Una mujer posa en el centro de la imagen Eva María Fjellheim posa durante un encuentro en Guatemala.
Fotografía y texto: Florencia Goldsman
17 de julio del 2019
A los pueblos originarios del mundo les une la intensificación del despojo. Eva María Fjellheim, originaria de una comunidad indígena de Noruega, comparte la historia viva del pueblo sami, el único pueblo en Europa que se reconoce como pueblo indígena.
La vida es tan dura como blanca en el Ártico. El paisaje es un gran manto prístino, solo interrumpido por fisonomías de animales que recortan el tapiz con sus enormes osamentas. Las personas, descendientes de pueblos originarios del hielo, también son blancas, rubias, de ojos claros. El pueblo sami no sufre discriminación por la pigmentación de sus pieles. O sí: muchas veces no se les reconoce como indígenas. Las guardianas y guardianes de la nieve, que llevan toda la vida pastoreando renos, cuidando los ríos y los bosques, ven amenazada su existencia. Su nomadismo y su origen se extiende en cuatro Estados: Noruega, Suecia, Finlandia y Rusia. Hoy, pese a que no están censado, existen aproximadamente 80.000 y 100.000 samis.
Un hilo invisible les une con las resistencias en América Latina. En el norte de Europa, países que estallan el imaginario de la civilización y de los principios del mal llamado primer mundo, tampoco quedan fuera del hambre insaciable extractivista. Las mineras pisan fuerte y están cambiando las sendas que desde siempre recorren los renos. Los Gobiernos colaboran en la intimidación: apoyan a la iniciativa privada talando bosques y demarcan fronteras que nunca antes habían existido.
Las ropas del pueblo sami, así como los trajes típicos mayas, hablan del origen, de las familias de las que provienen. Todo remite a los renos: la comida, las historias, la niñez. La colonización comenzó hace 400 años y aun no termina, denuncian. Sofia Jannok, una artista, compositora y activista sami, ocupó el escenario de las TEDxTalk para alzar la voz: “Así son las cosas para mi pueblo, sino que lo es también para todas las personas indígenas alrededor del mundo. Algunas compañías grandes dirigidas por personas cuyo objetivo es el dinero invaden nuestras casas, nos obligan a mudarnos o simplemente se deshacen de nosotros. Lo hacen matando a las personas, o matando las condiciones en las que estas personas viven en libertad”.
En un evento ecologista, organizado en Guatemala el pasado mes de marzo y enfocado en dar a conocer alternativas autosustentables a los mega proyectos hidroeléctricos que extraen el agua de las comunidades, desviando ríos, descuidando cosechas, acechando a la población que aún vive sin energía eléctrica (pero cuya agua dará electricidad privatizada a otras personas), Pikara Magazine encontró a Eva María Fjellheim, del Centro de Estudios Sami de la Universidad de Tromsø, Noruega.
De buenas a primeras nadie se imaginaría que existen lazos entre las condiciones de opresión que viven los pueblos indígenas de Europa y los de Centroamérica, no obstante les une el despojo histórico que signa a los pueblos que son forzados a moverse hacia áreas menos fértiles para el desarrollo de la vida.
Aunque los Gobiernos escandinavos sí han reconocido algunos derechos de soberanía de estos pueblos -tienen, por ejemplo, su propio parlamento y un sistema escolar sólido-, la historia es un campo de batalla en el que los derechos obtenidos se borran de un plumazo con los avances de las derechas autoritarias. Por eso la resistencia es global. Fjellheim comparte en esta entrevista los desafíos que enfrenta esta cultura ancestral europea que se niega a desaparecer.
“Mi apellido significa ‘hogar de la montaña’. Soy de la comunidad Gåebrien Sijte, Saepmie (territorio sami), en el departamento de Trøndelag en el norte de Europa. El país en que vivo es Noruega y pertenezco a la parte más al sur del territorio. Tenemos una diversidad lingüística cultural entre nuestros diferentes grupos. Compartimos historia y tenemos una identidad en común a causa de los años de colonización, asimilación. Por 150 años el Estado noruego llevó una campaña y una política oficial de asimilación del pueblo sami, eso significaba prohibir que se hablara el idioma: prácticamente hacernos noruegos. Eso también ha dejado un legado muy fuerte tanto en lo que respecta a la discriminación, así como en el autoestigma. Para muchos pueblos del mundo, el sami es referente en el hecho de que el Estado tiene el compromiso de cumplir con los derechos de los pueblos indígenas. Es cierto y esto sucede en algunos ámbitos. Pero cuando estamos hablando de los derechos colectivos, en particular el derecho al territorio, es cuando se choca con intereses económicos fuertes. Por mucho tiempo ocupamos espacios que no eran vistos como valiosos por parte del pueblo noruego, que ancestralmente era más sedentario. El pueblo sami siempre fue más nómada, entonces podía aprovechar otros recursos, otros espacios del territorio. Aunque había una convivencia siempre hubo una competencia fuerte por el territorio”. Así, a bocajarro y con las explicaciones necesarias se presenta Fjellheim.
«La energía que quieren producir en territorio sami es energía para vender, para exportar a Europa».
¿Cuáles son los desafíos y amenazas
que enfrentan actualmente?
El pastoreo de renos es una de las prácticas ancestrales y tiene otra la lógica
de la propiedad privada. Es un recurso colectivo, es un recurso temporal y es
un derecho adquirido por uso. El hecho de que lo hayamos utilizado de tal forma
nos da el derecho de seguir utilizando el territorio como lo hemos hecho. No
quiere decir que es nuestro territorio para poder hacer cualquier explotación
sino para seguir practicando el pastoreo entre otras prácticas ancestrales. Ahí
entra el interés de la minera y el tema de la energía. Tal vez la gran
diferencia entre Noruega y Guatemala, hablando del tema energético, por
ejemplo, es que en Noruega toda la población sí tiene acceso a la energía.
Entonces el argumento de producir más energía para toda la población y la
soberanía energética nacional no es relevante porque ya cumplimos la demanda y
ya tenemos el 100 por ciento de la energía renovable con las hidroeléctricas.
Pero el interés ha aumentado a partir del discurso que coloca a la energía
eólica como prioritaria. Aparece en el discurso del cambio climático, eso de
que es “una necesidad” y que nosotros tenemos que sacrificar partes de nuestro
territorio porque es un interés global para el medio ambiente. Pero cuando
observamos los proyectos en sí, constatamos que son proyectos industriales y
abarcan grandes territorios. Otra cuestión es que despoja una práctica
ancestral que es sostenible y verde. La energía que quieren producir es energía
para vender, para exportar a Europa. Es muy fuerte el discurso del cambio
climático porque de alguna forma eso está aceptado por la mayoría de la
población.
¿Cómo son los puntos de encuentro
entre la problemática latinoamericana y la que viven los pueblos indígenas del
norte de Europa?
Creo que el nudo de la cuestión se relaciona con el derecho de ejercer la
autodeterminación de los pueblos. Hay una imagen que se quiere pintar: es la de
que no queremos el desarrollo. En realidad tiene que ver con el modelo
económico y cómo se desarrolla este modelo respetándonos a nosotros. No se
respeta la autodeterminación. También la cuestión de la de la energía renovable
que es vista como algo bueno, y sí lo es, pero no cuando se aprovecha cualquier
intervención capitalista para generar ganancia. Cuando estos proyectos no
benefician a los pueblos se vuelve igual a cualquier otro extractivismo. Hay
que romper con esa imagen de que solo por ser energía verde es algo bueno y que
hay que sacrificar al territorio por el bien común del mundo. Veamos, ¿quiénes
son los culpables del cambio climático? Los grandes empresarios que han
sobreexplotado la tierra durante mucho tiempo.
¿Cuál crees es la percepción de la
población del norte de Europa sobre la existencia efectiva de pueblos
originarios?
Es interesante porque en mi trabajo de doctorado busco romper el estereotipo
acerca de qué es ser un o una indígena, la división entre el norte y el sur,
que es la dinámica de los mismos Estados, una dinámica de poder desequilibrada.
Allá en Noruega, y en toda Escandinavia, somos el único pueblo que es
reconocido como pueblo indígena. Nos autorreconocemos como sujetos políticos y
nos autodefinimos como pueblo indígena. Fue durante la década de los 70 cuando
la población noruega tomó conciencia de que existe un pueblo que realmente es
distinto, que tiene derechos colectivos y que muchas veces han sido violados.
Se nos veía como con la cultura del museo: “Están ahí bien en el norte”. No
había una percepción de conflicto hasta que se propuso construir una
hidroeléctrica muy grande en territorio sami. Hubo resistencias en los
territorios, las personas se encadenaban a las máquinas, había un fuerte
movimiento alrededor de esto. Entonces se inició un diálogo con el Gobierno
para hacer algunas reformas de la Constitución. Después surgió el parlamento
sami. Creo que por muchos años nosotros mismos y también la mayor parte de la
sociedad pensamos que “ahora sí hemos superado la marginalización y la
opresión, ya más o menos estamos equilibrados”. En algunos ámbitos tenemos
acceso a la educación en nuestro propio idioma, aunque no es perfecto sí hemos
logrado cosas gracias a esa lucha.
«En algunos ámbitos tenemos acceso a la educación en nuestro propio idioma, aunque no es perfecto sí hemos logrado cosas gracias a la lucha», explica una sami.
¿Qué cambios están viviendo ahora?
En los últimos 10 o 15 años la presión ha aumentado bastante en lo territorial:
el interés de explotar los recursos energéticos por las mineras. Nos hemos dado
cuenta de que no tenemos ningún derecho real que nos proteja y que hace falta
identificar y manifestar más los derechos territoriales en la legislación
nacional. Noruega es firmante del convenio 169 de la OIT [Organización
Internacional del Trabajo] y de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los
derechos de los pueblos indígenas; Suecia, Finlandia y Rusia no han ratificado
el convenio 169. Mientras, Noruega, Suecia y Finlandia han adoptado la Declaración
de la ONU, y Rusia se abstuvo. Noruega es es un país que se pronuncia a escala
internacional sobre promover los derechos indígenas. Pero lo que estamos viendo
es una desesperación en la población sami, porque hay tanta invasión del
territorio que hemos llegado a un punto en que si no resistimos más fuerte, van
a arrasarnos culturalmente.
¿Qué papel tienen las mujeres en las
comunidades sami?, ¿son comunidades patriarcales?, ¿se debate el rol de las
mujeres?
Al igual que otras culturas indígenas nos ha costado un poco ese diálogo
interno sobre género, porque la lucha colectiva ha sido una prioridad.
Historicamente las mujeres han tenido un papel muy fuerte, no obstante tenemos
una cultura patriarcal, y esto también se refleja en la espiritualidad. Siempre
ha habido una división de roles, de quién hace las diferentes cosas, por
ejemplo en lo doméstico. Pero también las mujeres samis, aunque es un
estereotipo también, son vistas como mujeres fuertes que participan mucho del
trabajo físico. Una consecuencia de eso es que los hombres se quedan más en el
trabajo rural, y las mujeres se educan. Hay muchas mujeres que tienen títulos
de la universidad y adquieren roles de liderazgo. Ahora estamos entrando en ese
debate: la violencia doméstica, el machismo intrafamiliar, dentro de la
comunidad existen estructuras muy fuertes del machismo que no son tan
diferentes a como son en otras culturas pero la diferencia es que no las hemos
trabajado todavía.
¿Cómo funciona ese parlamento?
Se estableció en 1989, tras una lucha fuerte. Tiene una parte administrativa,
que organiza un presupuesto anual que recibe del Gobierno noruego, y otra parte
política con autoridades electas por parte del pueblo sami (hay que estar en un
registro civil para votar). En algunos casos se puede incidir en las políticas
del Estado. Es mas difícil incidir en los temas territoriales, en dónde el
Estado quiere explotar los recursos naturales. El parlamento no tiene autoridad
legislativa. Su incidencia puede ser significante, pero depende de la voluntad
política del Gobierno actual.
Hay un parlamento sami en Noruega, Suecia y Finlandia. Son independientes, pero
colaboran atravesando de un consejo común, que nació en 1956. En Rusia, los
samis no tienen un parlamento propio porque el Estado lo prohíbe. En los dos
últimos períodos tenemos una mujer que es presidenta de nuestro parlamento, y
el consejo también está liderado por otra mujer. Es muy común ver a mujeres en
liderazgos. No quiere decir que no existe el machismo.
¿Cómo son tratadas las personas LGBTI+ en las comunidades sami?
En lo personal, no he visto antes parejas de lesbianas o gays que vivan sus relaciones de manera abierta en la comunidad sami. Sin embargo, hemos vivido un cambio muy fuerte en los últimos cinco años en donde las personas que tienen estas identidades tienen espacios para hablar el tema. Se organizan conferencias y seminarios. Se realizan caravanas del orgullo en zonas rurales, aunque sea un tema controvertido hemos visto un cambio muy fuerte en pocos años. Años atrás, se veía como excluyente ser sami y ser LGBTI+ y migraban a los sitios urbanos para encontrar su comunidad allí. Hoy somos pocos y tenemos que incluir lo más que podemos.
Háblanos del papel de los Estados,
¿sufren represión?, ¿están amenazados?
En Noruega, Suecia y Finlandia, no sufrimos represión física por manifestarnos
como en América Latina; pero existe el racismo, la discriminación y difamación
sobre las luchas que llevamos. La amenaza más fuerte que sufrimos es la presión
a nuestros territorios ancestrales. Sin el acceso al territorio, no se puede
continuar las prácticas ancestrales, como el pastoreo de renos, que la base más
fuerte para mantener nuestros idiomas, conocimientos y tradiciones.
Florencia Goldsman: Licenciada en Comunicación Social (UBA), ciberfeminista (@DominemoslasTIC) y azafata en aterrizajes forzosos (@petalosoy)
Fuente: Pikara Magazine
Autoría y edición
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