Créditos: sexenio.com.mx
Tiempo de lectura: 4 minutos

Por Sergio Godoy

No habré sido yo el primero en decirlo. Sin duda alguna y de muchas maneras, otros lo han expresado a lo largo del tiempo, en la medida que hemos ido tomando conciencia de que, en este país, como en muchos otros de Latinoamérica, la realidad se diluye en el mar de la ficción, de la leyenda, de la pesadilla febril y enfermiza, mientras seguimos caminando y luchando por recuperar la lucidez que nos permita encontrar el rumbo.

No faltan, sin embargo, el acontecimiento y el personaje que vuelvan a sumirnos en ese estado de sopor a través del que nos adentramos en el reino de la paradoja, donde resulta blanco lo negro, justo lo injusto, espantosos los muertos y no los vivos. Los patos tiran a las escopetas tanto como camiones atrapan avionetas, y nuestros políticos gobernantes demuestran su patriotismo con enjundia…

Imagen: sexenio.com.mx

De esa cuenta tampoco faltan en el día a día las pintorescas noticias que emanan del hemiciclo parlamentario o del palacio de gobierno, dándonos cuenta de las ocurrencias, los disparates, los desmadres y las decisiones que se toman “por el bien del pueblo” y para “honra y gloria de Dios”.

Escena patética aquella a la que asistimos: mientras el primero −el pueblo− quisiera terminar de despertar la ira que lleva dentro para ir a barrer de una vez por todas esa casa que no es sino suya, y el segundo −Dios− permanece ajeno al enanismo mental de quienes diciendo darle gloria se desdicen al mismo tiempo con las fechorías que son capaces de cometer en contra de los principios evangélicos, ya sea dándose vida de dictadores tropicales o legislando para mantener los privilegios de unos pocos, sin importar la miseria progresiva de muchos.

Arte: pinterest.com

La última gracia, entre los vaivenes de la CICIG y de Jimmy Morales, tiene que ver con la prohibición de ingreso al país del grupo musical (Black Metal) para ser más precisos, “Marduk”, justamente porque su música es satánica…

Me pregunto: ¿en qué momento dejaron estos chicos y chicas de asistir a la doctrina o a la escuelita dominical, que no terminaron de aclarar conceptos?, ¿será que nunca hubo nadie que les ayudara a cuestionar sus creencias para permitirles madurar en ellas?

Sin ser docto en la materia −aunque hoy día es sumamente fácil acceder a información sobre el tema− quisiera indicarles que “Satán” (el adversario, en hebreo) o el diablo (calumniador, en griego) es mencionado de manera muy sobria a lo largo de la Biblia (69 veces) en relación con otras corrientes literarias del antiguo oriente y del judaísmo tardío, como un ser −una creatura− que se opone a los designios de Dios sobre la humanidad.

Añadido a esto, no deberían perder de vista que la Biblia no es un libro de ciencia, sino una “colección” de libros que recogen la experiencia de fe de un pueblo y una comunidad, expresada en categorías humanas propias de una época y una cultura que están muy distantes de la nuestra, y que de la ignorancia de este dato se deriva el serio peligro del “fundamentalismo” y del consiguiente fanatismo del que hacen gala los señores diputados: fanatismo, producto de la ignorancia, expresión del miedo y yugo de muchos opresores.

Porque pocas cosas han sido y son tan peligrosas para la humanidad como la autoridad de quienes se creen intérpretes al pie la letra, de una palabra que ha llegado hasta nosotros atravesando los siglos y las lenguas, sin conocer su contexto de origen y el significado que esconden.

Sí: pocas cosas son tan peligrosas como los fundamentalismos religiosos, salvo un tonto con poder.

Debo aclarar que me considero una persona muy respetuosa de las diferencias de credo; es más: estoy seguro de que en esa diversidad subyace una enorme riqueza, si somos capaces de dialogar y de buscar juntos el bien común. Pero para lograrlo hay que tener un poco más claras las ideas y las intenciones. Y eso implica, si de llevar la religión al quehacer cotidiano se trata, un adecuado grado de madurez en la fe, lo cual a su vez supone formarse e informarse en la materia, con objetividad.

Y, si hipotéticamente se aplicaran a esa tarea, terminarían cayendo en la cuenta nuestros señores diputados que, aunque ya en el Antiguo Testamento los profetas denunciaron la hipocresía de los gobernantes y los llamaron a conversión (Amós, capítulo 5,7-15), en la palabras de Jesús de Nazareth se reveló la imagen de un Dios que opta especialmente por los más pequeños e indefensos de su pueblo, que está en contra de todo lo que oprime al ser humano y le impide alcanzar su realización.

Quizás entonces comprendan que nada hay tan inmoral como su doble moral. Que de nada sirve rasgarse las vestiduras satanizando a un grupo de rock, cuando resulta más satánica el hambre que mata el futuro de tantos niños, la violencia que sigue castigando a muchas mujeres y la corrupción de las estructuras políticas que permite que persistan tantos males en este país. Pero igualmente malévolo es saberlo y consentirlo, teniendo en las manos la potestad para trabajar para cambiar las cosas. Bastan unas cuantas leyes congruentes y recuperar el sentido de la ética.

Y si tanto miedo tienen del diablo −porque a Dios hay que amarle y no temerle− a lo mejor les viene bien recordar aquellas palabras que Mateo pone en boca de “el Hijo del Hombre” en el Juicio Final y que les vienen como anillo al dedo: “Apártense de mí, malditos, vayan al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me dieron de comer, tuve sed y no me dieron de beber […] Les aseguro que lo que no le hicieron a uno de estos más pequeños, no me lo hicieron a mí” (Mt 25,41-42.45).

COMPARTE