Créditos: Cortesía.
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Por Pia Flores

Mishell provee servicios sexuales en una casa cerrada cerca de uno de los centros de la Ciudad de Guatemala, el Trébol. Las casas cerradas son prostíbulos clandestinos. En ocasiones, las mujeres se encuentran ahí contra su voluntad, y otras veces, como la de Mishell, porque es la única alternativa que tienen. Estos son los 8 capítulos de sus historias.

  1. Trabajar en la casa cerrada

– El servicio más básico funciona por cubetazos. Fichado lo llamamos. El cliente pide un cubetazo para él y uno para mí. Para él vale Q180, para nosotras, Q500. Yo gano la mitad de los Q500.Pero hay marufia. Mi cubetazo el cliente no lo puede tocar. Si decís que no tomás, ellos (los compañeros del bar) le echan agua o jugo a las botellas. Pero el cliente no lo sabe. Entonces yo de lunes a miércoles no tomo. Tomo solo de jueves a sábado porque no puedo hacer la marufia, llega gente muy pesada. Ellos vienen y revisan las botellas. Delante de ellos tienen que destapar las cervezas. Entonces ya es muy difícil porque ya conocen cómo hacemos allí. Y pues aunque no tenga ganas, toca.

Lleva cuatro años trabajando en el mismo lugar. Dice que sigue ahí porque lo necesita. Que si encontrara un lugar en donde le pagaran mejor, se iría.

Ella nació en 1998 en la zona 3 de la Ciudad de Guatemala, cerca del Cementerio General, a 2.5 kilómetros del Parque Central. Es un barrio viejo, duro. Pobreza, pobreza extrema, delincuencia, drogas, olor al basurero municipal. Su papá es albañil y su mamá trabaja en una maquila de ropa en las afueras de la ciudad. Mishell es bajita y delgada. Morena clara en Guatemala. Ojos color miel.

– Empecé a los 15. Más que todo por mi papá. Él me golpeaba mucho, y le pegaba mucho a mi mamá. Ella es una mujer trabajadora, siempre nos ha sacado adelante, pero el dinero nunca alcanzaba. Cuando yo resulté embarazada, nos costó más. Ya no quería estar en la casa.

Mishell no escogió tener a su primera hija a los 15 años.

– Te voy a explicar. Antes de que yo resultara embarazada, mi primo me violó. Él me violó. Yo tenía 11 años y no sabía nada. No sabía ni qué era una relación ni nada. Me amenazó que no le dijera nada a mi papá ni a mi mamá. Que si yo decía algo los iba a matar. Por miedo me callé. Durante años él me seguía abusando. A una de mis amigas sí le conté. Ella me dijo que fuera a denunciar, pero mejor no. Tenía miedo.

– ¿Y creés que tu primo sería capaz de cumplir las amenazas?
– Sé que lo es. Porque esto es lo que hace. Él es pandillero. Por eso no dije nada. Sabiendo cómo son ellos, para qué se va a meter uno en la boca del lobo. Mejor me quedé callada. Fue un trauma feo, porque era con alguien con quien yo no quería estar. Antes nuestra relación era bonita, nos llevábamos bien, compartíamos. Hasta este día que él se pasó; no tenía que pasarse. Me decía que quería tener una relación conmigo, pero era mi primo y yo no quería. Entonces me dijo que si no era para él, no era para nadie.

Cuatro años después quedó embarazada como resultado de las violaciones. Sus papás no saben quién es el papá de su primera nieta. Mishell nunca tuvo posibilidad de interrumpir el embarazo ni de recibir ayuda psicológica.

Las golpizas de su papá, las violaciones de su primo y su primera bebé hicieron que se fuera de su casa.

– Una amiga mía, la única que me apoyó durante el embarazo, me recibió en su casa. Ella trabajaba en la casa cerrada. Me dijo ‘vámonos a trabajar a tal lugar’. Y viendo la situación no me negué. Yo sabía a qué me iba a meter. Así fue como empecé.

2. Un caso particularmente jodido

En Centroamérica, una de las regiones del mundo con más violencia contra las mujeres, con más pobreza y con más desigualdad, el caso de Mishell no es poco común. Un informe de la CICIG y UNICEF de 2016 calcula que las víctimas de trata para fines de explotación sexual podrían llegar hasta 48,500. Es decir, unos 350 buses del Transmetro llenos de adolescentes y mujeres explotadas sexualmente.

Aunque para Mishell la casa cerrada representa su sustento, su trabajo, cae dentro de la categoría de explotación sexual según la ley contra la violencia sexual, explotación y trata de personas aprobada en 2009. Las casas son clandestinas y, cuando tienen, usan patentes de comercio como barras show, hoteles, cantinas, bares. El estudio indica que las ganancias generadas pueden ser unos Q12,300 millones, poco menos de todo el presupuesto del Ministerio de Educación de Guatemala.

¿La cantidad de denuncias? El año pasado el Ministerio Público registró 315. En los primeros cinco meses del año, se mantiene el promedio: 129. Es decir, la justicia nunca llega ni a conocer a la gran mayoría de las víctimas.

Parte del problema puede ser la necesidad que empuja las mujeres. Mishell no se percibe como víctima de explotación sexual. Se enorgullece de poder mantener a su familia sola.

– Tengo que trabajar. Entonces voy viendo cómo me la rebusco porque tengo dos hijas y no me gustaría que a ellas les pase lo mismo como lo que me pasó a mí.

Piensa que su trabajo aporta a la sociedad.

– Si no estuviéramos nosotras, hubieran muchas violaciones. Por nosotras no ocurren.

No hay ningún estudio que valide o discuta esa hipótesis. En Guatemala se registran 22 violaciones diarias denunciadas. En el 85% de casos, los violadores son personas cercanas a las víctimas. 48,500 mujeres explotadas sexualmente no parece saciar la violencia machista de los hombres guatemaltecos.

Una psicóloga opina sobre el caso.

– Se trata de una cadena de acontecimientos de su vida que le lleva a un nivel victimización impactante. Hay que poner atención a la influencia del contexto para que una mujer o adolescente tomara la decisión de trabajar bajo estas condiciones. Su situación social y económica, la falta de presencia del Estado y de acceso a servicios, son factores que las empujan. Crecer en un lugar de escasos recursos, ser víctima de violencia física intrafamiliar, ser víctima de abuso sexual y un embarazo forzado son características que construyen un contexto de vulnerabilidad en donde niñas y niños crecen sin oportunidades y con un proyecto de vida limitado. El trauma en este caso es doble, porque no solo es víctima de violencia sexual de un familiar, sino también de un embarazo forzado, explica Geraldina Barreno, psicóloga de la organización Mujeres Transformando el Mundo.

La vulnerabilidad es clave. En la víctima genera consentimiento por necesidad. Para el tratante (el proxeneta) genera la oportunidad de explotación. En esto consiste el delito. Aparte del delito de facilitación de prostitución, el abuso de una situación de vulnerabilidad con fines de explotación sexual anula cualquier consentimiento aunque la persona sea mayor de edad.

3. El primer asesinato

– ¿Y qué es lo peor que tenés que aguantar?
– Pues se siente muy feo que asumen que por ser sexoservidora creen que te pueden hacer lo que quieran. Nadie debería tratar así a una mujer. Por ejemplo, hay uno que le gusta que cuando te acostás con él, le pegués, y él te pega a ti. Yo no sabía. Óscar, mi jefe, sí sabía, pero no me dijo nada. El cliente me pidió sexo anal, y le dije que no. Me ofreció pagarme más pero yo no quería. Se enojó. Me dijo, ‘¿y no por eso sos una puta?’ y me empezó a golpear. Como pude, me defendí. Todavía me dijo que así le gustaban las mujeres, pegonas. A la par de la cama, hay un botoncito por cualquier emergencia. Eso no lo saben los clientes. Logré apachar el botón, pero ya me había dejado el ojo morado. Es grande, tiene unos sus 50 años, moreno. Usa lentes. Un señor altísimo. Alto y gordo. A la par de él yo parezco puro llavero. Con un hombre así, siente uno que se va a morir. Es raro porque se viste bien. De tacuche. Yo decía, ¿qué hace un hombre entacuchado aquí? Y pensé, por lo menos éste no me va a tratar mal. Pero sí es bien grueso. Dicen que trabaja en un banco, aunque yo no creo. Más bien parece narco, porque lleva un montón de colmillos de coca y usa cadenotas de oro y plata. Es cliente fijo, de los que llegan de jueves a sábado. Sólo en una noche puede gastar hasta Q5,000.

Un día se juntaron todas las mujeres en la casa cerrada para pedirle a Óscar, el proxeneta, ya no dejara entrar a este cliente. Todas le tenían miedo. Les respondió que si ellas iban a pagar lo que él consumía, ya no lo dejarían entrar.

– ¿Y donde íbamos a conseguir este dinero nosotras, pues?

Un año después encontraron el cuerpo de la mejor amiga de Mishelle sin vida entre sangre y colmillos de cocaína. Era la amiga que la había ayudado cuando quedó embarazada y que le presentó la casa cerrada. Estaba en uno de los cuartos privados de la casa cerrada. Otro cliente la había matado. Este cliente frecuenta la casa cerrada todavía.

4. ¿Cuánto puede ganar (y gastar) una mujer que trabaja como prostituta?

Mishell trabaja 75 horas a la semana. Entre lunes y miércoles, de 3 de la tarde a 2 de la mañana. Entre jueves y sábado, de 6 de la tarde a las 8 de la mañana. Por esto recibe de ‘sueldo base’ Q900 (US$120). Gana de sueldo base un tercio del salario mínimo. Y tiene que trabajar casi el doble de las horas máximas a la semana.

Su proxeneta (explotador) sí gana bien. Las tarifas son Q150 para que Mishell baile en el escenario tres canciones que ella escoge. Q200 por bailar en privado una canción que el cliente pida. Q400 por sexo oral. Q1,250 por sexo vaginal. Q2,000 por sexo anal. Y los Q500 por cubetazo de cervezas.

A pesar de que el proxeneta le ofrece la mitad de todo lo que a él le pagan y que Mishelle trabaja 75 horas a la semana, 300 horas al mes, gana unos Q7,400. Entre ‘base’ y comisiones, gana a penas tres veces el salario mínimo.

– Si encontrara un lugar en el que me pagaran mejor, me voy. Allí estoy ganando no tan bien, ni tan mal. Aunque no es suficiente.

Sus gastos incluyen: Q850 de alquiler de cuarto (no casa). Q1,000 por pagar a la niñera que le cuida a las niñas. Q150 al mes de guardería de la niña grande. Aquí van casi Q2,000. “Y pañales, leche, atol para las nenas”. Ahí ya van unos Q3,000 mensuales. Y todavía no se han contado lo que paga en extorsiones.

5. Las extorsiones

A pesar de esto, Mishell no se imagina irse de la casa cerrada. Trabajar en la calle como otras sexoservidoras le da demasiado miedo.

– Si me voy con alguien en su carro no lo conozco, no se qué me va a hacer, o si tiene alguna enfermedad. Por lo menos donde estoy hay alguien que nos cuida.

Se refiere a Carlos y otros dos hombres de la casa cerrada, encargados de la seguridad de las trabajadoras. Aunque recuerda al narco y a su amiga asesinada y admite que no se siente protegida.

Hace ocho meses, un pandillero que se llama Marlon empezó a extorsionar a Mishell y a las otras chicas. Es un muchacho joven que entra cada noche como cliente, compra una cerveza y pide Q100 a cada una de las chicas. Los tres empleados de seguridad y los de la puerta saben a qué viene. El único que supuestamente no lo sabe es el proxeneta, Oscar.

– ¿Y no te parece extraño que los de seguridad lo dejan entrar?
– Lo que no entendemos con las demás chicas es por qué Carlos (el de seguridad) sabe el nombre del que viene a cobrar, Marlon.

Una vez se unieron para negociar con el extorsionista y pedirle que bajara la cuota a Q50 por día. Su respuesta fue preguntar, amenazando, que si la vida de ellas solo valía Q50.

Respira profundamente, como para soltar la desesperación que le genera la situación.

– He pensado en poner una denuncia, pero incluso los policías también le piden dinero a uno. Hay unos que llegan a la casa (cerrada), tal vez no es tan digno como ellos piensan. Entonces dicen que mañana vengo por esto y esto, porque si no, serán consignadas (a la estación de la policía). O sea, te amenazan, porque si yo digo, ‘¿por qué me están pidiendo dinero?’, y dicen ‘porque si no, le pongo que tiene marihuana o cocaína’. Aunque yo nunca lo haga. Más que todo me quieren involucrar en algo que yo no hice. Como le digo yo a mi jefe, ellos son ladrones, pero con placa.

– ¿Cuándo fue la última vez que los policías te pidieron dinero?
– El lunes antes de juntarme contigo. Yo venía para el trabajo y los policías me vinieron a preguntar si ya tenía el dinero. Yo le dije, ‘¿Pero por qué? Ustedes son autoridad, ustedes me tienen que apoyar a mí’. ¿Sabés qué me contestaron? ‘Mira pues, ahí sí como dicen los monos sabios: ver, oír y callar, y me das el dinero’. Me pidieron Q200 pero como iba a entrar no tenía. No había hecho nada todavía. Entonces fui a decir a mi jefe que me prestara porque tenía que pagar unas cosas.

Si Mishelle gana Q7,400 y gasta en vivir con sus hijas unos Q5,000, el resto se le va en extorsiones para el pandillero y la policía. Paga Q2,400 mensuales.

Por trabajar 75 horas a la semana, 300 horas al mes, dando servicios sexuales en una casa cerrada, desde que tiene 15 años hasta ahora a sus 19, Mishell gana Q5,000. Si le pagaran Q5,000 en cualquier otro trabajo que requiera que trabaje 75 horas a la semana, ella se iría de la casa cerrada.

– ¿Será que debería poner una denuncia por la extorsión?, me pregunta.

Mi garganta se hace un nudo. Le comparto casi todos los cálculos. Denunciar la extorsión haría que cerraran la casa cerrada y que rescataran a Mishell y las otras chicas que son víctimas de explotación sexual. Sin embargo, el número de sentencias por el delito de trata es muy bajo. Podría poner su vida en riesgo con la pandilla de Marlon y con el proxeneta Oscar si ninguno de los dos están condenados. Y el Estado tampoco podría asegurar su vida. Ya es mayor de edad y no hay ninguna casa segura para mujeres adultas, todas son de fundaciones y organizaciones civiles. Y una de las entrevistas fue el 8 de marzo de 2017, el día que trabajadores estatales encerraron a 56 niñas en una habitación y no les abrieron cuando empezó un incendio para que murieran 41.

Al final, todas las mujeres y adolescentes de la casa cerrada decidieron hablar con el proxeneta y les dijo que ya no van a dejar entrar al pandillero. Tendrá que esperar que no las extorsione, o peor que se quiera vengar, en la calle.

6. Dos albañiles llegan a la casa cerrada

Era una noche cualquiera. La llamaron desde la barra con el nombre que usa en su trabajo. Un cliente quería tomar cubetazos de cervezas con ella. Era un veinteañero que trabajaba como albañil, como el papá de Mishel; con el papá de Mishell. No se reconocieron hasta que Mishell ya estaba parada frente a él.

Una característica común de sobrevivientes de explotación sexual es que desarrollan ciertos mecanismos de defensa como la disociación, explica la psicóloga Barreno. Una manera de disasociarse es usar un nombre diferente. Así separa el ambiente de la casa cerrada y su vida privada. Lo mismo ocurre con su aparencia.

Me explica que cuando se arregla para empezar su turno siente que se transforma. Por eso el amigo de su papá no la reconocía al principio.

– Me plancho el pelo, me pinto, me pongo vestidos cortos, mis tacones, mis aretes. Ya no soy yo, soy otra. Incluso me miro más grande. Al principio se sentía raro, pero ya no. Ahora hasta nos tomamos fotos.

Emocionada me enseña una fotos donde está con su vestido favorito. Es corto, pegado, de encaje negro. Dice que nunca usaría ni el vestido ni el maquillaje afuera de su trabajo.

En la casa cerrada, cuando estaba con el albañil joven, apenada, le pidió que no le dijera nada a su papá. Pero tres días después el hombre regresó.

– Me tocaba bailar en el tubo y me voltée, cabal ví a mi papá. Llamaron mi nombre porque el chavo y mi papá querían que fuera a su mesa. Me bajé del escenario y le dije al dueño que no podía ir. Cuando le expliqué por qué, me dijo: ‘¿No querés que te mire tu papá? Ah, es que todavía sos menor de edad, está bien. No puedo ponerte en riesgo’. Llamó a Andrea del camerino.

Andrea en este entonces tenía 16 años y se quedó con ellos varias horas. Le preguntaron mucho sobre Mishelle. Ella negó conocerla.

La próxima vez que Mishell vio a su papá, la empezó a maltratar. Furioso y convencido de que su albañil le estaba diciendo la verdad, que Mishell trabajaba en la casa cerrada, amenazaba con contárselo a su mamá. Ella le pidió que no lo hiciera, que entonces también iba a explicar a su mamá que él estuvo en una casa cerrada. No le hizo caso.

7. El segundo asesinato

En el segundo día de entrevista en un café del Centro Histórico, Mishell parece apática. Distraída. Sus sonrisas son breves, incómodas. Tiene un leve olor a alcohol. Viene directo de su trabajo, donde toma con los clientes. Pero son las 6 de la tarde. Normalmente no saldría hasta la madrugada. Sus ojos claros, de color miel, logran ocultar lo que pasa por su cabeza. No quiere responder al principio qué le pasa o por qué la dejaron salir un lunes.

– ¿Quién es el papá de tu hija más pequeña?
– Se llama Josué, él es el que falleció. Trabaja en las camionetas, de ayudante. Nos conocimos hace año y medio y somos novios. Éramos novios. Tenía 20 años. Prácticamente me había dicho que se iba a poner a trabajar para darle lo mejor a su hija. De él sí les había contado a mis papás. Josué empezó a trabajar con su hermano en las camionetas. Todo iba tranquilo, me estaba ayudando. Íbamos a formar una familia y todo, pero lamentablemente… mi primo (el pandillero que la violaba)… él se llegó a enterar de que tenía novio, y me dijo que si yo no era para él no era de nadie. Entonces yo tengo mis sospechas… Porque así de la nada, Josué desapareció.

Habla de Josué en presente y pasado al mismo tiempo. Mishell toma agua. Está temblando. Se escucha en su respiración. No está recordando algo del pasado.

– ¿Perdón, cuándo falleció Josué?
– Dicen que ayer como a la medianoche. Hoy me llamó la mamá de él. Yo no sabía nada de lo que había pasado. Y solo me dice, ‘Josué se murió’. Yo estaba trabajando. Me quedé así, no lo puedo creer. Le dije, ‘¿pero por qué?’

Su voz se ahoga en lágrimas.

– Solo me dijeron que le habían dado el tiro de gracia y que lo encontraron en la camioneta. No entiendo por qué. Le estaban extorsionando a la camioneta, pero a él no.

– ¿Creés que lo mataron por no pagar extorsión?
– No, no creo que haya sido por eso. Porque no hubieran llegado solo a darle a él, sino que también le hubieran dado al chofer. Y con la llamada de mi primo.

– ¿Qué llamada?
– Fue muy raro. No se cómo consiguió este número, pero ayer mi primo me llamó y me dijo que ojalá estuviera contenta con lo que él había hecho. Ahorita voy para su casa. Me preguntó su mamá si podía ir al velorio. Oscar (el proxeneta) me había dado la tarde libre hoy porque hoy Josué iba a traer a la nena e íbamos a ir juntos a enseñársela a su mamá. Pero ahora me iré a su velorio a las 8. Pasó y pasó.

Antes de salir, Mishell se seca las lágrimas y regresa a la actitud dura que tenía cuando empezamos a platicar.

Al velorio también llegó el papá de Mishell. Borracho. Y empezó a insultarla por su trabajo como sexoservidora.

– Empezó a decir que yo era una puta, que estaba avergonzado de mí. Que cualquiera que le preguntara si yo era su hija él decía que no. Yo le grité que se callara, que me dejara en paz, igual él no me da de comer. No me tenía que tratar así, si igual él nació de una mujer. Se quedó callado cuando le pregunté que si tiene una hija así, por qué iba a esos lugares. Y cabal mi mamá iba entrando. Entonces decidí mejor contarle la verdad. Le dije donde trabajaba, que si ella ya no quería que yo les hablara pues… la iba entender. Se puso a llorar. Ella pensaba que yo trabajaba con una amiga en un comedor.

– ¿Como te sentís después de haberle contado?
– A la vez bien y a la vez mal. Porque no es una gran noticia la que le dí. La decepcioné. Ahorita está entre que me habla y que no me habla. Está molesta. Pero me siento más tranquila ahora, con más confianza. Ahora por lo menos lo saben los dos.

8. Sus días y el futuro

Cada madrugada, al terminar su turno, el proxeneta o el taxista la llevan a su casa. Duerme hasta la tarde y después de pasar un par de horas con sus hijas le toca regresar a la casa cerrada. Solo los domingos le da tiempo para estar con sus hijas toda la tarde.

Por su trabajo, las vecinas de la cuadra la llaman ‘mala madre’. Ella responde que trabaja en eso por sus hijas, para que no tengan que vivir lo que ella vive. Dice que igual ella no le importa a nadie. Que nadie le tiene respeto.

– Mirá, ella es mi segunda bebé. Ya tiene un año.

Mishell enseña la foto en la pantalla de su celular. Sus ojos brillan y se le dibuja una sonrisa grande y blanca.

Nos damos un abrazo para despedirnos.

– ¿Dónde te imaginás en el futuro?

Su cara es pensativa. No sabe. No se imagina trabajando en otra cosa, pero tampoco en el mismo lugar.

– Mira, muchos lo critican a uno. Me dicen que soy una puta. Pero a mí no me da vergüenza. Porque gracias a este trabajo he sacado adelante a mis hijas y nos he mantenido. Y no estoy robando. Entonces lo peor que me dicen es que no soy una buena madre. Que no soy un buen ejemplo para mis hijas. Pero soy independiente, no necesito de ningún hombre. Mientras tenga trabajo para sacar adelante a mis hijas, nadie me puede juzgar.

via Nómada

Prensa Comunitaria hace visible el trabajo de siete periodistas que abordan el fenómeno de la violencia contra la mujer. Con la finalidad de apoyar la amplificación de está temática, compartiremos 24 piezas periodísticas publicadas en el medio digital Nómada.

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