Dispuestos a morir por la camisola

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Créditos: BB
Tiempo de lectura: 5 minutos

Por David Toro

07 de diciembre de 2018

Un deporte que genera debates intelectuales. El fútbol es un fenómeno de masas que levanta pasiones —a veces violentas—, que mueve intereses económicos y políticos importantes.  Desde las gradas, una hinchada empujada por la histeria, está siempre dispuesta a dejar la vida por el equipo de sus amores.

En Guatemala, al igual que en el resto de América, la creciente migración europea —probablemente de finales del siglo XIX— fue la culpable de importar este deporte dañino para la salud. El fútbol tuvo que pasar un proceso de democratización, antes de la Revolución del 44, estaba en manos de las élites. Este movimiento político permitió la formación de nuevos equipos, entre ellos los dos más importantes en la historia del deporte nacional: Municipal y Comunicaciones.

Este deporte no hace distinción entre clases. Cualquiera con un balón y un par de amigos puede ejercer el sagrado derecho a la chamusca, en la elitista zona 14 y en la marginalizada zona 18, en Buenos Aires y en China. Incluso se ha comprobado la omnipresencia del fútbol en los departamentos más fríos de Guatemala, donde además de un balón hay que tener un par de tragos entre pecho y espalda para poder disfrutar el deporte.

El exceso en el consumo de alcohol causa serios daños a la salud del consumidor —y de la gente que lo rodea…—. El pasado 5 de diciembre, un enardecido aficionado del Cobán Imperial lanzó una botella a la cancha durante un partido de la Liga Nacional disputado en la cabecera alta verapacense. La cabeza del árbitro interrumpió la trayectoria del proyectil etílico, causando la suspensión del partido. Esto podría perjudicar al equipo de casa pudiendo hacerles perder el juego por default o ganándose otro tipo de amonestaciones, cosa que el aficionado no podía tomar en cuenta gracias a sus precarias condiciones de salud. Nadie sabe para quién trabaja…

Barra Ultra Sur de Comunicaciones durante un partido. Fotografía BarraBrava.net

Las redes sociales se prestan para todo tipo de comentario y exposición de desacuerdos por la influencia que tiene actualmente el fútbol sobre las personas. Algunos lo tachan de ser en sí mismo un generador de violencia y un diazepam que mantiene a las personas fuera de la realidad. Pero la teoría social puede ayudar a entender a este deporte como un fenómeno de masas potenciador de la cohesión social.

Las barras bravas y un amor incomprendido

La zona 6 de la Ciudad de Guatemala, conserva la esencia de la cultura popular. Las colonias que la conforman son hogar de la clase trabajadora. En medio de sus calles, marcadas por la violencia y la inseguridad, se encuentra El Coloso de la zona 6 (Estadio Cementos Progreso), casa habitual de Los Cremas del Comunicaciones, equipo con más títulos de liga en la historia de Guatemala.

Como todo equipo importante, tiene una gran afición. Aunque todos sus aficionados amán al club, algunos parecen amarlo más, y el amor es siempre un sentimiento confuso. La Barra Brava, aglutina a los fanáticos más enamorados. Este tipo de grupo radical nace en Guatemala durante los años 90 bajo la influencia de las barras de los  equipos argentinos. Es fácil identificarlos en el estadio, son aquellos que no dejan de saltar y cantar durante los 90 minutos del juego, protagonizando momentos violentos dentro y fuera de los estadios la mayoría del tiempo, sobre ellos recae la mirada social que los tacha de delincuentes.

“Comunicaciones es mi vida”

Nos acercamos a un integrante de la Ultra Sur (barra brava de Comunicaciones). Decidió mantenerse anónimo, pues en la organización hay reglas claras: una de ellas es no hablar con la prensa. El fanático entrevistado lleva una década de pertenecer a este grupo, creció en el Proyecto 4-4 una de las colonias populares de la zona 6. Leamos su testimonio:

He ido a más de 700 partidos. Somos más de 2,000 integrantes, la barra se divide en peñas, que es la forma que utilizamos para organizarnos. Lo único más importante que el equipo es la familia. Aquí hay gente que está dispuesta a morir por la camisola.

Este fanático ha vivido de cerca muchas riñas: “todos nos tenemos que hacer huevos, siempre que vamos a un juego hay que estar dispuestos a darse verga. Te juro que la mayoría de veces los problemas no los buscamos nosotros, siempre hay gente provocándonos”, me dice mientras enciende un cigarrillo.

En ocasiones, Juan (nombre ficticio) ha tenido que estar en medio de balazos y enfrentamiento con la porra del rival acérrimo de Comunicaciones: Los Rojos. Dentro de estas barras, el escudo y la camisola del equipo son sagrados, por ende robarle una camisola al fanático rival se considera una especie de trofeo y en ocasiones la exhiben en los partidos o las queman para mostrar superioridad.

Juan conoce la historia de Comunicaciones de pies a cabeza, asegura que a los cinco años de edad conoció el estadio. Agradece a su padre haberle inculcado el amor por el equipo blanco. Los Cremas son dueños de todos sus domingos: “He llorado por el equipo muchas veces, la que más recuerdo fue cuando ganamos el Hexa (Comunicaciones logró 6 títulos consecutivos en el 2013). Lloré de la alegría como nunca”.

El fútbol en manos de oligarcas e intereses extra cancha

El fútbol es un deporte simple, cualquiera puede entender que gana el que anota más goles en la portería contraria. Tal vez por ello la sociedad de consumo se ha convertido en un fenómeno de masas. A veces llega a tener un carácter casi religioso.

El sociólogo Mauricio Chaulón, explicando que el poder económico se apodera del deporte, pues hay intereses de acumulación de capital detrás:

El fútbol en sí mismo no enajena a las personas ni es violento, pero es instrumentalizado por los medios de comunicación y entes de poder. (…) Los violentos son la clase alta de Guatemala. Históricamente así han sido, mire quien era el presidente de Comunicaciones hasta hace unos años, Roberto Arzú (hijo del ex presidente Álvaro Arzú) y los dueños del Municipal también son oligarcas (La familia Villa).

El fútbol, un respiro para las clases marginadas

Guatemala es un país donde la desigualdad está a la orden del día. Aunque los equipos profesionales de fútbol son propiedad de los grandes empresarios, quienes mantienen vivo a este espectáculo son los aficionados y los jugadores. Los primeros especialmente, siempre dispuestos a todo. Pero fuera de romanticismos, esta actitud tiene una razón de ser.

Para Chaulón, los jóvenes vulnerables de la sociedad buscan un escape, encontrando aceptación y una motivación en los graderíos de los juegos de fútbol, “asumen a los equipos como sus vidas, pues actúan influenciados por el sentido de colectividad y dentro de esa dinámica asumen ser sujetos para contribuir al rol violento que representan estas barras bravas”.

La 12 “aficionados de la barra de Boca Juniors en Argentina durante un juego”. Fotografía: forum.12p.co.il

En Guatemala este fenómeno no tiene un alcance enorme como en el caso argentino, donde los líderes de las barras bravas de los equipos más grandes, Boca Juniors y River Plate, han llegado a ser  empleados como grupos de choque de partidos políticos o del gobierno mismo.

La pasión se desborda en pleno diciembre —las finales de la Liga Nacional se aproximan—, y el fútbol sigue siendo un fenómeno para entender a la sociedad. Incluso se vuelve una metáfora para ejemplificar distintos aspectos de la vida. En Guatemala será un eterno tema de discusión, donde los puntos de vista pueden variar a dependencia del ojo que observe.

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