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05 de febrero 2019

En diversas ocasiones he afirmado que la democracia no es solo el ritual de asistir a las urnas cada cuatro o cinco años, en ocasiones en periodos más breves cuando hay elecciones intermedias. Lo cierto de los casos es que en la región centroamericana, queda la impresión que existen deudas democráticas, que no se han solucionado con la realización de elecciones puntuales en los plazos que en cada país existen. Veamos.

En Honduras, noviembre de 2017 asistimos incrédulos a un conteo de votos por demás fraudulento. Con 5% de ventaja del candidato opositor en los conteos iniciales, se paró el conteo y la información y 19 días después el candidato oficialista resultó ganador con el 0.01%. Una verdadera obra de alquimia electoral. Luego vino la crisis social, enfrentamientos por todo el país, con muertos, heridos, prisioneros, exiliados,  y hoy día, el ilegitimo presidente, producto de uno de los de moda golpes blandos,  gobierna con más pena que gloria.

En este país hay desde antes de 2017 informes sobre el alto impacto de la corrupción que se  ha enquistado en las esferas de gobierno, empresariales y políticas. Un presidente, un hermano, un hijo, empresarios de éxito, están investigados o en prisión en los EEUU acusados de narcotráfico y de lavado para este. Por ello se creó una comisión semejante a la Cicig con tutela de la OEA.

Un año antes, en 2016 y en noviembre, fueron las elecciones de Nicaragua en medio de un proceso calificado de fraudulento por la oposición y la observación internacional que finalmente no pudo asistir de observadora. Anteriormente se había destituido a 16 diputados sin que existiera un hecho político o legal, de relevancia, que pudiera permitir esa salida. Las elecciones estaban contaminadas además, por la reelección indefinida de Ortega.

Hoy día en Nicaragua asistimos a una crisis social violenta que arrancó en abril de 2018 y que arroja un balance dramático: más de 300 muertos y decenas de presos, mientras son miles que huyen del país y se cierran medios de prensa. Hay serias acusaciones de corrupción.

La crisis continúa aun sin las expresiones masivas  de calle de los primeros meses, aunque la gobernabilidad de ese país exige la salida de Ortega y las elecciones anticipadas. Es un escenario que resolvería parte de la problemática, pero no resuelve el acumulado de problemas económicos, sociales y políticos que hay en ese país. 

En el Salvador el 3/2/2019 vimos un nuevo capítulo de esta deuda creciente de la democracia en la región centroamericana. Fue una doble victoria pírrica: ganó el abstencionismo y los dos partidos de la derecha y la izquierda perdieron. El bipartidismo en El Salvador fue seriamente derrotado por la abstención y el voto en favor de Bukele, un personaje que apostó  por un discurso de moda, que reza: ni izquierda ni derecha. O sea, el corolario de aquella tesis sobre el fin de las ideologías post-muro de Berlín.  Se sabe que esto no funciona en la realidad social, pero como discurso de campaña electoral se ha convertido en algo tentador.

Ilustración: prensa.com

Hay un tema cierto: varios expresidentes de ese país están en la cárcel o acusados de corrupción o en fuga, con el agravante que son de derecha y de izquierda. Por ello la lucha en contra de la corrupción es una divisa del próximo gobierno. Y no tiene alternativa pues debe presentar resultados. La paciencia social tiene límites en este tema.

En Guatemala hubo elecciones en septiembre de 2015, luego de masivas movilizaciones en contra de la corrupción, luego de los hallazgos de la Cicig,  que habían dado como resultado que el presidente Pérez y su vicepresidenta, Baldetti, acusados por corrupción fueran encarcelados y sometidos a proceso penal. A la fecha son varios expresidentes de diferentes posturas políticas que están acusados de corrupción. Luego de tres años del gobierno electo en el contexto descrito, inicia el cuarto, con una política ajena al clima existente en el momento de la elección del presidente actual. La corrupción sigue firme y fuerte, se expulsó a la Cicig, su familia y él mismo aparecen con indicios de delitos de diversa naturaleza.

Se asiste entonces a un proceso electoral en donde surgen muchas dudas, existen pocas certezas y se mira el futuro con muchos nubarrones. Hay un hecho cierto: en Guatemala los últimos años han visto crecer los problemas sociales, la pobreza y la pobreza extrema, así como la corrupción. El diagnóstico del país nos dice que vamos mal, seriamente mal, y que es difícil pensar en plazos breves, salidas a la profunda crisis que padecemos.

Este breve resumen de lo ocurrido electoralmente en Centroamérica, con  excepción de Costa Rica, nos dice que la región no ha superado los graves problemas estructurales que la aquejan desde el fin de la segunda guerra mundial, para situar una fecha más o menos reciente, y que la salida a la crisis de finales del siglo anterior, por la vía de un triunfo insurreccional en Nicaragua y de salidas negociadas en el Salvador y Guatemala, con fórmulas de conciliación en Honduras, no han sido suficientes para encontrar remedio a una serie de problemas estructurales.

En los estudios que se hacen desde los organismos internacionales o desde centros de pensamiento independientes, resulta que Centroamérica ocupa los últimos lugares en índices de salud, educación, infraestructura, generación de empleo. Por ello la producción de decenas y decenas de miles de migrantes. Junto a ello tiene los más graves niveles en corrupción, violencia social, impunidad, deficiencia de los organismos de justicia. Es una constante regional.

Otro punto en el que tienen parte  de razón quienes hablan del fin de las ideologías, es que en ninguno de los países las fórmulas de derecha o de izquierda han sido capaces de solucionar los problemas. El siglo XXI es una buena muestra de lo señalado. En todos los países los temas se han agravado, las contradicciones son mucho más fuertes, y el pronóstico en todos los casos es realmente sombrío. No se miran cambios en el corto plazo.

En una rápida lista de temas no abordados, se encuentran pendientes la reforma fiscal, la solución de la problemática agraria, la generación de empleo, la construcción de una sólida cultura contra la corrupción, el fin de la impunidad,  una institucionalidad que incluya la existencia de sólidos partidos políticos y su complemento, leyes electorales democráticas con instituciones electorales eficientes.  Todo ello para superar la pobreza y pobreza extrema que asola a los cuatro países mencionados.

Es la agenda del siglo anterior y del actual. No quedan muchas dudas. Y esta agenda tiene que ser impulsada, sí o sí, por cualquiera de las corrientes políticas que gobierne en nuestros países, sean de izquierda o derecha, o sean de esas definiciones tan imaginativas que existen en la región, que si bien son buenas para ganar una elección, no son para nada algo que resuelva los problemas que padecemos como países y sociedades.

Quizás una última reflexión. No se trata de pensar la región en términos ideológicos y sus correlatos políticos, pues no hay por ahora, nada que nos diga que los problemas se solucionan por la izquierda o por la derecha. En dos platos, no se trata de pensar la región con lentes de cualquier ideología que sea. Se trata de entender que la región se cae a pedazos por la falta de políticas concretas que nos permitan superar los problemas estructurales que se han creado. Es por ello que hace falta en todos los países mencionados, acuerdos nacionales que permitan salir de la crisis. Hay ejemplos de ello en la región latinoamericana o en Europa.

Es cierto que la mayoría de problemas se pueden imputar a la derecha, pues finalmente tenemos países con capitalismo declarado; pero es igualmente claro, decir que los gobiernos de izquierda en la región han concluido en medio de fracasos inocultables.  Por ello el análisis de la realidad y las medidas para poder cambiarla tienen que ser objetivos, si se quiere llegar a conclusiones serias. Insisto, no es hora de la ideología como la punta de lanza en la solución de los problemas señalados, es la hora de la imaginación política y de su ejercicio para poder intentar salidas a los graves problemas que enfrentamos.

Ahora queda la impresión que la democracia electoral se encuentra agotada y ello nos hace prever sacudidas sociales que nadie desea, pero que parecería nadie hace algo por evitar.

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