Créditos: Nelton Rivera
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Por Miguel Ángel Sandoval

“Estamos una crisis similar a la de los 70-80,  sin el flagelo de la guerra”

Más allá del desenlace que tenga la actual situación política guatemalteca, que presenta rasgos preocupantes para el conjunto de la sociedad y sus diversas corrientes políticas, pues un conjunto de disposiciones de gobierno en relación a la Cicig, nos colocan a nivel mundial como un estado corrupto, fallido y otras denominaciones, lo cierto del caso es que nos encontramos de manera imprevista, ante algo similar a la década de los 70-80, solo que sin el flagelo de la guerra.

No me limito a la situación nacional, también me refiero a la inestabilidad hondureña con el fenómeno de los migrantes, que con éxodo actual nos dice de la urgencia de impulsar medidas que cambien el rumbo;  y a la sacudida violenta de Nicaragua, que en su desarrollo afecta ya de forma clara y delicada a la vecina Costa Rica. Parecería que solo El Salvador goza de momento una situación que podría ser caracterizada de normal. Pero a pesar de esa relativa normalidad, la violencia social se encuentra presente de forma inocultable.

El punto es que antes de vivir un periodo de crecimiento económico con desarrollo para todos, estamos ante una recaída en la mayoría de países. Guatemala, Honduras y El Salvador en los últimos años se convirtieron en productores netos de migrantes, y Nicaragua va por el mismo camino, aunque de momento inunda de migrantes a la vecina Costa Rica.

Los datos son elocuentes. En nuestro país, junto a un limitado crecimiento económico hay un florecimiento de la pobreza. Los datos de organismos internacionales son categóricos. Nicaragua por su parte, conoce una involución en todos los indicadores. Honduras no se recupera del fraude de hace un año. Es la catástrofe. La región vive en un laberinto de incertidumbre.

Los escenarios en el mediano plazo son malos. Desde donde se les quiera ver. Si es desde el punto de vista económico, salvo que se implementen medidas que se han evadido durante décadas, el resultado será el mismo. Los proyectos como el Plan para la Prosperidad, son insuficientes, pues hace falta un esfuerzo regional que aborde los temas estructurales pendientes.

Fotografía Nelton Rivera

En general seguiremos ante la falta de desarrollo económico, envueltos en una ruptura social que tiene representación en el fenómeno de las migraciones, que no pueden ser reducidas a una remesa. Y los escenarios en la región, con las estructuras políticas carentes de legitimidad se anuncian turbulentos. Salvo que se adopten medidas en lo económico y social audaces. Pienso en la reforma tributaria para contar con más recursos en los países, para una política agresiva de inversión en lo social, y medidas que apunten hacia la democratización política. Es lo mismo con el expediente agrario.  No entender esas necesidades solo nos haría perder las vías para salir de una crisis que viene acumulándose desde hace décadas. Por ello las salidas que logremos construir tienen todas, que contar con la vertiente Centroamérica, sin esto, lo que se pueda impulsar tendrá efectos muy limitados.

El último episodio del éxodo hondureño nos dice que las previsiones, todas hay que decirlo, se quedan cortas ante la magnitud de la crisis que envuelve a la región sin que exista nada parecido a una política de desarrollo que contenga la salida de contingentes mayores de población. A pesar de todo lo que se diga, la crisis por ahora no tiene remedio, y parecería que es irreversible y que en su desenvolvimiento amenaza con disolución o un fenómeno de anomia profundo, la existencia de nuestras sociedades y países.

No estoy pintando escenarios catastrofistas. Ya basta de decir en todos los diagnósticos y estudios que San Pedro Sula es la ciudad más violenta del mundo, que las maras son un fenómeno de tal envergadura que en El Salvador ha habido negociaciones con las mismas, o que en Guatemala la corrupción tiene en la cárcel a dos expresidentes y uno más se encuentra seriamente cuestionado. Ello junto con más de 500 funcionarios, empresarios, políticos, jueces, detenidos por delitos de corrupción en su mayoría.   

Es una situación que nos coloca como digo, ante fenómenos como los acontecidos en la década de los 80 del siglo pasado, solo que en la actualidad sin la presencia de la guerra. Y ello es lo más grave porque si algo hubo de positivo el final de la guerra en la región, fue que los procesos de negociación política apostaron a la democracia política como vía para ir gradualmente solucionando los más graves problemas sociales y económicos, pero la verdad de las cosas es que retrocedemos a ojos vistas.

Se está perdiendo lo poco de lo ganado en la idea de que los procesos electorales serían transparentes, garantía de alternancia, vía para solucionar problemas. Vimos recientemente un fraude escandaloso en Honduras, mientras que en Nicaragua la reelección del actual presidente se considera fraudulenta y se habla de una dictadura contra todo pronóstico. Al tiempo que en Guatemala la cancelación de varios partidos políticos por corrupción y de manera general la crisis de la política lleva a sectores a expresar cada vez con más fuerza, que en estas condiciones los procesos electorales no representan una alternativa, hasta quienes se animan a decir que por esas condiciones “no queremos elecciones”.

Lo señalado, más el acumulado de problemas sociales y económicos, solo nos colocan ante escenarios de confrontación y nada de ello es lo que esperamos como escenarios en el arranque de las primeras dos décadas del siglo XXI.

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