Créditos: Mauro Calanchina
Tiempo de lectura: 3 minutos

Por: Juan Calles

Este año la Huelga de Dolores cumple 120 de existencia, una tradición estudiantil que ya deja ver muestras de agotamiento y decadencia, sin embargo, como toda tradición centenaria provoca prácticas y comportamientos, mística, espíritu de cuerpo, filiación entre quienes participan en sus anuales liturgias.

Una de ellas es el Amor de Huelga, una costumbre casi cursi, casi romántica que algunos disfrutan durante los 40 días en los que se realizan diferentes actividades huelgueras, como lecturas de boletín, velada teatral, elección de Rey Feo, Declaratoria de Huelga, un amor que finaliza con el Desfile bufo el viernes de dolores.

Personalmente participé en la Huelga todos los años en los que estuve en la Universidad de San Carlos y participé de todas y cada una de sus tradiciones; Aquí mi testimonio de un amor de huelga de los que nunca se olvidan:

En los 1990 te ganabas el derecho de pertenecer al comité de orden al estar en todas las actividades de forma disciplinada y cumpliendo correctamente lo que te asignaban, entre otras tareas, cuidar al Honorable comité de Huelga, abrir paso en las avenidas a los buses en los que se transportaba el Honorable, conseguir la comida y la bebida, cuidar el orden en las actividades. Nos divertíamos mucho realizando esas tareas, mientras las hacíamos, bebíamos, fumábamos, “conectábamos” a chicas de otras facultades, cantábamos, hacíamos chistes, una fiesta todo el tiempo.

Mientras realizábamos esas tareas, una encapuchada del honorable se hacía notar, me hacía señales, no podía ver su rostro por la capucha, así que me coqueteaba con las manos, yo tímido huí al menos en un par de ocasiones, las mujeres del honorable eran respetadas y casi siempre eran compañeras de otro miembro del honorable, yo no me quería buscar problemas.

Fotografía: Mauro Calanchina

Para la lectura del tercer boletín de huelga (se leen cuatro, uno cada semana); el honorable comité decidió leer el boletín en el parque Concordia, en el centro de la ciudad, secuestramos varios buses, en esa ocasión los choferes se negaron a manejar los buses y fueron compañeros del comité de orden, quienes manejaron los armatrostes, no sin generar pánico y conatos de choques, sin embargo, no hubo nada que lamentar.  Mientras me divertía viendo a las señoras del parque reír a carcajadas por las leperadas que se leían en el boletín, la respetable encapuchada se me acercó sin que yo lo notara, estaba lo suficientemente cerca de mi cara para que pudiera ver sus ojos sonriéndome, con una voz muy bonita me pidió que la acompañara, que quería ir al baño y yo debía cuidarla; el corazón me palpitó fuerte, tun y chirimía, una música ancestral sonaba dentro de mí.

Cuando caminábamos de regreso se aferró a mi brazo izquierdo y me habló al oído, ¿Querés amor de huelga conmigo? Preguntó, su aliento tenía olor a cerveza y sonrisa pícara, hasta ese momento nunca había visto su cara.

La respuesta es obvia.

Esa tarde buscamos un lugar entre la gente para levantarnos la capucha y besarnos larga e intensamente; ese día no conocí su rostro, solo levantamos la capucha para que nuestras bocas pudieran encontrarse.

La primera vez que se quitó la capucha frente a mí fue inolvidable, era morena, ojos chinitos, labios rosados y gordos, pelo muy largo que olía a frutas. Desde ese día, en cada actividad de huelga, nos apresurábamos a buscar rincones oscuros, árboles frondosos, el interior del carro de amigos, aulas vacías, para arrinconar los besos y arrimar las intenciones.

Por fin, llegó el viernes de dolores, después de cumplir con sus tareas en el Honorable comité de huelga me buscó y caminamos algunas cuadras de la mano, gritando consignas y bailando al ritmo de la Chalana. Cuando pasamos frente al Palacio Nacional nos besamos y abrazamos muy fuerte, la ayudé a subir a la plataforma de un tráiler que transportaba la carroza de su facultad y ese tráiler se la llevó para siempre, allí finalizó nuestro amor de huelga.

El siguiente año la vi, iba de la mano de otro encapuchado, nos dijimos adiós con un movimiento de cabeza, sus ojos me sonreían otra vez como hacía 365 días.

Y ustedes ¿Tuvieron amor de huelga?

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