Créditos: Jimmy Morales.
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Por Fabián Campos Hernández

5 de septiembre 2019

Un comediante burdo metido a político mediocre no podía irse de otra manera. El ya casi presidente saliente de Guatemala da las últimas pinceladas de un mandato que llena de vergüenza a los guatemaltecos. Un periodo de desgobierno que estuvo lleno de desatinos, mala administración, pésimas políticas públicas, actos de corrupción y nepotismo no podía cerrar de otra manera que imponiendo la violencia estatal de un Estado de excepción en cinco de los veintidós departamentos que conforman el territorio de ese país centroamericano.

En múltiples ocasiones Jimmy Morales, el otrora comediante de televisión, ha hecho reírse a 7 de cada 10 guatemaltecos pero de esa risa nerviosa de vergüenza ajena, de la que sale porque de no reírse la indignación que causan sus acciones tendría que salir mediante la violenta protesta. Se ha envuelto en la bandera patria afirmando que criticar a presidente es criticar a Guatemala cuando periodistas lo han cuestionado por la malversación y mal uso de los recursos públicos. Se ha declarado profundamente nacionalista al tratar de expulsar a una comisión internacional encargada de investigar la corrupción de un gobierno y clase política donde la desvergüenza y la impunidad para hacer del Estado un negocio de camarillas ha sido la constante.

Evidenciar sus errores a un personaje así no tiene ciencia. Señalar sus múltiples pifias no es deporte nacional, es si acaso, un acto de tozuda testarudez al concebir que el ejercicio del poder público debe servir a los intereses de las mayorías. No criticarlo hubiera sido aceptar que “esa es la forma en que se hace política” y que “no hay de otra”.  No cuestionarle la defensa de su hermano y su hijo acusados de desviar fondos públicos era concebir que cada político que llega al poder tiene derecho a robar y dar patentes de corzo a sus familiares y amigos para que se incorporen a una clase económica que basada en la rapiña mantiene a Guatemala en la ignominia.

Sus reiterados ademanes de pequeño y absurdo dictador merecerían acaso la sonrisa del desprecio ante la estulticia supina. Y esto seria así si sus actos y frases las siguiera mascullando desde el rincón de un canal de televisión. Si el esperpéntico deseo de poder fuera parte de uno de sus personajes podría ser celebrada, pero la comedia involuntaria significan y marcan la vida de millones de guatemaltecos.

El despresidente Jimmy Morales allana más su camino hacia el basurero de la historia abriendo las puertas a la militarización en zonas donde comunidades indígenas y defensores de los derechos humanos reiteradamente denuncian los atropellos de las empresas mineras, de las compañías de cultivos de exportación y donde defender el derecho a la vida es una profesión muy peligrosa.

No será extraño que este aprendiz de dictador pretenda en sus últimos meses de poder vengarse de aquellos que cada día le han señalado que va desnudo. Eso es lo preocupante. Líderes comunitarios correrán más peligros durante estos meses. Incremento en los encarcelamientos, desapariciones y violaciones a los derechos humanos se pueden prever de un enano mental que ahora ve esfumarse el poco poder que llegó a acumular. Es el grito desesperado del estulto que se ve condenado a ser un paria para el resto de su vida.

Las organizaciones de derechos humanos están lanzando alertas a la comunidad internacional para frenar al loco que dice gobernar Guatemala. Y eso es una tarea inmediata que no puede ser soslayada.

Sin embargo, no es lo más preocupante. El saldo sangriento que Jimmy Morales dejará para Guatemala no se acabará cuando sea desalojado del poder. La podredumbre de la clase política guatemalteca, en la que varios de los candidatos presidenciales fueron acusados de vínculos con el narcotráfico y el presidente que asumirá es señalado por violaciones graves a los derechos humanos en su anterior cargo público, no permiten celebrar que se vaya el actual bufón de la casa presidencial.

La crisis guatemalteca es estructural y la clase política se empeña obstinadamente en agravarla todavía más. El Estado de sitio no es más que una muestra grotesca de ese empeño. No se podía esperar otra cosa para el mediocre adiós que Jimmy Morales se esta construyendo.  Y ante ese panorama no nos queda más que hacer votos para que la bestia sedienta de sangre no pueda cebarse en el sufrimiento de los guatemaltecos como su apetito insaciable desea y denunciarlo en todos los espacios posibles.

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