El debate de Roma sobre el que nadie parece querer hablar

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Créditos: sterias.wordpress.com
Tiempo de lectura: 3 minutos

01 de marzo 2019

Lo que me parece más interesante de la película Roma es que se ha vuelto más que una película. Abre conversaciones y no provoca indiferencia. Bastante se ha escrito desde que la estrenaron en diciembre y he leído bastantes posts en Facebok, hilos en Twitter y algunas columnas de opinión sobre la película. Ya pasaron dos meses y de mi cabeza no se ha ido, porque me regresa a un tema muy personal que llevo rumiando desde hace un tiempo: el trabajo emocional.

En ese tema es donde se concentró mi experiencia con la película. Menos interesante se me ha hecho el debate sobre el racismo, no porque sea irrelevante sino porque es el debate esperado u obvio. Hay lecturas de la película en que aman la relación sororaria (¿?) entre Cleo y Sofía y la relación emocional con los niños; es la lectura hollywoodense o whitewash/mestizowash. Por otro lado, hay lecturas muy críticas de la película, que creen que la película romantiza la explotación e invisibiliza el racismo. Mi lectura, unos pocos días de haber sido estrenada y sin haber leído nada sobre las múltiples lecturas de la película, fue de una crítica sutil al racismo que mostraba cómo en relaciones de aparente cariño también las relaciones de poder existen y pueden ser opresoras; que el racismo no tiene que ser como el representado en 12 años de esclavitud para existir. Porque el racismo no puede ser reducido a la moralidad, sino que es estructural y por eso a los mexicanos blancos de la película se les imposibilitaba darse cuenta de la imposibilidad de igualdad y horizontalidad con Cleo.

Pero bueno, ya mucho sobre el racismo, que es un tema que sí está desde hace mucho en el debate público, tanto en Estados Unidos como en Latinoamérica, de diversas formas y con distintas perspectivas. Pero lo que sigue sin ser un tema público, es el del trabajo doméstico y el trabajo emocional.

Foto: sterias.wordpress.com

Durante los años que fui maestra voluntaria de IGER, tuve muchas estudiantes que trabajan de empleadas domésticas, quizá el 80% de los alumnos del centro en que daba clases lo eran. Muchas no ganaban ni siquiera el salario mínimo, al ser migrantes internas vivían en las casas donde eran empleadas y varias tenían jornadas que iban de 5 de la mañana a 10 de la noche. La división arquitectónica de las casas en las que trabajaban creaban un cierto tipo de frontera profiláctica que mantenía sus espacios separados de los de la familia para la que trabajaban –igual que en Roma-. Este trabajo doméstico, lleno de precariedades, no entra al debate público y se sigue considerando como un no-trabajo, o no uno de verdad.

Esta visión se intensifica cuando quienes realizan este trabajo lo hacen para su propia familia en vez de una familia ajena. A eso ni siquiera se le llama trabajo, porque lo hacen por amor. Las feministas marxistas han estado hablando de esto por más de 40 años y por mucho tiempo se topaban con oídos sordos, incluso dentro de las mismas organizaciones progresistas en las que militaban. Y es que, hablar del trabajo doméstico no pagado y del trabajo emocional, de esas prácticas de cuidado que la economía política ha dado por sentado como recurso ilimitado, significa hablar de lo más íntimo y reconocernos cómo explotadores también. Nos cuesta hablar del tema porque muchos en varios momentos de nuestras vidas nos hemos beneficiado de ese trabajo no pago. De mi abuela que me cuidó, de mi tía que me tenía preparado el almuerzo cuando llegaba del colegio y que limpiaba la casa mientras yo hacía mis tareas y me dedicaba a leer, de mi mama que me preparaba la lonchera y lavaba mi ropa, incluso cuando ya estaba en la edad en que yo podía hacerlo por mi cuenta. Al igual que el racismo, por el que sea fácil navegar pero a ver si empezamos poco a poco a hacerlo. Éste texto no es más que un primer paso de hormiga.

Fuente: https://ysterias.wordpress.com/2019/02/25/el-debate-de-roma-sobre-el-que-nadie-parece-querer-hablar/

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