De hienas de social media a cuasi santos de izquierda

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Créditos: Nelton Rivera.
Tiempo de lectura: 2 minutos

Por Patricia Cortez Bendfelt

05 de julio del 2019

Hace 20 años perdimos la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU). Supongo que algunos de los que estuvieron al final recuerdan las amenazas, la persecución, el miedo y al final: la tristeza con la que nos despedimos de “la nave”.

Para mí, haber manejado desde San Cristóbal hasta la entrada de la Universidad de San Carlos (USAC) con un enorme automóvil negro atrás, intimidándome, mientras trataba de sonreirle a mi hijo bebé que en su sillita ignoraba lo que ocurría, es un recuerdo espeluznante.

Éramos jóvenes, algunos casi niños, muchos huyeron. Otros se quedaron por ahí, nadie regresó a la universidad a intentar recuperarla hasta varios años más tarde.

Se nos ha culpado de sobrevivir de cualquier manera, trabajamos con la cooperación, con el Estado, con lo que podamos porque en este país las condiciones no han mejorado.

Otros salieron del país, a estudiar, a trabajar, a vivir…

Hace dos años y un poco un grupo de estudiantes se atrevió a retomar la AEU, a sacar a los mercaderes de “la nave”, a recuperar un poco de la Huelga de Dolores. Son un grupo de muchachas valientes las que la dirigen.

No sabemos lo que han pasado, por referencias me entero de que las agreden en los pasillos, que temen entrar a clases porque las antiguas mafias las amenazan con violarlas, que los docentes se ríen de ellas.

Han tenido que soportar todos los días palabras soeces, amenazas reales, agresiones, burlas y caricaturas de dos metros en los parqueos en los que se les compara con lo que sea.

Nosotros estamos lejos. Pero con la disponibilidad del teclado nos erigimos en jueces de las chicas: queremos que sean perfectas… como si nosotros lo hubiéramos sido.

Que no se pronuncian lo suficiente, que se visten de tal o cual forma, que oyen la música incorrecta, que bailan el ritmo inadecuado.

Tengo 8 años de ser docente universitaria, a pesar de que alguien dijo “ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica” me doy cuenta de que el joven actual no quiere ser revolucionario.

De todos los estudiantes que han pasado por el aula conmigo podría contar unos ¿20? Que se animarían a tomar la estafeta y liderar una revolución. ¿Y el resto? El resto quiere graduarse ya, quiere “vivir”, quiere irse del país. Claro que le molesta la corrupción y esas cosas pero ¿Qué va a hacer? De eso no se vive y ya suficiente hemos hecho los viejos para amargarlos.

Por eso me encantan esas patojas, por eso me enojo cuando los “puristas” les exigen un comportamiento que ellos, ciertamente, no tienen. ¿En realidad son como exigen que sean?

No creo que ninguno de los que hoy lanzan piedras contra el secretariado haya estado libre de errores en su juventud, el amigo, el aliado felicita en público y reprende en privado ¿acaso no pudimos aconsejar a Lenina en lugar de “exigirle la renuncia”? y más, siendo de aquellos cuyo paso universitario se limitó a la bebida y la juerga.

De cualquier manera entiendo que ellas nos llevan ventaja: son jóvenes y aún pueden aprender y ganarnos.

Así se lo dijimos hace 20 años a Gaspar Ilom cuando nos exigió la pureza que él no tenía “al final, señor, usted está a punto de morir y nosotros tenemos la vida por delante”

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