Una madre guía a su familia rumbo a una mejor vida

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Créditos: David Toro.
Tiempo de lectura: 3 minutos

Por David Toro

21 de enero 2019

Son las 8:00 am en el puente fronterizo de Tecún Umán. Cientos de migrantes hondureños hacen cola frente a las oficinas de Migración de México, esperando ser atendidos para obtener un pase humanitario. El calor característico de este lugar desgasta a las personas, que llevan cinco días en un éxodo obligado por dos factores principales: escasez de empleos formales y la violencia orquestada por las pandillas en medio de un Estado fallido que no solamente es incapaz de proporcionar condiciones dignas a los hondureños, además ha intentado prohibirles migrar (huir) de la pobreza y muerte que acecha las calles de los barrios catrachos.

Daniela, de 13 meses, duerme cómodamente sobre una mochila, mientras su frente suda por las fuertes temperaturas de la frontera. Foto David Toro

En Tecún Umán los rostros de los migrantes son una mezcla entre tristeza, cansancio y esporádicas sonrisas. En medio de la enorme fila donde las autoridades mexicanas comienzan a repartir un pequeño desayuno, está Glenda Calderón (40 años) de San Pedro Sula, una madre  que guió a sus cinco hijos y a su única nieta hasta la frontera mexicana. Glenda sostiene su comida mientras vigila sus pertenencias y a su pequeña nieta, Daniela, de 13 meses, que duerme cómodamente sobre una mochila, mientras su frente suda por las fuertes temperaturas de la frontera. Glenda relata que la mayor dificultad del trayecto hasta el momento fue salir de Honduras, porque la policía de su país los reprimió con gases lacrimógenos e intentaron despojarlos de sus documentos en la frontera, el pasado lunes.  Le tomó cuatro días llegar a San Marcos, Guatemala,  donde ya iniciaron el trámite para obtener un pase humanitario a México, el cual les permitirá vivir allí durante 1 año, pero el objetivo de Glenda es llegar un poco más arriba del mapa.


La familia de Glenda comiendo en la fila de migrantes en el lado mexicano del puente de Tecún Umán. Foto: David Toro

En Honduras, Glenda trabajaba vendiendo baleadas simples (tortillas de harina) a 10 lempiras (40 centavos de dólar) cada unidad a las afueras de un colegio de secundaria en el barrio Satélite —uno de los más peligros de San Pedro Sula—. Glenda procuraba vender 50 unidades  diarias para sacar las cuentas de su hogar, pero la inseguridad en las calles y el alza de la canasta básica, hacía imposible que lograra mantener los gastos de renta, alimentación y estudio de sus hijos.

Glenda quiere llevar a toda su familia hasta  Memphis Tenessee, donde la espera su hermana mayor, Francisca, quien llegó a Estados Unidos hace 10 años y ahora tiene un estatus legal. Glenda es madre soltera desde el 2010. El padre de sus hijos migró cuando las condiciones empeoraron producto del golpe de Estado del 2009, pero nunca volvió a saber de él. “No sé si llegó o si le pasó algo en el camino. Me ha costado mucho criar a mis hijos”, señala Glenda mientras sostiene la mano de una de sus hijas que comienza a desesperarse por la larga y calurosa espera en el puente fronterizo.

Las mujeres son el rostro fuerte y valeroso de la caravana de migrantes. Glenda es prueba de ello. Mantiene un rostro risueño y no despega la mirada de sus niños en ningún momento. En Honduras únicamente se quedó uno de sus hijos, Antonio,  de 17 años, quien no estudia pero prefirió quedarse trabajando en un taller mecánico y no quiso emprender el viaje.

La tranquilidad de Glenda se debe en gran parte a que ya pudo comunicarse con su hermana en Estados Unidos y  contarle que en México les darán un pase humanitario que la dejará un paso más cerca de la meta que se propuso: darle la mejor vida posible a sus hijos. “No hay vuelta atrás. Yo no creo que regrese a Honduras ¿que voy a hacer ahí?”.  Esta frase de Glenda es similar a los relatos de sus demás compatriotas. Aunque no es fácil aceptarlo, están conscientes de que todo pinta para que la situación en Honduras siga empeorando.

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