Créditos: Sergio Valdés Pedroni
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Por: Sergio Valdés Pedroni

Un acontecimiento dramático e imprevisto como la muerte de Alfonso Porres (antropólogo, cineasta y activista crítico, un hombre coherente y bondadoso, con infinidad de virtudes y defectos necesarios), produce una ruptura en la ciudad -“nuestra ciudad”, como decía él- una crisis quizás. Y la necesidad de hacer un balance crítico, para que la vida -nuestra vida- no sea un depósito de ausencias. Una celebración del vacío, la arrogancia o la estupidez. Una caricatura nostálgica e inútil de las grandes derrotas y pequeñas victorias de nuestra generación.

Ayer hace una semana, acudí a Casa Roja y preparé un desayuno, con frijoles colorados, tocino, huevos, queso y manzanas. “Está muy bueno -me dijo- venite más seguido en la mañana”. Y así comimos, riendo ambos con la boca llena. Hoy hace una semana, volví por segundo día consecutivo para avanzar en un nuevo proyecto de cortometraje documental, que grabamos juntos el 28 de marzo pasado. Además de las cosas del cine, quedamos en rehacer la hortaliza de cajas que tenía en la terraza, junto a su pequeña habitación. Fue la última vez que hablamos, aunque el jueves 14, poco antes de la crisis que lo condujo a la muerte, leí aquí en Facebook un texto suyo, que me puso los pelos de punta:

“Hoy velamos a Raúl, es nefasto tener que velar, cada día, una persona a quien por motivos de violencia muere, no quiero hacer una descripción de Raúl suficiente para quienes lo conocimos, si él hubiera querido hacer de su vida pública, seguramente todos lo hubiéramos enterado. No obstante el hecho es que está muerto, dicen dentro del enorme mar de incertidumbres, que lo encontraron tirado en lugar baldío, dicen que con dos golpes en la cabeza, dicen que desapareció desde el jueves, dicen que no llegó a una cita, dicen que lo encontraron el sábado, y que su cadáver estaba descompuesto, dicen que costó reconocerlo, dicen que su hermana, se enteró hoy, dicen que tenían tres hermanos y una madre, dicen que no estaba metido en nada (como si estar metido en algo fuera una excusa para que lo asesinaran) dicen, todos dicen y ya Raúl está muerto”.

Esto le escribí a Poncho en aquel momento -y esto repito ahora para mi propia rabia:

“Dicen que el peso de sentir es equivalente al peso de la rabia, la indignación y el repudio. Y que es preferible cargar con todo ello, para no hacer de la existencia un océano ajeno e inalcanzable. Para no morir estando vivos. Te dejo un abrazo”.

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