Créditos: Quimy De León
Tiempo de lectura: 3 minutos

Por: Miguel Ángel Sandoval

En abril de 2015 dieron inicio las manifestaciones masivas, pacificas, plurales, en contra de la corrupción y el mal gobierno. Producto de esas demostraciones que se prolongaron durante varios meses, fue depuesto el gobierno del PP. Hoy varios de sus principales funcionarios se encuentran en la cárcel ligados a procesos judiciales. En esa ocasión todo dio inicio con el caso “la línea” que la Cicig puso en la mesa nacional. Entre incredulidad y coraje, la sociedad guatemalteca demoró un par de días para salir a la calle. El resto es historia conocida.

De entonces a la fecha, los procesos judiciales se multiplicaron y las movilizaciones sociales se hicieron esporádicas. No obstante, las redes sociales y otras formas de incidencia o auditoria social se hicieron presentes en la vida cotidiana de la sociedad guatemalteca. A veces parecía que las plazas ya habían jugado su rol y que no había más la fuerza necesaria para retomarlas.

En parte porque existía una especie de sensación de culpa en la elección presidencial de 2015, que luego de las jornadas memorables había entronizado en la presidencia a un actor cómico sin conocimiento de las tareas de gobierno como lo sabemos de manera amplia en la actualidad. Sin embargo, el 13 de septiembre o el 20 del año 2017 y ahora el 9 de junio de 2018, nos demuestran que el espíritu de la plaza está vivo, que solo se había tomado un momento de reposo.

Por cierto, ese espíritu ha sido mal calculado por los corruptos irredentos que han intentado hacer su agosto con la aparente pasividad de las plazas.  Queda la impresión que estos sectores apostaron al olvido de la sociedad y llegaron a considerar que 2015 era algo viejo por lo demás irrepetible, y que todo debería regresar a lo que había sido hasta antes de las demostraciones del 2015.

En el caso presente el detonante de la demostración de la plaza de este 9 de junio es el desastre ocasionado por la ausencia o malas acciones del gobierno central luego de la erupción del volcán de Fuego. El hartazgo que se había hecho presente en las redes sociales y en notas de columnistas de medios de comunicación, antes del desastre social que vimos a raíz de la erupción, se volcó a la plaza central el sábado 9 de junio.

Hay un hilo conductor entre abril del 2015 y ahora. Es el hartazgo por las reiteradas muestras de corrupción, de mal gobierno, de ausencia de preocupación del gobierno central por la gente, por la violación sistemática y absurda del articulo constitucional que proclama y exige el “bien común” como la tarea central de cualquier gobierno, que en la práctica en los últimos años, se limitan a espectáculos de impunidad, desfalco, corrupción.

Fotografía: Quimy De León

Ahora como en 2015 se demanda la salida del presidente. En el caso actual, luego de una serie de errores de toda naturaleza, desde aquellas de humor involuntario a otras que son realmente producto de la irresponsabilidad o, lo peor de todo, de una recaída en las viejas prácticas de la corrupción. Ello contando con el blindaje político en el congreso de la república en donde bancadas buscan leyes que las protejan y mantenga alejados de procesos judiciales y de la prisión.

En todo caso, hay en nuestro país una ciudadanía, como el hecho más notable, que se abre paso a fuerza de protestas masivas, uso intenso de las redes sociales, formas de organización novedosas, y una apuesta por un país democrático y con lugar para todos. En este caso, el detonante fue la crisis social y humanitaria ocasionada por la erupción del volcán de Fuego, y hay que decirlo, por la incapacidad de reacción de las oficinas del gobierno encargadas de atención en casos de desastre o en apoyo a la población en situaciones de fenómenos naturales.

Antes fue el caso de la línea y la debacle del gobierno patriota. Y ahora la crisis por el abandono de la gente que desnudó la erupción del volcán. Entre uno y otro momento, la corrupción es notable, sigue firme y fuerte, golpeada y señalada pero se mantiene. Hace falta mucho para poder pensar en un país democrático sin corrupción y sin impunidad. En dos platos, la crisis sigue su curso y su desenvolvimiento. Hace falta cambios en todos los niveles, de personas, de prioridades, con reformas claras que están desde hace años inscritas sin solución en la agenda nacional.  Esa es la gran tarea que tenemos por delante.

COMPARTE