatro, no se arrepentirán.

COMPARTE