Créditos: Archivo Roque Dalton
Tiempo de lectura: 4 minutos

Por: Juan José Dalton

El avión aterrizó en el aeropuerto “José Martí”; mi madre y yo hicimos los trámites en migración y nos dirigíamos a nuestra casa en el Vedado. Tenía más de dos años de haber dejado La Habana. Mis ojos querían devorar todo lo que veían al paso.

Era el mes de abril de 1982 y había viajado desde la calurosa Managua, a donde había llegado en enero de ese mismo año, después de una peripecia increíble tras mi salida de la cárcel de Mariona, donde estuve encerrado desde octubre del 81; en Mariona, llamada oficialmente “La Esperanza”, inauguramos el Sector II, especialmente adaptado para los presos políticos.

Llegaba a La Habana incompleto: Roque, mi hermano mayor, estaba desaparecido luego de la ofensiva en Chalatenango; mi cuerpo con tres costillas fracturadas por una bala que me atravesó de lado a lado; brazo izquierdo casi inmóvil y cicatrices de las torturas… Pero la alegría del sobreviviente es bastante poca entendida.

Mi gente en Cuba, mi hermano Jorge y mi cuñada Tere; mis vecinos del edificio de J, todos me esperaban con “cara de velorio”. Al soltar los pocos bultos que llevaba y al abrazar a todos, mi pregunta fue: ¿Y la botella de ron, dónde está? José Luis gritó entonces: “¡Coño, a este tipo no le ha pasado na´!” De pronto apareció el ron y más tarde hasta una tumbadora…

Fotografía: Archivo Roque Dalton

“Silvio había logrado saber que su Unicornio estaba cabalgando junto a quienes se jugaban la vida tratando de asistir un parto de esperanzas”

Como a las 9 de la noche alguien dijo que en casa de Víctor Casaus, poeta y hermano de siempre, había una reunión de amigos. Y decidimos ir en turba. Al llegar la mayoría de los invitados de Víctor, como él mismo, se sorprendió cuando me vio. Recién había comenzado una campaña de intelectuales  latinoamericanos para exigirle al gobierno salvadoreño el respeto a la integridad física y la liberación de los hijos de Roque Dalton.

Entre otros rones y abrazos volví a hacer el cuento de mi captura y de mi posterior liberación a causa de que los victimarios nunca me identificaron.

Un rato después llegó Silvio y se quedó igual de sorprendido. Conversamos más directamente. Me interrogaba como periodista sobre mi hermano, la cárcel, la guerra. Yo le conté entonces que en las montañas de Chalatenango, allá por los filos de Arcatao, había compartido con un rockero salvadoreño: Carlos “El Tamba” Aragón, conocido en la guerrilla como “Sebastián”. “El Tamba” había fundado “La banda del Sol” y su canción famosa era “El planeta de los cerdos”.

Le decía que “Sebastián” cantaba sus canciones en los actos culturales y en las noches de nostalgia en nuestro campamento del Cascajal. Cantaba siempre “Una mujer con Sombrero”… Le conté que “Sebastián” había muerto en combate, cubriendo una retirada al verse herido.

Después le conté que en las noches, cuando teníamos baterías para un radio, escuchábamos “Radio Habana Cuba”. Y que había oído una canción de él, algo “rara”, con una gran musicalización, pero que nunca lográbamos entender la letra claramente. “¿Será el Unicornio?”, me preguntó. No supe responderle.

Nos despedimos en la madrugada. No recuerdo si fue al día siguiente, pero Silvio tocó la puerta de mi casa, entró y le entregó a mi mamá el texto original de su presentación que aparece en el disco Unicornio y que se titula “Noticia”.

Aquello era su recompensa de “cien mil o un millón” que me pagó no por “cualquier información”… Había logrado saber que su Unicornio estaba cabalgando junto a quienes se jugaban la vida tratando de asistir un parto de esperanzas. De otra forma no podría ser.

“NOTICIA”

La canción con que quisimos comenzar el mensaje de este disco, fue compuesta a fines de 1981 cuando el gobierno de los Estados Unidos comenzó a realizar amenazadoras maniobras navales alrededor de Cuba. El pretexto de entonces era impedir un supuesto apoyo material de nuestro pueblo a la lucha de liberación de El Salvador, y en general a la secularmente sufrida Centroamérica. En el hipotético caso de que nuestra solidaridad hubiese sido cierta ¿cabría explicar el sentimiento qué la alentaba? De cualquier forma POR QUIEN MERECE AMOR intenta eso.

El tema que concluye este trabajo me ha proporcionado, en este último año, un buen montón de placeres y sorpresas. Doquiera lo mostré desencadenó un furibundo afán de hacerme saber dónde se hallaba mi unicornio perdido. Comenzaron a llegar cartas, cables y mensajes; aparecieron fotografías, libros, pegatinas, postales y dibujos de toda variedad de unicornios. Incluso recibí noticias hasta de dónde sé que jamás iría a pastar no sólo el mío sino cualquier otro. Es extraño, pero alguna gente ve cosas donde no las hay, o lo que es peor: no pueden ver las cosas que ciertamente existen.

A propósito quiero acusar públicamente el recibo de una noticia sumamente legítima. Todo empezó por un amigo muy querido que tuve, un salvadoreño llamado Roque Dalton, quien además de haber sido un magnífico poeta fue un gran revolucionario, compromiso que le hizo perder la vida cuando era combatiente clandestino. El caso es que Roque tuvo varios hijos; entre ellos Roquito —el que hace tiempo se encuentra prisionero, y del que no se sabe suerte—, y Juan José, que jovencito y delgado como es fue guerrillero, herido, capturado y torturado. A este último fue a quien encontré hace poco y me contó que allá, en las montañas de El Salvador, andando con la aguerrida tropa de los humildes, trotaba un caballito azul con un cuerno.

Quiero agradecer la ternura, el sostén y la esperanza de todos los que, en los últimos tiempos, han procurado ayudarme en la búsqueda de lo extraviado. Pero ahora les anuncio que casi casi estoy tranquilo, y que, si lo desean, ya pueden parar de enviar noticias. Porque al fin sé en qué parajes pasta mi unicornio, y porque en prados semejantes ningún amor está perdido.

Silvio Rodríguez

La Habana, abril de 1982

Fuente: contrapunto.com.sv

 

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