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“Ellos vinieron”[1]

Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas,

guardé silencio,
porque yo no era comunista.
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata.
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista.
Cuando vinieron a buscar a los judíos,
no pronuncié palabra,
porque yo no era judío.

Luego vinieron por los católicos,

y no dije nada,

porque yo era protestante.
Cuando finalmente vinieron a buscarme a mí,
no había nadie más que pudiera protestar”.

Martin Niemöller (Alemania, 1946).

Por Gladys Marín Arroyo

Para quienes no habían escuchado o leído este poema poemas, les cuento que lo escribió un pastor protestante alemán de nombre Martin Niemöller, que fue encarcelado desde 1937 a 1945 por el gobierno de Hitler durante el Nacional Socialismo.

Una adaptación de este poema, para refrescarnos la memoria sería oportuna en Guatemala, pues durante los años que duró el conflicto armado interno, muchas y muchos nos quedamos impávidos, viendo que se llevaban a nuestros vecinos, a nuestros hermanos, padres y no hicimos nada. Se que el miedo nos paralizó y fue nuestro más grande enemigo, también la desesperanza, la incertidumbre de que esa pesadilla era interminable. En la actualidad se repiten muchas cosas, lideresas, líderes campesinos son asesinados por defender la tierra, el agua, denunciar las injusticias, luchar en contra de la extracción desmedida de los recursos naturales, luchar por los Derechos Humanos de las y los menos favorecidos del sistema capitalista neoliberal.

A finales de los años noventa, como parte de mi trabajo en la Pastoral Social del Vicariato Apostólico de Petén, me debía desplazar a muchos lugares de la región. Mi tarea consistía en hacer la devolución de los resultados del Informe de Recuperación de la Memoria Histórica -REMHI- a los líderes y lideresas comunitarias. El REMHI era un proyecto que había encabezado la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado ODHA y lo había dirigido Monseñor Juan Gerardi Conedera. Obispo guatemalteco asesinado brutalmente en 1998, por miembros del Ejército guatemalteco, dos días después que presentara el REMHI. En el cual se narran las atrocidades cometidas por el ejército y la guerrilla en Guatemala. Estando en una de las parroquias, después de tres días de curso, lo recuerdo cómo si fuera hoy, se levantó uno de los catequistas, maya Q´eqchi´ para hablar. Él había hecho su servicio militar durante la guerra, y movido quizá por una de las temáticas que trabajábamos, nos confesó sobre el día que había incursionado el ejército en su pueblo, pues les habían llamado que la mayoría de la comunidad eran guerrilleros. Lloró mucho al relatar lo sucedido, su llanto no podía contenerse, tomó aire y continuó… “vi cuando mis compañeros se llevaron a mi papá y atrás de él iba mi mamá. Mi papá tenía puesto su sombrero, sus botas de hule, su machete en la cintura, su playera amarilla que le habían regalado los de un partido y su pantalón de lona. Mi madre llevaba sus caites verdes, su corte y un güipil viejo que usaba para cocinar”. Nos contó que él no pudo hacer nada, solo calló, por temor a que lo involucraran o dijeran que él también era guerrillero. Entre su gimoteo decía que nunca se perdonaría el no haber podido defenderlos y aunque él los conocía, sabía de ellos, había dudado. Nos contó que por las noches no podía dormir, su padre y su madre como muchos del pueblo, nunca volvieron.

No es común en una sociedad como la nuestra que los hombres lloren, porque se ha introyectado socialmente y se ha registrado en los cuerpos de los niños, las palabras que se escuchan desde que nos caemos al dar nuestros primeros pasos: “Los hombres no lloran… A caso eres mujer para llorar”. Hay que negar muchas veces los sentimientos, hay que demostrar siempre que se es fuerte, que no se es “débil como una mujer”. Pero ese día Julio Rax me sorprendió, su dolor de años, le hizo explotar, las lágrimas se escaparon como nubes incontrolables. El grupo que había llegado de diferentes lugares estuvo allí para escucharlo. A partir de ese día se le vio caminar liviano por los pasillos del centro de formación y alguna vez aparecía una sonrisa como un rayo de sol en el primer mes del año.

A veces es fácil hablar, describir, pero este país nuestro llamado Guatemala, ha estado marcado de momentos que nos han hecho mella como seres humanos, las glorias creo que han sido pocas. Los últimos siglos desde la invasión española, cuando éramos colonia, sometieron a los indígenas, después a los negros y a los pobres a vejámenes indescriptibles. La explotación de los cuerpos y de la tierra ayer, hoy es el pan de cada día y esperemos que no siga en el futuro. Pero a partir de la década de los sesenta, la historia tomó otros rumbos. Inició con el derrocamiento de un presidente electo democráticamente Jacobo Árbenz, que entre uno de sus proyectos tenía impulsar la reforma agraria tan necesaria en el país. Debido a que los criollos y los capitales extranjeros se habían apropiado de las tierras cultivables del país, arrinconando a los indígenas a las zonas de menor producción (cf. Casaus, 2008). Querer devolver a sus antiguos dueños las tierras que se les habían expropiado, solo lo podía hacer un presidente “comunista”, un presidente que era una amenaza para los intereses de las oligarquías ricas y sus aliados.

En el año 1954 ocurre el golpe de Estado, donde el ejército de Guatemala toma el control absoluto del país y establece con ello una dictadura militar, la cual tenía como meta desaparecer a la insurgencia formada por jóvenes militares, que se había levantado en el oriente del país, extirpar las ideas “comunistas”, “marxistas”, y expulsar a los cerebros pensantes del país. La Constitución Política de la República de Guatemala quedó sin efecto y el organismo legislativo fue disuelto. Organizarse no era permitido. Se implantó la estrategia política y sociológica planteada por Nicolás Maquiavelo en Italia en 1532: “Divide et impera / Divide y vencerás / teilen und Herrsche)”.

Los movimientos guerrilleros que surgieron querían recuperar las tierras, organizar al campesinado y defender el país. Al principio había entre ellos militares, estudiantes, profesores, profesoras y más adelante se fueron sumando campesinos. Los saldos finales fueron alarmantes. Según la Comisión del Esclarecimiento Histórico hubo un total de doscientos mil muertos, un millón de refugiados y desplazados internos, cincuenta mil desaparecidos, miles de viudas, incontable número de huérfanos, huérfanas. Las estrategias que usaron para exterminar a los pueblos, la tierra arrasada, violaciones, torturas, asesinatos de niños que somataban en los árboles, para matar según ellos, la “semilla de la guerrilla” (basta hablar con exmilitares de nuestros pueblos que estuvieron en el ejército en la zona del Ixcán).

Nos dieron un sedante como sociedad por décadas, y nos ha costado despertar del letargo. Al terminar la guerra nos quedamos con porcentajes elevados de analfabetismo (56%), nos gusta leer poco y no podemos, solo nos engañan con imágenes. Los medios de comunicación hacen bien su tarea. Hay pocos programas culturales. A cierta hora de la noche se podrían visitar los hogares y medir el porcentaje de personas que está frente al televisor, mirando programas de farándula como “combate” y en las tardes “caso cerrado”.

De todo lo que nos pasó, los saldos que describen las investigaciones dan vergüenza, de cada 100 guatemaltecos asesinados durante la guerra, el 93% lo mató el ejército, la policía, los comisionados y las Patrullas de Autodefensa Civil. A el 3% los mató la guerrilla (REMHI, 1998; CEH, 1999). Cuando hablamos y escribimos de esto, no falta quien nos mande a callar, a decir que se es resentido, resentida, a decir que dejemos de odiar, que olvidemos el pasado. Si nosotros y nosotras no lo decimos quién lo dirá. Algunos y algunas por hablar son enviados al “país de los callados”, son amenazados, amedrentados. Es mejor que no se sepa, dicen.

No soy resentido, ni comunista, ni guerrillero. Solo quiero compartir una parte de las experiencias y de la vida que nos tocó vivir. Pongámonos en los zapatos de los demás. El poder hace daño, pues oprime a quienes se cree que valen menos: los ricos sobre los pobres, los hombres pisoteando a las mujeres, etcétera. El ejército y la guerrilla no han pedido disculpas al pueblo guatemalteco, ya pasaron veintitrés años de la firma de los Acuerdos de Paz. Las heridas están allí, son difíciles de sanar, si quienes hicieron daño, no piden perdón. Debe haber un acto de humildad. Les pido desde el corazón, como sobreviviente de esta guerra que solo nos causó dolor, peleas entre unos y otros, rompió el tejido social, nos sumió en la pobreza, la inseguridad, y nos lanzó a emigrar por la desigualdad que hay en el país. NO maten a quienes piensan distinto. Somos tan diversos lo refleja nuestro maíz y la diversidad cultural, lingüística de los pueblos indígenas. Y recordemos que los indígenas no son la vergüenza del país, son hermanos y hermanas, como vos, como yo, que merecen respeto, admiración y cariño. Guatemala es diversa, da lo mismo si naciste en el Ixcán, en la Carretera a El Salvador, en Jutiapa, en Petén… eso no debe determinar cómo es el trato.

Se que la vida en Guatemala, como dijo el sacerdote de mi pueblo “vale menos que la bala que la quita”. Pero nos tocará construir un país que nos incluya a todos y a todas, que abrirá el espacio para hablar de la historia sin temor a que nos maten y nos desaparezcan, que aprenderemos con las generaciones presentes y futuras a no repetir los mismos errores.


[1] https://revcom.us/a/020/martin-niemoller-s.htm

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